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  • El Uniandino

Diarios etnográficos del Covid-19

Actualizado: 7 ago 2020

En esta entrada, Laura Ronderos Torres, estudiante de Lenguas y Cultura & Antropología continua construyendo sobre la importancia del ejercicio etnográfico, especialmente en tiempos de pandemia.


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Cap. 2 La diversidad de estrategias creadas para afrontar esta situación de pandemia


En la anterior entrada exploré los diversos mecanismos de defensa que hemos desarrollado durante este tiempo de pandemia, concentrándome en las emociones y sensaciones con las que hemos reaccionado. Ahora continuaré en este espacio discutiendo los temas relacionados con la segunda categoría de mecanismos: los accionares y actos. Con estos me refiero a esas acciones y dinámicas que hemos llevado a cabo o que hemos puesto en práctica a la hora de lidiar con esta situación de pandemia.


Empecemos con una estrategia que ha sido clave para ayudarnos a combatir esta crisis: la responsabilidad. Nos es posible ver la responsabilidad principalmente reflejada en el acto

solidario de cuidar a los demás por medio del cuidado a nosotros mismos. Esto es, acatando las medidas de cuidado y precaución como el aislamiento social obligatorio y el protocolo de limpieza, sin que el hecho de seguir estos mandatos signifique caer en el miedo, el pánico o la sobreprotección. Mi tía G.R comenta que “esta situación de confinamiento al comienzo la tomé como una simple medida de prevención, de cuidado frente al contagio del COVID-19 y me pareció perfecta y necesaria”. Las precauciones las ponemos en práctica porque sabemos que son necesarias y tendrán un impacto positivo en la contención del virus. Algunos se han visto en posiciones difíciles para poder cumplir con ellas, ya que implican la obligación de quedarse en casa, de limpiar los espacios con implementos de aseo adecuados y de portar instrumentos de prevención como el tapabocas, cosas que no todos tienen el lujo de hacer y tener. Para estas personas, el acatar estas medidas los deja en una encrucijada que no es para nada fácil de resolver: me arriesgo a salir pero consigo lo que necesito para comer, o me cuido y me quedo en casa pero sabiendo que aguantaré hambre. Sin embargo, aquellos que contamos con las comodidades para cumplir, hemos hecho todo lo posible por seguir las medidas rigurosamente y con ello, ayudamos a cuidar a esas personas para quienes la situación es más difícil: “desde nuestra llegada a Canadá hemos seguido al pie de la letra todas las recomendaciones de las autoridades: cuarentena, lavado de manos, no salir a menos que sea estrictamente necesario (cita médica, banco, provisiones), mantener un distanciamiento de al menos 2 metros; uso de tapabocas en caso de salir; seguir el protocolo al regreso de la calle. Desde nuestro regreso [en] marzo 19 sólo hemos salido en dos ocasiones”, explica mi tío Ariel Ronderos (A.R).


Aunque hemos tratado de ver esta responsabilidad de la mejor manera, esta no deja de traer grandes cambios, tediosos muchas veces, en nuestras actividades y costumbres diarias. En la vivencia de mi tío O.R, “esta situación ha generado muchos cambios en mi vida personal y profesional, sobretodo en cuanto a la organización para hacerla llevadera porque

no sabemos cuánto tiempo va a durar”, pero también en la experiencia de D.C sobrellevar estos cambios ha sido complicado, pues “no he podido tener un horario normal y eso afecta”. Como sabemos, actuar responsablemente muchas veces implica reprimir nuestros deseos, nuestras voluntades, y ceder frente a eso que queremos pero que sabemos que no es momento de satisfacer. “Nos gustaría salir y disfrutar de nuestra hermosa naturaleza pero nos abstenemos por nosotros y nuestros semejantes”, comenta mi tío A.R. No hay duda entonces de que en tiempos de crisis hemos tenido que contener estos antojos y placeres aún más, no solo por la voluntad de ser buenos ciudadanos, sino también porque se han convertido en deberes obligatorios ante la ley.


