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El Uniandino

Un golpe duro para la industria de la farra

En esta entrada, Laura Ronderos y Julieth Marroquin, estudiantes de Lenguas y Cultura de la Universidad de los Andes, discuten sobre los impactos que han tenido los protocolos de bioseguridad, el miedo al contagio y las restricciones Policiales en la industria de los gastrobares. A pesar de las dificultades, exponen también las diversas maneras en las que los trabajadores y trabajadoras de esta industria han logrado evolucionar y mantenerse vigentes. Mediante entrevistas y la recopilación de experiencias, se muestra cómo la pandemia ha modificado la experiencia de la fiesta en Bogotá.


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Sábado 20 de febrero de 2021: andenes atestados de personas, calles inundadas de motos, carros estacionados a lado y lado, música a todo volumen. Reggaetón, rancheras, electrónica y vallenato, todo en un mismo lugar. La Lupe, Gitana, El Chupe, La Celosa y otros nombres alumbran la calle con encandilantes luces de colores neón. En la ‘zona rosa’ del barrio Modelia de Bogotá se ven adultos jóvenes sin tapabocas, reunidos en lugares estrechos donde el distanciamiento es imposible de mantener, bailando y tomando hasta en las aceras porque a los establecimientos no les cabe ni un alma más.


Pronto la ‘guachafita’ despierta a los residentes del barrio, que desesperados por el alboroto denuncian la situación a la policía. Y, entonces, la fiesta frena en seco. El bullicio de las personas y las sirenas de la policía reemplazan la música que sumergía al sector en este entorno de farra. Hordas de gente salen afanadas de los establecimientos que venían funcionando como supuestos ‘gastrobares’. Los lugares se ven obligados a terminar la rumba y a cerrar sus puertas. Para unos se trata de una escena de caos e indisciplina que una ciudad amenazada por un virus mortal no se puede permitir. Para otros, es la representación del rebusque, de ese ‘no hay otra manera de mantenernos a flote’, porque estos bares y las personas que construyen su vida alrededor de ellos también se han visto afectados.


¿Cuál es la importancia de la fiesta en nuestra sociedad? ¿Por qué salimos a un bar? ¿Por qué bailamos en una discoteca? Parecen preguntas innecesarias que solo aquellas personas entregadas a los placeres de la noche podrían responder con franqueza. El periodista de BluRadio Esteban Hernández, siendo una de ellas, responde: “El ser humano es un ser social, en especial en una etapa joven necesita salir de fiesta, necesita salir a socializar, a probar cosas diferentes cada día” (Hernández, 2021).


También es un antídoto contra el estrés y hace parte de la diversión que necesitamos para sacudir nuestras mentes y expresar nuestros deseos. “Yo sí creo que esto [la escena nocturna] es un bien de primera necesidad para todo el mundo, para la salud mental, para el desarrollo de la sociedad… sobre todo, en un país como Colombia, en el que hay unas jornadas laborales tan largas e intensas… Estos espacios de esparcimiento son muy claves” (Santos, 2021), explica Eduardo Santos, periodista cultural y musical.


Pero, además, la fiesta es economía. “No es que mi mundo sea una aberración. Es que nosotros también generamos empleo. Y la gente que los demás ven como una aberración, es la gente que da las propinas para que los meseros lleven a sus casas” (Hernández, 2021), reclama Álvaro Hernández, amplio conocedor y promotor de la escena nocturna bogotana desde hace 9 años en proyectos reconocidos como El Coq, El Ovejo, El Bandido y The Guetto Project.


En general, la celebración es parte intrínseca de nuestra naturaleza humana. Por eso, el cierre repentino de bares y discotecas, como respuesta a la crisis sanitaria del Covid-19 el año pasado, significó una enorme pérdida cultural y económica para toda una sociedad que ha tenido que ingeniárselas para mantener en pie estos espacios de rumba.

