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Diarios etnográficos del Covid-19: La diversidad de estrategias creadas para afrontar esta situación

En esta entrada, Laura Ronderos Torres, estudiantes de Lenguas y Cultura & Antropología construye sobre la importancia del ejercicio etnográfico, especialmente en tiempos de pandemia.


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Para la segunda parte de este diario etnográfico en la que pretendo aportar una mirada distinta, tal vez más humana, sobre la pandemia actual, emprenderé el complejo e interesante camino de hacer etnografía de esta situación de peste. Así que, teniendo en cuenta la forma como fue descrita esta labor en el capítulo anterior, les recuerdo que lo que me propongo hacer ahora es exponer e interpretar, así como documentar y registrar, la diversidad de mecanismos de defensa que hemos creado los seres humanos para afrontar este virus desconocido y el desorden social que produce. Para ello, describiré y explicaré las estrategias que he logrado identificar a partir de las experiencias de otros y de mí misma en estos días de aislamiento social obligatorio. Pero antes que nada, quisiera agradecer a todas aquellas personas que se tomaron el tiempo para compartir sus vivencias conmigo. Este trabajo no sería posible sin su ayuda. Por lo tanto, quiero darles el crédito debido y recordarles que este diario es un espacio colectivo, una construcción conjunta, sedimentada en pequeños pedazos de cada ser. Se trata de un diario en el que se despliegan una multiplicidad de voces.


Habiendo dicho esto y con el fin de lograr un registro organizado, dividiré esta amplia variedad de estrategias en dos grandes categorías: afectividades y sentires por un lado, y accionares y actos por el otro. En el presente documento me concentraré exclusivamente en los temas de la primera categoría. Para la cual he denominado como afectividades o sentires a esos mecanismos de defensa que hemos desarrollado en términos emocionales, es decir, los sentimientos, sensaciones, mentalidades, etc., con las que hemos reaccionado frente a la pandemia.


Una de las más claras respuestas emocionales durante estos días ha sido la ansiedad, en relación con otras emociones como el estrés, la angustia, el miedo y la preocupación. En mi caso, este es un estado que he sufrido por muchos años. Pero con la situación actual las sensaciones de inquietud, inseguridad y angustia que se relacionan con este estado no han hecho sino aumentar en mi vida diaria. Esto no es sorprendente, pues estamos viviendo una situación angustiante en todo sentido. Tenemos miedo a infectarnos con el virus. No solo por los graves efectos que esto puede tener en nuestra propia salud, sino también porque con ello podemos afectar a personas cercanas. Una persona infectada se convierte entonces en la encarnación viviente de ese diminuto pero poderoso enemigo. Como resultado, una forma de defendernos frente a esta amenaza es teniéndonos miedo a nosotros mismos. Para las personas de la tercera edad esta angustia tiende a ser aún mayor. En las palabras de mi abuela, Gloria Mendez (G.M), esto se hace evidente cuando enfatiza la preocupación con la que ella y mi abuelo han vivido esta pandemia. Principalmente ya que es una entidad desconocida y por la capacidad que tiene para afectar con mayor gravedad a las personas mayores como ellos. En la experiencia de mi amigo, Nicolás García (N.G), quien vive con sus abuelos, esto también es visible al comentarme el gran temor y angustia con los que han vivido en estos días él y sus abuelos.


Pero esta sensación de ansiedad y angustia no solo se debe al miedo al contagio. El confinamiento preventivo en el que nos encontramos la mayoría de personas ha agudizado también estos sentimientos. En nuestra naturaleza humana está implícita la sociabilidad, por ello no estamos acostumbrados a vivir encerrados y aislados el uno del otro. Y, aunque el tiempo en casa puede disfrutarse, llega un momento en que la necesidad de salir y de respirar aire fresco se vuelve inevitable. En momentos como esos la desesperación y la impotencia entran a jugar papeles clave dentro de esa ansiedad reflejada en múltiples testimonios como el de Daniel Tellez (D.T), quien comenta que se ha sentido desesperado por salir y con mucha ansiedad porque la situación acabe. Así mismo, testimonios como el de Catalina Manrique (C.M), quien confesó la gran ansiedad que sintió al comienzo del encierro como una sensación de no poder con la situación. El confinamiento se convirtió para muchos en una “rutina interminable y un día a día sin saber qué va a pasar”, tal como dice mi tía Cecilia Torres (C.T).


