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  • El Uniandino

Tiempos de pandemia en Macondo





Estamos viviendo un momento único para la humanidad, ¿quién iba a pensar hace unas semanas en Colombia que nuestras rutinas cambiarían de una forma tan abrupta? Veíamos de una manera lejana aquella epidemia que estaba ocurriendo en China desde principios de año. Como médico incluso pensé que serían capaces de contener aquel virus poco conocido por muchos y que ahora nos atormenta en las noches. Uno de los sistemas de salud más robustos del mundo lleva luchando más de 90 días con este enemigo invisible, poniendo en cuarentena a sus ciudadanos y protegiéndose a como dé lugar de esta nueva amenaza mundial, el coronavirus. Recuerdo aquel día en que una cadena de radio nacional entrevistaba a un estudiante universitario colombiano residente en Wuhan, una persona que con valentía decidió quedarse en su residencia y no viajar de vuelta a Colombia con un grupo de compatriotas en un avión de la Fuerza Aérea. De una manera sincera comentaba que prefería quedarse en cuarentena en China adelantando sus clases de forma virtual y confiando en el servicio de salud local. Dudaba de la capacidad del sistema de salud colombiano y del riesgo que suponía viajar a Colombia al poder contagiar a su familia si adquiría la enfermedad.


Con el paso de los días nos dimos cuenta que este ya no era un problema ajeno y lejano proveniente de otro hemisferio, sino que ya había logrado traspasar fronteras y llegar a Europa para azotarla de una manera contundente. La globalización actual nos demuestra cómo no importan las fronteras, la raza, cultura o creencia religiosa, un virus nanométrico no discrimina ninguna de estas particularidades. Es suficiente con adquirir una pequeña carga viral proveniente de un estornudo o un ataque de tos para infectarse, en el caso del COVID-19 posee una altísima capacidad de transmisión. En promedio una persona infectada puede llegar a pasar el virus a otras 2 a 2,5 personas: esto se conoce como el número reproductivo básico (Ro). Este al compararlo con otros virus es mayor que la influenza A(H1N1) o gripe común, permitiéndole tener mayor capacidad de contagio hasta el punto de generar una pandemia. Aunque para nuestra fortuna, el COVID-19 tiene una tasa de mortalidad del 3-5% siendo mucho menor que el ébola o el MERS (Middle East Respiratory Syndrome). Teniendo esto en cuenta, el mayor problema de esta pandemia es la alta tasa de contagio incluso en periodos asintomáticos de la enfermedad, lo cual puede aumentar de manera exponencial en poco tiempo y desestabilizar hasta el sistema de salud mejor preparado.


Esperemos que este esfuerzo sea suficiente para poder contener la epidemia antes de que el sistema de salud se sature y el personal de salud sea el encargado de apagar un incendio incontrolable.

Tiene sentido tomar medidas gubernamentales como declarar una cuarentena obligatoria o poner restricciones de viaje a las personas, ya que permite disminuir el Ro de manera gradual. En un artículo de la revista científica Lancet publicado recientemente se demuestra por modelos matemáticos cómo al introducir restricciones de viaje en Wuhan el Ro disminuyó de 2,35 a 1,05 en su población luego de dos semanas. En lo que concierne a Colombia llevamos desde el 24 de marzo en cuarentena obligatoria, según las estimaciones hechas por el epidemiólogo Diego Roselli, el día anterior al inicio de este confinamiento en casa el Ro era de aproximadamente 2,75 con lo cual si continúa la tendencia para el 6 de abril ya habría 20.000 casos confirmados. Con las medidas tomadas se busca disminuir ese Ro al 1,5 para de esta manera retrasar el pico de la epidemia y no saturar el sistema salud que cuenta con una capacidad de 1,7 camas por 1.000 habitantes. El SARS-CoV-2 produce una enfermedad leve en el 81%, severa en el 14%, y crítica en el 5% de casos, por tanto, el 5-10% de los pacientes van a requerir admisión a una unidad de cuidados intensivo (UCI) y ventilación mecánica. En nuestro país en el momento solo contamos con 5.300 camas de UCI, las cuales no alcanzan para cubrir las necesidades de pacientes en estado crítico. Es prudente analizar las estrategias establecidas por el Ministerio de Salud para frenar esta crisis, por medio de la ampliación del 300% de la capacidad actual de UCI para llegar a 9.826 camas. Esperemos que este esfuerzo sea suficiente para poder contener la epidemia antes de que el sistema de salud se sature y el personal de salud sea el encargado de apagar un incendio incontrolable. Esto será posible si todas las instituciones gubernamentales sincronizan sus esfuerzos hacia el bienestar de sus ciudadanos, incluyendo el ministerio de salud, trabajo, hacienda y educación. Tal como enfatizó el gobernador de Nueva York Andrew Cuomo, es momento de derrocar las barreras artificiales entre el sistema de salud público y privado. Todos debemos unirnos en una causa común para derrotar esta pandemia.