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Nina Caballero, Dj de reggaetón y dance hall tuvo su último toque pre-pandemia en Batea el 21 de marzo de 2020, tres días antes de la proclamación de cuarentena total para Bogotá. Ella se enfrentó a un periodo de descanso obligatorio después de una época de crecimiento paulatino en su carrera artística. Todos sus planes para los meses siguientes se estropearon. “Frenó mi carrera artística total porque se me tiró todo, porque que voy a viajar a Miami en pandemia, a qué bar voy a ir y digamos la gente me sigue a mí por ver lo que yo hago, ¿y sin toques uno qué hace?” (Caballero, 2021), dice Nina con cierta tristeza e indignación. Al igual que ella, la industria en general tuvo que salir de su zona de confort y buscar nuevas alternativas que les permitieran sobrevivir.


Inicialmente, la estrategia de primer alcance fue la transmisión en vivo de toques caseros por medio de aplicaciones como Instagram y Bigo. Aunque resultó funcional para la sobrevivencia, la experiencia musical de los Djs no era la misma, como comenta Nina con el ceño fruncido de disgusto: “no es lo mismo, tú sin un público no eres tú ... Hace falta la emoción que se vive con el público”. Para otros, esto significó también una oportunidad de reinvención. “No se quedaron ahí, migraron a nuevas cosas. La gente empezó a usar cosas que ya existían, pero que no veían porque estaban en lo suyo, pero hay muchas herramientas que ayudan” (Castro, 2021), menciona Sebastián Castro, manager y mano derecha de Nina Caballero desde hace aproximadamente 4 años.


Durante los meses de septiembre a octubre del año pasado, el rebusque llegó también a fiestas privadas, en lugares más bien cerrados, generalmente ocultos o alejados de la ciudad.Escenarios en los que la rumba continuó, como si la pandemia no existiera.


Para Álvaro Hernández, el promotor, la llegada de septiembre se convirtió en un rayito de esperanza, luego de que el nivel de contagios en la ciudad empezara a disminuir y se iniciara la apertura parcial del comercio y la industria gastronómica. En los meses de octubre y noviembre, nada pudo ser más gratificante que poder abrir algunos de los sitios con los que trabajaba, como El Coq y El Ovejo.


Pero abrir no significó volver a la normalidad de antes: “vino la oportunidad de implementar el tema del gastrobar, de los snacks… Y ahorita se está ofreciendo comida como acompañamiento al consumo de licores, pero solamente hasta medianoche”. Para los bares, abrir sus puertas ha implicado una enorme inversión en su infraestructura: “Compré cocina, costó 30 millones de pesos; súmele la inversión de los protocolos de bioseguridad, cinco millones; la asesoría que te hacía una empresa que nos decía qué hacer, dos millones; permisos, fue un tema como de 40 millones de pesos”, comentaba indignado Santiago Enriquez, uno de los comerciantes afectados, en una en una entrevista para el periodico El Tiempo (2021).


Es que los protocolos no son cualquier cosa. Que la toma de temperatura, que el registro de datos, que el gel, que los tapetes, y eso es solo a la entrada. Que el aforo, que el distanciamiento, que las marcas del piso, que los dispensadores automáticos, que la circulación natural de aire, que los tapabocas del personal. Protocolos tediosos y costosos, que, aunque ya no son obligatorios, si no se cumplen podrían generar el cierre total de estos establecimientos. Por ello, el ingenio a la hora de hacerlos cumplir tampoco ha faltado en esta industria, como asegura Álvaro: “Existe un software especial que permite que hagas la reserva, digas cuántas personas son y en el momento del ingreso, tienes un registro. Ese software antes no existía, se creó para hacerle seguimiento a clientes y a subclientes”.


Sin embargo, los efectos negativos siguen resaltando en la escena nocturna. En palabras de Álvaro, “los sitios están funcionando con cerca del 25% de capacidad operativa”. Esto quiere decir que, por ejemplo, de cada tres meseros que funcionaban hace un año, ahora solo trabaja uno. En la experiencia de Valentina, jefe de barra y cajera de Latino Gang desde hace 2 años, “fue demasiado duro porque cerraron muchos lugares, despidieron a mucho personal y los sueldos los bajaron demasiado. Ahora trabajo el doble por la mitad del sueldo”. Ella comenta que entiende que la situación en términos de salud es complicada, pero asimismo reclama que se debería reconocer que los bares y las discotecas también mantienen la economía del país. “Lamentablemente en este país se muere más gente de hambre que de Covid”, menciona Valentina sin escrúpulos.


