En esta entrada, Francisco Mazo y Felipe Acosta, miembros del Comité de Relaciones Externas del CEU, ponen sobre la mesa las acciones tanto de la universidad como de los uniandinos frente a las regiones. Una reflexión sobre el papel que podemos jugar dentro de la construcción de territorio.
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Para nadie es un secreto que la Universidad de los Andes es una institución que, al tiempo que contribuye al desarrollo de Colombia, ayuda a consolidar una élite política, económica y académica. El título de egresado uniandino se vuelve parte de la escala de ascenso social de las familias de mayores ingresos. En este sentido, los temas que se priorizan en los programas académicos terminan por convertirse en los intereses de muchos de los profesionales que salen liderar el sector público y privado. Si durante ocho semestres a un economista le hablan del problema de pensiones es probable que cuando llegue al Ministerio de Hacienda quiera hacer algo relacionado con ese tema. Esta entrada busca poner sobre la mesa las acciones tanto de la universidad como de los uniandinos frente a las regiones. Queremos exhortar una reflexión juiciosa y profunda sobre el papel que podemos jugar dentro de la construcción de territorio. Creemos que múltiples sectores necesitan “des-bogotanizarse” para que personas de todas las regiones lleguen a los altos cargos de liderazgo, pero también, para que desde Bogotá dejen de primar las lógicas capitalinas que desconocen la complejidad de todo el territorio nacional. La Universidad de los Andes tiene una gran responsabilidad en ese proceso.
Sobre los beneficios y la imprescindibilidad de conocer de fondo los territorios ya se ha escrito bastante. Esto es, relacionarse con la esencia de las dinámicas identitarias, sociales, económicas y culturales de las regiones. Las políticas públicas más eficientes, y en especial las que tienen énfasis en política social, son aquellas que se hacen bottom-up, como se dice en la literatura. Es decir, políticas que primero se concentran en comprender profundamente las dinámicas de los beneficiarios para luego proponer intervenciones.También, por fin, hay un consenso sobre lo vital de hacer políticas públicas desde el territorio y no desde una oficina en la capital.
Tomemos entonces como punto de partida el imperativo moral de construir país, y de hacerlo con la vista y las manos puestas en las regiones. Dentro de este marco, la universidad ha hecho múltiples esfuerzos valerosos. Quizá uno de los más antiguos es el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (Cider), que fue creado en 1976 con el ánimo de pensar e intervenir sobre desarrollo regional y urbano y la planificación de intervenciones sociales, partiendo de la descentralización colombiana. Más recientemente se presentan avances como el área de Colombia y el Curso Común de Colombia dentro de la reforma al Ciclo Básico Uniandino. También se suma Pa’lante Pacífico y Caribe, el Centro de Estudios de la Orinoquia (CEO), que próximamente será el Centro de Extensión Regional, y la opción académica en Territorio, que ofrecerá el Cider dentro de poco.
Si miramos a un pasado más cercano, otro ejemplo de decisiones institucionales importantes para reconocer las realidades territoriales prácticas, fue la reforma a los criterios de admisión que planteó Alejandro Gaviria, rector de Los Andes, cuando llegó al cargo, en 2019. Estos cambios permitieron que estudiantes sobresalientes en su región pudieran ingresar a la universidad, aun si no tenían el puntaje exigido en las pruebas Saber11. Si estos esfuerzos van más allá del deber o no es tema de otra discusión. Sin perjuicio de ello, estos ejemplos son muestra de que la universidad se esmera por cumplir con sus principios fundadores y por aportar a Colombia. Ahora bien, asunto distinto es lo que piensan y hacen los uniandinos individualmente.
A nivel individual hay estudiantes que hacen investigación en territorio, participan en semilleros para conocer las regiones, algunos hacen trabajo de campo y unos pocos toman clases por fuera de Bogotá. No obstante, sería una mentira decir que la mayoría de los uniandinos participa en estos espacios. El problema es estructural, los colegios poco o nada enseñan sobre desigualdad regional e historia de Colombia, muchos tienen enfoques internacionales que privilegian la historia universal sobre el conocimiento local. El contacto con la regiones parece estar limitado a excursiones y viajes turísticos para conocer “ese mundo desconocido” en procesos superficiales que no reconocen la complejidad del territorio. Las familias olvidan fácilmente sus raíces regionales y su historia por fuera de las capitales. Asimismo, son pocos los que buscan conciliar el conocimiento adquirido en la carrera con el conocimiento regional. Para muchos que venimos de regiones a medida que avanzan los semestres los problemas bogotanos se convierten en prioridad y poco cuestionamos esa desaparición de nuestras preocupaciones locales. Se vuelve más importante resolver los problemas de Transmilenio que la falta de infraestructura en nuestro municipio, incluso descartamos la opción de volver a nuestros lugares de origen.
La universidad y los uniandinos como individuos todavía podemos hacer más. ¿Acaso es descabellado pensar en un curso obligatorio para estudiantes de pregrado en el que se deba hacer trabajo comunal? Los estudiantes podrían visitar un par de veces algún sitio específico de Colombia y trabajar en un proyecto de consultoría, asesoría, veeduría o investigación a la vez que concilian sus carreras con las realidades del país. Por otro lado, la universidad debe seguir trabajando en alianzas con universidades regionales para el intercambio de conocimientos e integrar más a los estudiantes en estos procesos. Por ejemplo, aprovechar Pa´Lante Pacífico y Caribe para abrir diálogos con profesores y estudiantes de otras universidades. Además, es importante, articularse con los esfuerzos actuales, La Vicerrectoría de Investigación y Creación está trabajando en una política de datos abiertos que permite abrir las investigaciones de Los Andes al mundo, en ese proceso también se debe trabajar para compartir contenido útil al país y consumir contenido de instituciones regionales.
Entre académicos, el esfuerzo va en aprovechar su posición para darle voz a la investigación regional, asumir el riesgo de citar autores por fuera de los círculos privilegiados de la academia norteamericana y europea y enseñarle a los estudiantes a trabajar con estos recursos. A nivel individual como estudiantes podemos asumir posturas más propositivas y poner agenda sobre preocupaciones locales. Igualmente, por medio de nuestros amigos y conocidos en las regiones debemos establecer vínculos que nos permitan luchar contra la bogotanización uniandina. Buscar una de las opciones mencionadas e invertir varios semestres en entender el país. Comprender el territorio es un proceso lento, delicado y complejo, pero esencial para cualquier persona que aspire liderar instituciones públicas o privadas de Colombia.
Para finalizar, consideramos esencial recordar que para el desarrollo territorial es fundamental la inclusión y el reconocimiento del otro como un par, y no como un sujeto exótico. Hay que fortalecer el tejido social, sin duda. Pero hay que hacerlo con juicio, con ejercicios de introspección profundos. Creer que se tiene conciencia territorial por el mero hecho de visitar regiones aumenta la ruptura con lo regional y local. Por ello hay que tomarse esto en serio, con calma, y actuar como un individuo que se enriquece y mimetiza en y con los territorios. Tenemos grandes avances, pero todavía nos falta mucho.
Es una obligación moral que como individuos conozcamos y entendamos a las regiones no como parte del país, sino como el país mismo.
Por: Francisco Mazo y Felipe Acosta, miembros del Comité de Relaciones Externas del CEU.
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