Mantenerse informado también ha sido una manera de responsabilidad a los ojos de muchos. En palabras de mi abuela, “estamos informándonos de cómo van las cosas y qué debemos hacer, por lo que hemos seguido todas las instrucciones que da el gobierno para seguir la cuarentena, nos aperamos de víveres y medicamentos para evitar salir y correr el riesgo de contaminarnos”. Según mi experiencia, estar informado es importante para conocer las nuevas medidas que se establecen cada día para contener el virus y así, saber cómo aportar un granito de arena en toda esta situación mediante un cuidado adecuado. Sin embargo, veo en esa necesidad de información algo también muy peligroso para nuestra salud mental porque considero que estar permanentemente pendiente del número de muertos y de contagios o de problemas económicos que trae la pandemia no es algo que nos ayude a mantener la calma y la esperanza de que saldremos adelante. Una dosis de realidad puede ser necesaria para ser conscientes de lo que estamos viviendo, pero, como afirma L.S.R, “no todo el día, pues es abrumante”.


Además, otros han tomado una actitud responsable no solo en términos de prevención, sino también frente al cumplimiento de deberes como el estudio y el trabajo. Lo vemos en la experiencia de mi amiga Laura Paez (L.P), “he podido hacer mis responsabilidades de la universidad con mayor calma y tiempo, sintiendo así, que rindo mucho más que cuando, además de tener obligaciones, salía con mis amigos”, pero también de J.O, “al principio de la cuarentena, yo estaba que explotaba por la carga académica, entonces dije como bueno, es un momento en el que puedo aprovechar para estudiar. Literalmente, los primeros días solo me enfoqué en eso y no hacía absolutamente nada más que no fuera estudiar”.


Otros mecanismos bastante recurrentes en nuestras experiencias y, en mi opinión, uno de los más valiosos son el aprendizaje y la reinvención. Como seres humanos, poseemos la capacidad de adaptarnos a nuevos entornos como una forma fundamental de supervivencia. Hoy hemos tenido que retomar esa capacidad con urgencia y buscar la mejor manera de

desenvolvernos en este medio de caos y desorden, aprendiendo de la situación y ojalá, llevando lo aprendido a nuestra vida futura. Por un lado, hemos tenido que reinventar el modo en el que desarrollábamos nuestras actividades diarias en el estudio, el trabajo, nuestros hobbies, la comunicación con los demás, en fin, en todos los ámbitos de nuestra vida. Para mi tío O.R, profesor de la lengua española en Francia, esto ha sido difícil: “he tenido que replantear todos mis cursos pues no es lo mismo dar cursos con una presencia corporal de las personas individuales o grupos, que dar cursos online, por teléfono o por Skype. Es algo completamente nuevo para mí, sobretodo en los cursos de grupo. En las clases de lenguas, el lenguaje corporal es muy importante y a distancia es muy difícil comunicar de esta manera, entonces eso ha hecho modificar métodos y preparar material nuevo”. Pero lo más importante de lo que me cuenta es que “todo esto ha sido positivo y he tratado de sacarle buen provecho a la experiencia”. He aquí el aprendizaje, eso que nos ha ayudado a verle el lado positivo a esta realidad.



Otros nos hemos aventurado a probar actividades diferentes para combatir el aburrimiento, pero también como una forma de aprender algo nuevo. “Mi cuarentena es hacer tareas, pero cuando tengo tiempo libre salgo a caminar (nunca lo hacía)”, manifiesta Paola Rodríguez (P.R), o también lo vemos en la emoción que expresa mi tía G.R al comentarme que “¡entonces he aprendido a cocinar, a hacer cositas y sola!... ¡Aprendí a hacer arroz!”. Cocinar algo nuevo, aprender un idioma, leer algo distinto, aprender a tocar un instrumento, intentar una nueva forma de hacer deporte, son otros ejemplos de cosas que pueden parecer pequeñas e insignificantes, pero que en realidad tienen el poder de enriquecer enormemente nuestras experiencias.



Además, muchos hemos tenido que aprender a convivir en familia y con nosotros mismos. Para algunos ha sido más difícil pues no todos están acostumbrados a vivir conjuntamente y menos de una manera tan prolongada. En la experiencia de J.O ha sido muy difícil convivir con su padre, quien se está quedando en su casa durante la cuarentena y con quien no estaba acostumbrada a vivir desde los tres años. “Obviamente son costumbres diferentes, además él tiene que dormir en mi cuarto, entonces ahora ya no puedo usar mi cuarto, no puedo tener mi privacidad”. Esto hizo de la primera semana en casa un infierno para ella, “hubo muchas peleas y todo”.