Aunque las circunstancias de los bares abiertos demuestran ser terriblemente complicadas, son esperanzadoras al compararlas con la situación de los otros 8.449 lugares que no lograron mantenerse a flote de los 36.189 establecimientos inscritos en la actividad de bar en Bogotá en el 2020, según Portafolio (2021). “Dentro de todo esto tuvimos que sacrificar 4 sitios: Bruto, 7 Cabras, Apache y Céntrico”, confiesa Álvaro con un tinte de nostalgia en su voz. La tristeza en su discurso no es gratis, pues “eran sitios que permitían apostarle a nuevos conceptos culturales y artísticos, eran algo distinto entre mucho de lo mismo”. Siguiendo esta misma línea de popularidad, otros lugares como VideoClub y Armando Records lastimosamente también han tenido que ser desmontados.

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Miércoles 16 de diciembre de 2020. Tunja, Boyacá: Dj Nina Caballero se preparaba para otro evento. Por fin la vida le sonreía y le permitía volver a mezclar en establecimientos grandes y reconocidos. Le hacía falta conectar con el público como antes, oírlos corear las canciones y sentir la fuerza del ‘perreo’ infiltrándose en cada parte de sus cuerpos.


“Viajé para tocar tipo 11:00 de la noche, de 11:00 a 12:00 porque hasta las 12:00 estaba abierto el bar”. Llegó esperando encontrarse con tremendo rumbón, pero al entrar, la imagen que tenía de frente era completamente distinta. Sentados en mesas ampliamente separadas, con tapabocas puestos y sin intención de baile alguna, los ‘rumberos’ escuchaban en calma la música que mezclaba el Dj de turno. “Yo pensaba que era más porque el Dj estaba malo, o cualquier vaina rara...”, y esto la motivó aún más, pues es reconocida por su experticia en el arte de ‘prender la farra’.


Su turno llegó. Emocionada, Nina caminó hacia el escenario y, justo cuando se disponía a subir a su lugar, el organizador del evento le avisó: “Nina, no se te vaya a hacer raro, pero todo el mundo tiene prohibido pararse de las mesas”. El aviso le cayó como un balde de agua fría. No era a lo que estaba acostumbrada ni tampoco lo que había venido a hacer después de haber viajado desde Bogotá. Entonces pensó: “¡no que va!, eso la gente se pone de pie” y decidida a incitar el desorden de esa noche, se subió al escenario con la energía de siempre. Pulsó el botón de play y la introducción que nunca falta al iniciar sus toques resonó por todo el lugar: ‘Directamente desde Bogotá, Colombia, llega Dj Nina Caballero’.


Un reggaetón intenso siguió a esta poderosa presentación y pronto la gente comenzó a mover sus cabezas al ritmo de la música. Parecía que la alocada mezcla de sonidos que fluía desde los ágiles dedos de Nina y los botones que estos pulsaban en la consola estaba surtiendo el efecto deseado. Ella disfrutaba desde el escenario, pero empezó a ponerse nerviosa en vista de que las personas seguían sin levantarse de sus mesas y sin emprender el baile intenso que ella esperaba con ansias. Y justo cuando la fiesta comenzó a subir de nivel, la ilusión de Nina por romper las reglas cayó drásticamente al ver pasar a dos corpulentos agentes de seguridad revisando las mesas. Pronto se dio cuenta de que no había de otra: “[la gente] tenía que disfrutarse el show ahí sentada, lo que se me hizo ¡una vaina muy loca!” pero tocaba así “porque si se llegaban a dar cuenta de que había gente de pie en sus mesas, sellaban de inmediato el establecimiento”. Con decepción, continuó tocando y dándola toda, aunque la situación no le gustaba ni cinco. Después de 40 minutos, terminó el show y así acabó también para todos esa extraña noche de farra en Tunja.


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El impacto negativo también traspasó lo económico y permeó la experiencia social y cultural que daba color a esta industria. La limitación del aforo juega aquí un papel esencial. “La gente —en palabras de Álvaro, el promotor— no va a ir a una fiesta en un sitio que soporta 3000 personas, pero donde te permiten entrar solo 250. El sitio se ve demasiado vacío, demasiado disperso”. Incluso en el horario en el que hay mayor rotación de gente, de 5 a 7 de la noche, la capacidad no alcanza ni el máximo permitido. Las restricciones han obligado al sector a trabajar en horarios que son muy poco atractivos para el consumidor y asimismo mucho menos rentables para el empresario.

