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El tiempo del aburrimiento

En esta entrada el politólogo uniandino Pedro Salazar Montero reflexiona sobre la necesidad del aburrimiento en momentos donde pareciera que sobra tiempo: "Los seres humanos hemos perdido la capacidad de aburrirnos, y cuando hablo de aburrimiento, no me refiero al ejercicio inútil de no hacer literalmente nada"


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Las últimas semanas han marcado una serie de rupturas tajantes en la cotidianidad de todos, a unos más que a otros. Los espacios de auto reflexión son diferenciados, y cada uno piensa y hace dentro de sus limitadas o amplias posibilidades. Quizás al escribir estas palabras quiero evitar caer en la trampa de los lugares comunes haciendo alusión a la difícil situación que vive el planeta, a la complejidad socioeconómica del confinamiento obligatorio y a las abrumadoras cifras a las que estamos ya acostumbrados. Por esa misma razón quiero hablar un poco de una actividad que puede resultar terriblemente interesante: el aburrimiento.


Al recibir la noticia de estar encuarentenados durante varios días, lo primero que pensé fue: ¿qué voy a hacer para entretenerme? ¿Cómo voy a evitar el aburrimiento? La respuesta a estas preguntas no fue difícil de encontrar, con una dosis de buen internet y unos cuantos libros todo estaría resuelto. El desarrollo tecnológico ha permitido que reinventemos las relaciones humanas y podamos estar constantemente en contacto con las personas que queremos, incluso, con las que menos queremos. Al primer signo de aburrimiento, con un gesto casi autómata, desbloqueamos nuestro celular —o cualquier herramienta tecnológica que nos absorba— e ingresamos a navegar en las distintas redes que manejamos.


De pasada, esto puede ser visto como una virtud del siglo XXI: podemos estar conectados y distraídos sin ninguna interrupción. Sin embargo, en estos días se ha venido acentuado ese componente cavernícola de las redes. El contacto con el mundo ‘real’ se ha vuelto tan ajeno y distante que la única realidad en la que nos sentimos identificados es la que se dibuja en las pinturas de Facebook, Twitter o Instagram.


Esto me recordó al maravilloso cuento ¿Cómo se salvó Wang Fô? de la novelista belga, Marguerite Yourcenar. El maestro Wang Fô lograba plasmar en sus pinturas los deseos y las realidades más anheladas por los habitantes del pueblo. El emperador, quien había vivido toda su vida encerrado en su palacio, solo tenía al alcance las pinturas del reconocido pintor. Al enterarse que la realidad no era tal como la pintaba el maestro, ordenó su ejecución. Más allá de que nos encontremos a punto de ser ejecutados por las redes, considero que éstas son bastante nocivas para escapar del aburrimiento. El espacio digital tiene esa virtud de recrear fácilmente nuestros mundos oníricos, pero, de igual forma, la capacidad de reproducir nuestras angustias, miedos y peores pesadillas. En este sentido, considero que deberíamos manejar las redes como lo leí en un tuit de Matador: “como las pastillas: una horita por la mañana, una horita por la noche”.





Hace un par de meses le leí a la filósofa estadounidense, Martha Nussbaum, que el aburrimiento es la cuna y la fuente de grandes libros, canciones, poemas, pinturas y juegos. Parafraseando al escritor Rubén Orozco, solemos creer que la belleza y la grandilocuencia de una obra se fundamenta en propiedades divinas de su autor, mientras que ésta puede ser producto del aburrimiento o de la abulia. No quiero desconocer con esto las facultades ingeniosas y creativas de los artistas, así como la presencia de otros sentimientos a la hora de crear como la tristeza, la melancolía, el desasosiego, la felicidad, el amor y la alegría.


Los seres humanos hemos perdido la capacidad de aburrirnos, y cuando hablo de aburrimiento, no me refiero al ejercicio inútil de no hacer literalmente nada, sino al aburrimiento que prende los motores de nuestra imaginación. Recuerdo que cuando era niño, en las eternas tardes enfrascadas en la monotonía, con un poquito de esfuerzo lograba elevar mi mente a los mundos fantásticos de mis películas favoritas. Hoy en día, preferimos no aburrirnos; preferimos deslizar la pantalla durante horas o darle click al esperanzador “Siguiente episodio”. A medida que pasa el tiempo durante el confinamiento, contamos las diferentes cifras, contamos los días y las semanas. A pesar de ello, como lo dice el escritor italiano Paolo Giordano, más allá de contar los días deberíamos darles un valor intrínseco. Utilicemos el aburrimiento como una sustancia para pensar y darle valor a nuestros días. Manejemos el aburrimiento como un digestivo, como una herramienta para decantar la información abrumadora. Incluso, aprovechemos de este tiempo tan subjetivo que disponemos para alimentar algún pensamiento vago y escueto que pase por nuestras mentes. Propongo entonces — los que podemos dentro de nuestro contexto y posibilidades— que nos aburramos un poco en estos tiempos de cuarentena. Que cuando llegue ese momento, el aburrimiento, atemos nuestras manos frente a la fuerza arrebatada que ejerce el celular sobre nosotros y nos pongamos a pensar, a imaginar, a crear. De hecho, es probable que estas reflexiones sobre el aburrimiento sean producto de este.





Seguramente algunos no se sentirán identificados con estas líneas ya que consideran que han empleado su tiempo de la mejor manera. Muchos tendrán la suerte, o el infortunio, de estar atados a los horarios de oficina o las clases virtuales desde sus casas. Y mucho más importante, soy consciente de que estas consideraciones que hago reposan desde un privilegio que muchas otras personas, desafortunadamente, no tienen. No obstante, mis nociones del tiempo se han visto profundamente distorsionadas. Veo pasar los días como Isabel viendo llover en Macondo. Este gran aguacero, provocado por un enemigo invisible, me ha hecho perder mi ubicación temporal. El espacio que suelo frecuentar no es el mismo, los horarios de desayuno, almuerzo y comida se ven completamente desorganizados y, a veces, al final de la jornada, siento que no hice absolutamente nada. Empero, estoy emprendiendo una lucha para volver a organizarme, para darle valor mis días en estos tiempos tan aciagos, para disfrutar de las minucias que ofrece un libro o un pensamiento, para volver a recuperar los ritmos del aburrimiento y convertirme en el “desocupado lector” que tanto invoca un tal Miguel de Cervantes.



 

Por: Pedro Manuel Salazar Montero, politólogo y estudiante de la maestría en Historia en la Universidad de los Andes.



*** Blogs El Uniandino es un espacio abierto a la comunidad que ofrece el periódico El Uniandino para explorar temas nuevos, voces diversas y perspectivas diferentes. El contenido se desarrolla por los colaboradores con asesoría del equipo editorial del periódico.

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