He aquí el otro punto clave que se relaciona con esta ansiedad: la incertidumbre, el no saber qué pasará mañana ni dentro de unos meses, así como cuándo terminará el encierro, la distancia, el miedo, la necesidad de estar prevenidos de nosotros mismos. “Pero no dejo de sentir un poco de miedo, de expectativa de cómo será esto en 1, 2 meses o de acá en adelante!” -comenta mi tía Gloria Ronderos (G.R)- “la vida será diferente, pero cómo, qué será diferente, el saludo, ¿la forma de reunirse será virtual como lo he hecho ahora en el encierro? ¿No puedo dar un abrazo o un beso a quienes amo?”. Vivíamos de una forma en la que nada cambiaba, o al menos así parecía, en la que saber lo que ocurriría mañana o en una semana no era completamente seguro, pero bastante predecible y tal vez no tan preocupante. Ahora, en medio del caos, saber lo que se viene es imposible. Lo único que sí es claro es que nada será igual. Mi tío, Eduardo Ronderos (E.R), como la mayoría, es consciente de esto: “hay una inquietud muy importante y es cómo serán las futuras etapas y los recursos que necesitamos, que además vendrán cambios para realizar todas las actividades del presente en los gobiernos, en las empresas, en los hogares, en la educación, es decir, en todas las costumbres y la vida de los que habitamos este planeta”. El cambio es inevitable y desconocido, y eso suscita una multiplicidad de preguntas imposibles de responder que, a su vez, promueven justamente ese miedo y angustia.


Pero no solo las causas de la ansiedad como mecanismo de defensa son claves aquí. Esta también ha tenido efectos importantes en nuestro comportamiento y en nuestra salud física. “Personalmente, me ha dado mucha más ansiedad de lo normal e insomnio, que he escuchado es frecuente en este momento” comenta mi amiga, Laura Sofía Ruiz (L.S.O). Mostrando así que el insomnio ha sido una condición común en estos días, hecho del que yo misma soy testigo. La falta de concentración también ha sido un efecto recurrente, como lo demuestran las palabras de mi amiga C.M, “me ha costado mucho mantener la disciplina estudiando, no me concentro y procrastino mucho”, y de Laura de Paiva (L.D.P), “en cuanto a la universidad, siento que no aprenderé nada, no logro concentrarme estando en casa”. Otras consecuencias físicas podrían ser la dificultad en la toma de decisiones, los desórdenes alimenticios y los dolores de cabeza, que en la experiencia de mi tía C.T han sido una causa importante de problemas a la hora de dormir. En últimas, ese miedo y esa angustia que hemos desarrollado en nuestra conducta actual como una manera de responder ante el caos lo que han hecho es sumergirnos aún más en él. Sin embargo, no observo esto con malos ojos. En realidad, el hecho de reconocer que estamos sintiendo este tipo de inseguridades lo considero de enorme valor. No siempre podemos estar bien, a veces estar mal es necesario para poder realmente dejar ir nuestras angustias, sintiéndolas, apropiándonos de ellas y liberándolas luego de nuestro ser.


La siguiente reacción emocional que identifiqué fue la paranoia y la sobreprotección. La rápida expansión del virus alrededor del mundo puso a toda la humanidad en una situación de alerta. El peligro se veía cada vez más cerca y por ello, la necesidad de estar preparados se convirtió en la prioridad número uno.

Esta necesidad desenfrenada, promovida también a través de los medios de comunicación, dio como resultado dinámicas impulsadas por el pánico y la paranoia como la compra compulsiva en los supermercados, especialmente de productos relacionados a la higiene. Este comportamiento, más allá de tratarse de una dinámica de egoísmo relacionada con lo que podríamos llamar el “sálvese quien pueda”, debe verse como una reacción instintiva de nuestra naturaleza que ve en la compra excesiva de productos una forma fundamental de supervivencia. El hecho de que se haya convertido en una conducta común, tiene que ver además, con el efecto de imitación que se incluye dentro de nuestro carácter social: nos miramos unos a otros en busca de una sensación de seguridad compartida.