Si hablamos de lugares reconocidos que siguen los protocolos al pie de la letra, podemos decir que la fiesta ha sufrido un cambio total: donde antes cada quien hacía lo que quería y donde quería, ahora hay mesas separadas que limitan la interacción; donde antes se bailaba pegadito, hoy es escasamente posible moverse de la silla; donde antes se cantaba a grito herido, hoy se prefiere mantener el poco aire que el tapabocas permite respirar.


Más allá de ese cambio en la percepción empírica de la fiesta, el valor cultural, musical, artístico y performativo que se desarrollaba en la escena también se ha perdido: “En este momento solo puedo hablar de propuestas para sobrevivir, para ampliar flujo de caja, no para ampliar conceptos culturales o conceptos musicales. Se está sobreviviendo a punta de sitios que vendan muchas hamburguesas o muchas pizzas o muchas cervezas”, confiesa Álvaro. Tal vez sea esta la mayor pérdida que ha sufrido el sector, en tanto que será la que más tiempo llevará reconstruir y adaptar.


“Sin duda, el hecho de que se tengan que implementar las medidas de bioseguridad afecta en la experiencia, pero el hecho de que se le esté apuntando a una reactivación implica que se sigan estos protocolos. Solo así será posible más adelante que las cosas vuelvan a tomar su rumbo natural”, afirma Eduardo Santos, el periodista cultural.


Sin embargo, no para todos en el sector apostarle a los protocolos ha significado cumplirlos…

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Viernes 05 de marzo de 2021, Norte de Bogotá: las puertas del bar Vitoria abrían a las 8:00 pm. Los guardias verificaban en la lista de asistentes quienes iban entrando. Adentro, otro guardia tomaba la temperatura. Tras subir las escaleras se encontraba una escena familiar: reggaetón a todo volumen, luces brillantes revoloteando y el humo de fiesta que volvía densa la vista y acaramelado el olfato. Tres meseras jóvenes se encargaban de la ubicación de las personas y al fondo en la barra, un muchacho se encargaba de las bebidas. La única diferencia: todos tenían tapabocas. Las mesas estaban separadas, quizás por poco más de un metro de distancia, y en cada una había un grupo de amigos. Viviana, una de las meseras, se acercaba amablemente para tomar el pedido y, cuando volvía con la botella, las personas se retiraban el tapabocas para disfrutar del trago.


El lugar se llenó lentamente, sobre todo de jóvenes. Después de un rato, Viviana se acercó a las mesas anunciando a los clientes que debían pedir algo de comer. Una mera formalidad, pues no volvió en toda la noche para recordarlo o tomar un pedido. A las 10:00 pm, la cosa se compuso. El alcohol ya iba haciendo efecto y la gente empezó a bailar en sus mesas. Incluso la señora encargada del aseo, que observaba el panorama cerca de la barra, estaba animada y se dejaba llevar por el ritmo de la música.


A las 11:00 pm llegó el momento de Nina. Y entonces, la fiesta se prendió. Sonó ‘Yo perreo sola’ de Bad Bunny y en cuestión de minutos, todo el mundo se levantó. El distanciamiento entre mesas se perdió y los tapabocas, que diferenciaban esta noche de las de antes, ya no se veían por ningún lado. Aumentó la temperatura y se redujo el espacio en la pista de baile. Todos bailaban con todos, se creaban nuevos grupos en medio del baile, la gente se emocionaba, gritaba, cantaba, tomaba. Todo como si nada… Como si el tal coronavirus no saliera también de fiesta…


“Realmente llevar una fiesta con protocolos es imposible, ya que tú vas a manejar gente con tragos y es imposible que una persona tenga toda la noche un tapabocas, o que haya distanciamiento”, afirma Sebastián, el manager de Nina. Todos los entrevistados coinciden en esta opinión. Las regulaciones sanitarias no se llevan a cabo en todos los establecimientos, menos aún cuando se trata de eventos en lugares menos conocidos o fiestas clandestinas a las afueras de la ciudad.