En cambio, otros han desarrollado diferentes estrategias que les han permitido lograr una convivencia mucho más amena. “[Con mi familia] intentamos tener una rutina similar todos (despertarnos y comer a la misma hora todos los días, hacer ejercicio)”, comenta L.S.R, o por ejemplo “en mi casa para repartirnos los deberes que tiene cada uno decidimos implementar una ruleta con los nombres de cada persona. De esta manera, tomar decisiones sobre los quehaceres de la casa es divertido y no peleamos al respecto”, en palabras de Antonio Gaitán (A.G). Lograr este tipo de estrategias es clave a la hora de vivir en conjunto y más cuando la convivencia es permanente, pues, aunque somos seres sociables que estamos acostumbrados a convivir, también necesitamos de nuestro propio espacio para vivir tranquilamente. “En mi casa sirve que tengamos espacios para compartir pero también que cada uno tenga espacios para estar solo y hacer sus cosas, evita tensiones”, explica M.H. Es aquí donde el aprender a vivir con nosotros mismos se vuelve fundamental. Esto está íntimamente relacionado con nuestra reconexión el yo interno (el ser propio). De esto hablaré más adelante.


Por último, tal vez lo más preciado que hemos podido sacar de toda esta dinámica de aprendizaje es el reconocer, valorar y cuidar lo que que tenemos, empezando por una estimación mayor del tiempo como “uno de los recursos más valiosos que tenemos y que a veces lo desgastamos en pendejadas, entonces hay que organizarse con el tiempo y hacer cosas que valgan la pena, por ejemplo más tiempo para compartir con la familia, para ser más tolerantes, más consentidores con ellos, para estar con el ser que amamos, con los verdaderos amigos”, en la voz de mi tía G.R. Pero también, como afirma mi mamá, “por ahora es claro que los valores que eran importantes, hoy ya no son los mismos”, hemos cambiado nuestras prioridades, lo que nos importa ahora es justamente aquello que debería habernos importado desde siempre. “He apreciado los paisajes, un atardecer. Me he dado cuenta que las cosas materiales como la ropa, el carro, joyas.... no son nada ante una situación donde la vida de todos está en riesgo y eso es lo que realmente vale”, comenta mi tía Ca.T. Hoy agradecemos más que nunca aquello que antes dábamos por sentado,“tener una casa, comida, a mis seres queridos; disfruto cuidar mi casa”, en palabras de mi tía C.T, o de mi tío A.R, “los humanos deberíamos aprender de esta experiencia para VALORAR lo que hoy no podemos disfrutar: una reunión, un abrazo, una caminata en grupo…¿será que SÍ aprenderemos a comportarnos mejor?”. Mi tío propone aquí una pregunta clave, a la que respondo con cierto optimismo porque es precisamente a lo que me he aferrado en estos días, pero a la vez un poco escéptica: ojalá que así sea porque si no, me pregunto, ¿qué tipo de catástrofe mayor tendrá que venir a atacarnos para que realmente aprendamos?


Siguiendo esta línea del aprendizaje ligado a valorar lo que tenemos, hemos podido alcanzar otra bonita dinámica: la reconexión con la familia y los amigos. Como he dicho ya en otras ocasiones, el contacto con el otro se ha vuelto una de nuestras mayores necesidades, cosa que nos ha hecho valorar aún más nuestras relaciones interpersonales. La tecnología ha jugado aquí un papel fundamental, pues ha permitido una mayor cercanía a pesar de la distancia para aquellos que no viven con sus familias o que no pueden estar con sus amigos. En la experiencia de mi abuela, “esto nos ha llevado a una mayor comunicación con la familia, cosa que nos ha unido a todos y nos ha dejado compartir nuevas experiencias y vivencias con cada familia y amigos”. Para mis tíos A.R y O.R , quienes viven en otro continente lejos de su familia, la tecnología ha sido esencial para lograr tal conexión mayor con las personas más cercanas. Y, aunque no sea lo mismo que hablar en persona, “me gusta tener contacto con la gente así sea por estos medios”, en palabras de I.R.