La indiferencia y la negación de la situación también son respuestas que pude observar. En ellas, se encuentra implícita la idea de creer que todo sigue igual en medio del cambio, lo que conlleva conductas irresponsables y subversivas que pretenden romper aún más con el poco orden que se ha intentado mantener en la sociedad. En palabras de mi abuela, “hemos analizado que la mayoría de la gente está colaborando con la cuarentena para el bien de todos, pero también hemos visto personas que son egoístas y confiadas, y no hacen caso a las medidas de la cuarentena y así demuestran su egoísmo y no ayudan a solidarizarse con los demás”.


Estas respuestas son aún más comunes entre las élites poderosas y ricas que ven la pandemia como una amenaza al status quo, por medio del cual han alcanzado su poder. Buscan la manera de acelerar el retorno a la “normalidad”, sin ser conscientes de que el caos que estamos sufriendo ahora es causa directa de la catástrofe en la que ya estábamos sumergidos desde antes, en términos de contaminación ambiental, exclusión e inequidad social. Sin embargo, algunos de ellos, en vez de intentar traer de vuelta “lo normal” mediante la negación de la gravedad de la pandemia, han logrado trasladar su antigua normalidad, relacionada con conductas delictivas y corruptas, al desorden actual. Muchos han aprovechado esta situación de crisis para beneficiarse, mayormente de manera económica, a costa de la preocupación y escasez de los demás. En Colombia, aunque el virus fue capaz de suspender la actividad de la mayoría de la población, lastimosamente no logró contener las constantes conductas ilegales de las que cada día se ve plagado el país. Así que vemos que, en términos de Sáenz (2020), “primero que el virus, la otra pandemia que azota al país es la de la corrupción”, una plaga que nos ataca desde hace décadas y

que en tiempos de coronavirus se ve expresada en los sobrecostos de varios productos en la creación de mercados para garantizar la seguridad alimentaria de los más necesitados, así como en el gasto desorbitado de dineros públicos para la compra de insumos o materiales médicos. No obstante, ésta no es dinámica local, es un problema que desafortunadamente ha continuado en todo el mundo, tal como la misma pandemia, y se ve desde el robo de datos e información financiera hasta la oferta de fármacos engañosos para contrarrestar el virus y el fraude en los resultados de pruebas de diagnóstico (El Tiempo, 2020).



Por otro lado, estando confinados en nuestras casas, pensando constantemente en el momento en que por fin acabe esta tormenta, librarnos del aburrimiento parece en ocasiones algo imposible. “He tratado de hacerlo lo más razonable y agradable posible, pero con el tiempo no dejan de presentarse situaciones de aburrimiento y desesperanza”, comenta mi tío Orlando Ronderos (O.R). En presencia del aburrimiento tendemos a refugiarnos en sensaciones de desánimo y desesperanza, que muchas veces terminan desencadenando actitudes negativas en nuestra vida diaria como el profundo desgano manifestado por mi amiga Daniela Cancelado (D.C), “la verdad no he tenido ganas de hacer nada pero me da mucho estrés porque hay muchas cosas que hacer con la universidad”, o el sentirse inútil, expresado en la experiencia de mi amiga Isabella Ruiz (I.R), “últimamente me he sentido bien, pero también “inútil” a veces. Me gustaría ser menos perezosa, hacer cosas más productivas en mi tiempo”.


La soledad, la tristeza y el extrañar el contacto con el otro también se abren paso en el entorno del aburrimiento. En los testimonios que recibí, esta añoranza por la interacción con el otro se convierte en la nueva plaga que azota nuestras mentes, en esa sensación que nos aflige sin descanso. “Para mi lo más difícil [ha sido] la soledad de la familia, el no saber cómo están las personas que te importan o saber a medias…se extraña un abrazo, una sonrisa, una cara amable, el contacto físico con el otro”, comenta mi mamá Claudia Torres (Cl.T), así como I.R expresa que “me hace mucha falta el contacto físico y me aterra pensar que será difícil tenerlo por mucho más tiempo del de la cuarentena”, anhelo que también manifiesta mi tío O.R al expresarme “cuídate y cuida de tu padre, los dos se necesitan y pueden ayudarse mutuamente. Eso es una suerte, no es lo mismo cuando se está solo”. Aunque tendemos a ver este anhelo con ojos tristes, yo veo en él algo positivo: el restablecimiento y el reforzamiento de la necesidad del otro como cualidad inherente a nuestra condición humana. El individualismo y el egoísmo que hemos promovido a través de nuestro estilo de vida nos juega ahora una mala pasada, pues nos damos cuenta de lo mucho que nos necesitamos los unos a los otros y de que estar juntos como sociedad es lo que realmente importa.