Además, el trabajo como gastrobar no se hace siempre de manera honesta. “Como buen colombiano: hecha la ley, hecha la trampa”, comenta Sebastián con simpleza. Y Nina lo apoya : “Pero toca así, porque o sino, no dejan camellar … toca ser ilegal”. Así se vive en muchos lugares, como Latino Gang, que, según Valentina, una de sus meseras, figura en la Cámara de Comercio como restaurante, aunque la realidad dice otra cosa. La gente sentada en sus mesas, porque aún es temprano para que empiece el baile, disfruta del 2x1 en coctelería antes de las 7 de la noche. La carta que se entrega solo lleva opciones de bebidas. Ni una empanada o unas papitas se aparecen por ahí.


“Chicos, por favor pónganse los tapabocas, llegó la policía”, dijo a las dos de la mañana la mesera Viviana a quienes se iba encontrando a su paso mientras ajustaba su tapabocas. La música no dejó de sonar, y aunque se encendieron un poco las luces, la gente no dejó de bailar ni se separó. Algunos minutos pasaron, y luego… Nada. La policía nunca entró, ni siquiera se asomó…


Pero aquí la culpa no es solo de estos miembros de la industria. La corrupción policial hace de las suyas en medio de la situación para obtener su beneficio. “Si llega la policía le pagas una ronda, les das Gatorades y ya sabes que los tienes cuadrados previamente con plata”, menciona Nina sin tapujos. “Para trabajar toca pagarles o pagarles, no hay de otra…”, complementa su manager. Los dueños de los lugares deben hacer arreglos con los policías para que estos ‘se hagan los locos’ y notifiquen que se está dando un ‘correcto cumplimiento de las normas’, aun cuando no sea así. No conviene no pagar: “los manes pueden joderlos, y están en todo el derecho, por distanciamiento, por cantidad de gente, por un montón de vainas… pero pues seamos sinceros, esos manes se levantan es con plata y lo he visto, lo he vivido, y eso a mí me causa impotencia, pero o sea es la realidad, o lo aceptas, o te cierran el sitio, te ponen una multa, o terminas en un CAI… es lo que pasa”, menciona con frustración Jorge Bello, Dj de minimal house y organizador de eventos de la escena nocturna de Bogotá.

***

Martes 23 de febrero de 2021: comerciantes y dueños de bares y discotecas se reúnen en el Carulla de la 85 con 15 en rechazo al decreto 055 con el que la alcaldesa de la ciudad ha prohibido el funcionamiento de los gastrobares, en vista del desacato de las medidas de bioseguridad en la zona rosa del barrio Modelia.

Imagen tomada de “Los dueños de bares y discotecas salieron a protestar el pasado martes, en Bogotá”, El Espectador, 2021.


‘X el derecho al trabajo’, ‘SOS no más cierres’, ‘déjenos trabajar’ son algunos de los mensajes que se leen en las banderas y pancartas que llevan los manifestantes, quienes después de varios meses de encierro y apenas unos pocos de reapertura, reclaman que la medida impuesta por la Alcaldía es una condena inmediata a la quiebra absoluta.


Los clamores de indignación aumentan a medida que la muchedumbre se va adueñando de los carriles de la Autopista Norte. La Policía llega a controlar la escena, pues este bloqueo no había sido autorizado. También llega el ESMAD con su autoritarismo enfrascado en la armadura negra y maciza. De inmediato, lo que había iniciado como un reclamo no violento por el trabajo, se convierte en un campo de guerra entre la armada fuerza pública y la ciudadanía. Las bombas aturdidoras revientan los oídos con su estallido y los gases lacrimógenos nublan la vista. Luego de explosiones y alaridos, la batalla termina. Los manifestantes, ahora reducidos en número, despejan la vía y continúan su camino por la Calle 85. El ESMAD se retira y es ahora la Policía quien persigue la protesta, la misma que al llegar al Carulla se diluye por completo. Días después, la Alcaldía accede a establecer una mesa de diálogo con el gremio.