Ahora bien, estos esfuerzos comunes han afectado directamente a la academia. Desde el Ministerio de Educación se tomó la medida de ir reemplazando las clases presenciales de universidades y colegios por aulas virtuales. A los estudiantes por primera vez en la historia reciente del país les prohibieron volver al campus o salón a donde rutinariamente asistían. La primera universidad en hacerlo fue la Universidad de Los Andes que desde el 17 de marzo ordenó la mínima capacidad de funcionamiento de su campus y el paso hacia un aprendizaje completamente virtual. Posterior al inicio de la nueva modalidad de aprendizaje iniciaron las críticas constructivas que iban desde la falta de acceso a internet hasta el estrés psicológico de muchos estudiantes por la coyuntura actual. La reacción de la universidad no se hizo esperar, la noticia de aumentar el tiempo de virtualidad hasta el 30 de mayo y cambiar el esquema de evaluación por uno cualitativo (aprobado/reprobado) fue para muchos algo inesperado. Incluso se tomó la decisión por parte de la facultad de medicina de graduar a los estudiantes de 12 semestre de manera prematura, teniendo en cuenta un futuro decreto del gobierno para tener mayor cantidad de médicos generales durante la emergencia sanitaria. El mundo globalizado nos demuestra que Colombia no es el único país tomando estas medidas. En el caso de Estados Unidos, la Universidad de Harvard y Pensilvania lo hicieron argumentando que nivelaría las condiciones de estudio, se enfocaría en el aprendizaje y quitaría presión de encima de los estudiantes durante la pandemia.


Aprovechemos este tiempo de reflexión para aprender por un deseo intrínseco y no por un incentivo extrínseco como son las notas

Este es un momento en el que debemos pensar con enorme solidaridad y ética ciudadana más allá de intereses particulares, enfocándonos en el bienestar común. Hagamos énfasis en la no repetición de esa ya acostumbrada indiferencia a las desgracias nacionales. Así como Albert Camus nos recuerda “en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Entiendo a algunos estudiantes que desearán poder seguir teniendo una calificación numérica para poder aumentar su promedio. Aunque detengámonos un segundo a pensar en otros alumnos en regiones apartadas los cuales no pueden dedicarse completamente a sus estudios por estar apoyando a sus familias en este periodo de crisis. Aquella crítica constante de que la universidad nos identifica como un código por nuestro rendimiento, podemos cambiarla. Busquemos unirnos como comunidad universitaria para apoyar a los que están luchando fuera de sus casas mientras velan por nuestra salud y bienestar, como aquellos estudiantes de medicina que siguen en los hospitales arriesgando su seguridad por salvaguardar la vida de otros. Los pilares inviolables de la ética médica que aprendí durante mi formación como uniandino incluyendo la autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia, deben reflejarse de forma contundente. Aprovechemos este tiempo de reflexión para aprender por un deseo intrínseco y no por un incentivo extrínseco como son las notas. Por último, seamos optimistas de que el sistema de salud colombiano estará preparado para enfrentar la más grande crisis sanitaria del siglo XXI.

 

Por: Alejandro Garcia Chavez, egresado de medicina 2020-1



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