Como vemos, el aburrimiento es concebido y percibido desde la negatividad. Vivíamos en un mundo sin frenos, en el que el aburrimiento no encontraba espacio ni tiempo. Veo en la negatividad con la que nos relacionamos ahora con ese “no hacer nada” un reflejo de ese mundo, de esa necesidad abrasiva de estar en permanente actividad y de ese sentirse improductivo como algo estrictamente perjudicial. La pandemia nos ha obligado a detenernos y, con esto, a aprender a aburrirnos, a ver ese aburrimiento no como una falta de productividad sino como un paso necesario para llevar a cabo esa productividad con mayor entusiasmo.


Y es que no somos pocos los que hemos logrado ver ese aburrimiento como un detonante de la creatividad y de la voluntad de mantener una actitud positiva frente a la situación.

En estos días de confinamiento, muchos hemos encontrado en la productividad un refugio seguro para la mente y el cuerpo: “mi forma de mantenerme en calma es mantenerme ocupada con cosas que me gustan”-cuenta mi amiga Mariana Hoyos (M.H)- “trato de hacer cosas que me hacen realmente feliz, más que solo ver pasar el tiempo”.

Mi amiga L.S.R también lo ha vivido así, “intento no quedarme mucho tiempo desocupada porque eso me deja mucho tiempo para pensar de más y genera más ansiedad…También intento concentrarme en las cosas pequeñas que puedo solucionar sola o que puedo empezar a hacer ahora para sentir que estoy aprovechando el tiempo”. Otros no solo han tomado esta oportunidad para producir, sino también para “crear a partir de lo que he hecho y he aprendido…crear algo nuevo, algo original mío”, en palabras de mi amigo Juan David Cortés (J.D.C).


Pero el ser productivo como una forma de mantenernos ocupados no siempre es suficiente, también nos hace falta la diversión, la recreación, esa dosis de alegría con la que nos escapamos a ratos de esta realidad agobiante.

Mi amiga Juanita Ortiz (J.O) ha encontrado esta alegría en la libertad del baile, “bajé TikTok, empecé a bailar, no subir videos sino solo para mí, para divertirme”, pero también en la emoción de empezar a ver una nueva serie, “que es algo que yo no hago cuando estoy en la universidad”, y en el escuchar y descubrir nueva música, “y pues eso me ha ayudado demasiado!”. Pequeñas cosas que nos dan alegría y tranquilidad porque nos ayudan a olvidarnos de todo, al menos por un minuto y a sentir que estamos bien. Y es que para muchos ese olvido momentáneo, esa falsa normalidad, han sido estrategias a las que nos hemos aferrado como una manera de no caer, de recordar que estamos vivos y de que podemos hacer grandes cosas con nuestra existencia.


Una muestra común de esas grandes cosas que se desarrollan dentro de esta positividad y creatividad la vemos en el arte. Hay algo en los tiempos de colapso, de desorden, de caos que impulsa irrefrenablemente nuestra faceta artística y casi que nos obliga a plasmar tanto nuestras angustias, penas y miedos como nuestras alegrías, gozos y entusiasmos a través del dibujo, la pintura, la escritura, la música, etc. El arte, que muchas veces es tomado como una forma de desahogo, ha reforzado en esta pandemia sus poderes sanadores, convirtiéndose para muchos en un espacio seguro de descarga emocional y con esto, de alivio, de consuelo, de bienestar. Un espacio en el que nos damos cuenta de que la expresión de lo bello y lo sublime es en este tiempo un salvavidas mucho más fuerte que cualquier expresión de poder económico o político.