El decreto 055 obligó a aproximadamente 8.500 bares a cerrar, a pesar de que quienes desacataron las medidas de bioseguridad fueron solo algunos de ellos. “Trampa es poner unas empanadas en una nevera de icopor, pero trampa no es montar una cocina, no es desarrollar una receta, no es contratar personal de chef, asistentes de cocina, a lo que sí le apostaron muchísimos empresarios del sector”, explicó Camilo Ospina, presidente de Asobares, en una entrevista para El Nuevo Siglo (2020). Parece una injusticia que para algunos se estén ampliando las libertades, mientras que para otros solo se restringen cada vez más. Peor aún ahora que se viene de un año que significó la pérdida del 95% del empleo en esta industria, lo que constituyó alrededor de 60.000 puestos de trabajo perdidos, según Ospina.


De la mesa de diálogo con la Alcaldía surgieron medidas positivas como la entrega de un subsidio a la nómina de las empresas implicadas. No obstante, este solo se extenderá por seis meses para máximo cuatro empleados de las discotecas más afectadas, lo cual únicamente representa alrededor de la mitad de los empleados, según la experiencia de Álvaro, el promotor. Según la revista Forbes, también se pactaron alivios tributarios: el 25% de descuento en el ICA durante todo el 2021 y un congelamiento del impuesto predial que podrá pagarse en cuotas (2021). Pero, ante todo, lo que generó más esperanza fue el inicio de la elaboración de un plan piloto que permita que bares y discotecas operen sin la modalidad de ‘gastrobar’.


Esto tomará un buen tiempo para implementarse por completo. Por ello, actualmente lo que vive la industria de la farra es una pura incertidumbre. En palabras de Álvaro, “el tema de la noche puede funcionar en unos dos meses, pero no tenemos ni idea de que vaya a pasar dentro de los próximos cuatro meses”. Se trata de una imposibilidad absoluta para dar un paso firme y seguro porque en un abrir y cerrar de ojos todo puede volver a cerrar, lo que, para algunos, como Dj Nina Caballero, ha significado ser conscientes del cambio inminente: “Yo ahorita estoy volviendo a emerger, y esto me ha servido para darme cuenta de que en cualquier momento esto se va, entonces tengo que darla toda cada vez”.


 

Por: Laura Ronderos y Julieth Marroquin, estudiantes de Lenguas y Cultura de la Universidad de los Andes


Referencias


Caballero, N. (21 de febrero de 2021). Comunicación personal.

Castro, S. (21 de febrero de 2021). Comunicación personal.

Hernández, A. (26 de febrero de 2021). Comunicación personal.

Hernández, E. (26 de febrero de 2021). Comunicación personal.


El Nuevo Siglo. (2020). Bares y restaurantes perdieron 95% de empleos: Ospina. https://www.elnuevosiglo.com.co/articulos/08-2020-bares-y-restaurantes-perdieron-95-de-empleos-ospina [Consultado 5 de marzo 2021].


Forbes Staff. (2021). Bares y gastrobares de Bogotá podrían volver a abrir con plan piloto. https://forbes.co/2021/02/25/actualidad/bares-y-gastrobares-de-bogota-podrian-volver-a-abrir-con-plan-piloto/ [Consultado 7 de marzo 2021].


Portafolio, (2021). Gastrobares, con 20.000 empleos en entredicho. https://www.portafolio.co/negocios/empresas/gastrobares-en-bogota-con-20-000-empleos-en-entredicho-549455 [Consultado 5 de marzo 2021].


Redacción El Tiempo, (2021). Distrito selló acuerdo de reapertura con las discotecas y bares. https://www.eltiempo.com/bogota/acuerdo-para-la-reapertura-de-discotecas-y-bares-en-bogota-569324 [Consultado 5 de marzo 2021].


Santos, E. (2 de marzo de 2021). Comunicación personal.


Imágenes

Cifuentes, L. (2021). Dueños de gastrobares en el norte de Bogotá protestaron por medida de la Alcaldía. La FM. Recuperado de: https://www.lafm.com.co/bogota/duenos-de-gastrobares-en-el-norte-de-bogota-protestaron-por-medida-de-la-alcaldia


Barreto, J. (2021). Los dueños de bares y discotecas salieron a protestar el pasado martes, en Bogotá. El Espectador. Recuperado de: https://www.elespectador.com/bogota/distrito-llega-a-un-acuerdo-con-los-duenos-de-gastrobares-article/


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