Por otro lado, esta reconexión familiar ha sido mucho mayor para aquellos que tienen la fortuna de vivir juntos y que han tenido la oportunidad de disfrutar más el tiempo en familia. “[He podido] volverme a conectar con mi familia, de la cual estaba alejada por tanto salir. Hemos visto películas juntos, cocinado y horneado galletas, lo cual ha roto con la monotonía”, cuenta L.P. Hemos encontrado entonces la manera de fortalecer esos lazos familiares que, en tiempos “normales” no nos preocupamos realmente por cultivar, como expresa L.S.R, “ha sido muy importante sacar tiempo para hacer algo juntos por las noches (juegos de mesa, ver películas)…”, o de acuerdo con D.C, “parchar con mi familia me ha parecido lindo y cuando jugamos cosas, se pasa el rato bien”.


Sin embargo, lo importante no solo ha sido el compartir con el otro. Para muchos este ha sido un tiempo ideal para reconectar con el ser propio, es decir, para cuidarse, quererse y disfrutarse a sí mismo. Muchos han aprovechado el tiempo para cuidarse física y mentalmente: “en mi vida personal ha significado reorganizar mi tiempo con una regularidad en las comidas y lo que como, esto ha sido positivo pues sé que es lo que necesito y debo comer, además de saber que lo que preparo es fresco y natural… me he impuesto una rutina de por lo menos 15 minutos diarios de ejercicios físicos cardiovasculares y/o de estiramientos de los músculos con ejercicios de yoga. Duermo mejor”, explica mi tío O.R. La experiencia de mi tío A.R ha sido similar, “nos hemos ocupado de nuestra salud mental física y emocional. Hacemos diariamente vaporizaciones, toma de temperatura, algunas veces gargarismos y casi a diario ejercicios físicos de estiramiento. También oramos por nosotros, por nuestros familiares, amigos y el mundo en general; también practicamos meditación”. Como vemos, el ejercicio ha sido fundamental en estos días, incluso para aquellas personas que normalmente no se toman el tiempo de hacer actividad física, lo cual ha sido muy positivo.

Empero, esta conexión interna ha ido más allá del cuidado personal, conviertiéndose en una especie de deconstrucción y reconstrucción del ser. Estamos en un mundo en el que comúnmente vivimos a través de los demás, en el que nos hacemos personas con base en lo que vemos que hacen, dicen y construyen los demás, y por lo tanto, nos cuesta mucho encontrar realmente lo que somos y quiénes somos. En tiempos difíciles como estos es cuando muchos nos damos cuenta de que no tenemos la menor idea de quiénes somos, que hemos estado viviendo a través de los otros y esto porque con valor reconocemos que sin los demás, no nos hallamos y no sabemos qué hacer. “Generalmente nuestra personalidad es para otros y no para nosotros mismos, y creo que ha sido una buena oportunidad para reconectar con la de uno mismo”, comenta Sofía Pérez (S.P). Entonces muchos tomamos este tiempo como una manera de volver a nuestras raíces, de encontrarnos, conocernos y reconocernos. Desde mi experiencia he tenido la oportunidad de volver a bailar, de hacer algo artístico con mi cuerpo, cosa que hace mucho no hacía por la falta de tiempo. Además, he podido pintar, leer, hornear, escribir en mi diario, gustos que normalmente solo dejo para la época de vacaciones. He tenido tiempo para estar conmigo misma, para disfrutarme haciendo cosas que me gustan y que lastimosamente casi nunca hago.


Para algunos, este volver a encontrarse se ha vuelto tan importante que se ha convertido en una especie de salvación personal: “yo he tratado de deconstruirme. Venía de un ritmo dónde ya estaba llevando mi energía y ánimo a un extremo. “Afortunadamente” esta situación freno todo en seco. Personal e individualmente, siento que ese escarbar, deconstruir y no pensar en nada a ratos me ha salvado en esta cuarentena”, confiesa Daniela Estupiñán (D.E). Y es que esa falta de conocimiento propio es justamente la que logra destruirnos internamente, muchas veces sin darnos cuenta. Estoy convencida de que tomar este tiempo para aprender a vernos hacia adentro, para sanar heridas internas y para buscar respuestas que nos ayuden a entendernos, aceptarnos y así, a amarnos y valorarnos, ha sido de las dinámicas más enriquecedoras y beneficiosas que se han desarrollado durante la cuarentena.