Ahora bien, algo bastante particular que pude reconocer en los testimonios fue la facilidad que encuentran unos para disfrutar su casa como propia, en contraste al gran anhelo que sienten otros por verse lejos de aquello que consideran propio. “En estos días he empezado a valorar mucho el tiempo en mi casa, mi hogar” -comenta mi tía Carolina Torres (Ca.T)- “en la vida normal solo pensaba en trabajo y no disfrutaba de mi casa, ya que casi no permanecía en ella”. El aislamiento ha dado a muchos la oportunidad de hacer de su casa un espacio propio para disfrutar y así, les ha permitido percibir en ese disfrutar cierta calma y bienestar, fundamentales a la hora de sobrellevar el agobio que produce la pandemia: “me he sentido super bien, estoy feliz. Me encanta estar en mi casa porque es mi espacio, donde me siento segura, tranquila y sin preocupaciones”, expresa Laura Guzmán (L.G).


Contrariamente, algunos perciben su casa como un lugar ajeno, que no les pertenece en su totalidad y que en vez de ofrecer a su vivencia cierto consuelo, se convierte en un espacio de soledad, de melancolía, de represión. “Estar en casa siempre es confuso. Me fui a otra ciudad a estudiar y eso me era un espacio diferente. Puedo pensar y enfocarme en otras cosas. El estar en casa me hace querer pensar en lo que dejé acá y en el papel que cumplo con mi familia... Y también cargo con los errores y todo lo que he hecho mal y que tapo cuando estoy fuera”, confiesa mi amiga Daniela Rojas (D.R). La falta de esos lugares propios se traduce entonces en mayores anhelos: “yo vivo sola y me vine a estar con ellos [mis familiares] para la cuarentena pero realmente aún estando con ellos es como si siguiera sola en mi apartamento… Siento que sí extraño estar con mis amigos en la universidad, ese espacio era algo muy mío”, expresa L.D.P.


Por último, observo un gran cambio afectivo en cuanto a nuestras preocupaciones. Aquellas dificultades que antes de la pandemia nos inquietaban, hoy ya no son cosa que tengamos que pensar de más, como comenta mi tía G.R: “como sigo trabajando en casa, me ha parecido fabuloso porque no tengo que desplazarme hasta la oficina en un trancón bárbaro, una hora de ida y otra de vuelta a casa, evito ese estrés, en ese sentido ha sido positivo el encierro, puedo levantarme más tarde, desayunar rico y con calma y no tengo que pensar qué ropa ponerme, secarme el pelo, maquillarme, en fin, muy ventajoso!!”. Tener que madrugar, preocuparse por encontrar un medio de transporte que nos lleve al lugar donde realizamos nuestras actividades diarias, angustiarse porque la densidad del tráfico afecte nuestra hora de llegada, tomarse el tiempo para elegir la vestimenta adecuada para cada día, etc., son algunas de las cosas de las que ahora muchos podemos prescindir, lo que ha sido positivo. Sin embargo, la carga en que se habían convertido estas actividades no se ha logrado disipar por completo estando en casa, en realidad ésta se ha visto reemplazada por otras dificultades (para algunos también nuevas) muy diferentes, pero aún fatigantes: hacer el aseo de la casa, cocinar todos los días, saber manejar las plataformas virtuales para el tele-estudio o tele-trabajo, tomar las precauciones al verse en la necesidad de salir, lidiar con una mayor carga laboral/académica, entre otras. En otras palabras, permanecer en casa ha implicado también ciertas preocupaciones que ahora debemos saber manejar si queremos lograr una estadía organizada y más placentera en nuestros espacios.


Con esto he terminado de exponer las estrategias que hemos establecido en estos días en términos afectivos, que como vemos se trata de una gama bastante amplia y variada de emociones y reacciones. Continuaré con el desarrollo de la segunda categoría, accionares y acciones, en la próxima entrada.



Referencias

Sáenz, J. (2020). Corrupción, la pandemia en el COVID-19 que se busca frenar a tiempo. El Espectador. Disponible en: https://www.elespectador.com/coronavirus/corrupcion-la-pandemia-en-el-covid-19-que-se-busca-frenar-tiempo-articulo-915484

Tendencias El Tiempo. (2020). Coronavirus: líos de corrupción y oportunismo que indignan al mundo. El Tiempo. Disponible en: https://www.eltiempo.com/mundo/mas-regiones/casos-de-corrupcion-y-estafa-en-el-mundo-por-coronavirus-485770






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Por: Laura Ronderos Torres, estudiante de Lenguas y Cultura & Antropología en la Universidad de Los Andes


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