Ahora bien, también han surgido acciones desalentadoras relacionadas con dinámicas de discriminación. Desde la aparición del virus hasta la situación actual, las acciones discriminatorias han sido constantes, sin embargo, los sujetos a los cuales han sido dirigidas han ido cambiando a medida que avanza la pandemia. Como se trata de un virus originado en China, las personas de origen chino y en general, la población asiática comenzaron a ser blanco de intensa discriminación al momento del descubrimiento del virus y de su expansión por el continente asiático y europeo. Esta dinámica era expresada a través de la tendencia social a distanciarse de estas personas por considerarlas automáticamente como portadores del virus, en palabras de mi profesor Carlos Uribe (C.U).



Al expandirse la plaga por todo el mundo, las dinámicas de discriminación se distribuyeron también hacia otros objetivos. Actualmente vemos en las noticias y los periódicos cómo la población inmigrante y los habitantes de calle, personas que tienen muy poco y que por ello, han recibido ayuda por parte de las entidades gubernamentales de los países para encontrar lugares seguros donde refugiarse, han sufrido gran cantidad de casos de discriminación. En Bogotá, por ejemplo, se han visto este tipo de acciones en los proyectos que se han realizado para resguardar a estas personas vulnerables en polideportivos y otras grandes edificaciones de ciertos barrios, iniciativas a las que los habitantes de dichos barrios han reaccionado con fuerte rechazo, debido a que ven en estas personas una fuente directa de contaminación social para sus barrios.


Pero también el personal médico ha sido discriminado de manera indignante. Muchos médicos y enfermeros, que arriesgan sus vidas día a día para salvar las de los demás, han sido amenazados y obligados a desalojar sus lugares de residencia a petición, o más bien, imposición de los residentes de estos edificios o conjuntos. El trabajo de los médicos les exige estar expuestos al virus, por eso son vistos por muchos como una amenaza para la seguridad y pureza de sus casas, ese espacio que hoy es sagrado. En otras palabras, son concebidos como vectores del enemigo, vectores de muerte. Y la gente le teme a la muerte, lo que la impulsa a reaccionar defensivamente, buscando el mayor distanciamiento posible del peligro que estas personas representan en sus mentes.


Vemos entonces cómo el virus se convierte, no solo en una representación viva del desorden social, sino cómo nosotros mismos hacemos de nuestros semejantes esa misma representación de caos. Percibimos y tratamos al otro como víctima sacrificial en términos de René Girard. La sociedad ve en esa discriminación social dirigida y situada una forma de desviar la violencia que amenaza con herir a todos sus miembros generada por el virus.


En contraste con estos mecanismos de defensa relacionados con la exclusión y segregación del otro, vemos también una de las estrategias más positivas y fructíferas que hemos desarrollado durante la pandemia: la solidaridad. En vez de asustarnos del otro, hemos buscado la manera de ayudarlo, de hacer lo posible para que todos tengamos los medios para navegar y sobrevivir en este mar turbulento que es la crisis. Esta ha logrado incentivar nuestras habilidades empáticas, normalmente tan escondidas bajo el ala del individualismo con el que nos hemos acostumbrado a vivir, al recordarnos que la única manera de superar esto es estando unidos e interesándonos por la situación de los demás. Este interés lo vemos expresado en las múltiples donaciones y regalos que se han recolectado y entregado a las personas más necesitadas en forma de mercados y ayudas económicas, así como también en la flexibilidad de los pagos y créditos para pequeñas y medianas empresas que

no hayan la manera de salir a flote con sus negocios cerrados. Estas son acciones que nos llenan de alegría y esperanza: “algo hermoso, que nos causa admiración, es la solidaridad y la ayuda que se les ha brindado a los más necesitados, muy bello, y la rapidez con que el gobierno está trabajando en pro de la salud de los colombianos”, comenta mi abuela.


El personal médico también se ha visto favorecido por estas acciones solidarias. En contraste con las personas que actúan en defensiva con los médicos, la mayoría les agradece y se solidariza con ellos por ser quienes se sacrifican por todos cada día, arriesgando sus vidas para salvar a los demás. “Una cosa muy admirable es el gran esfuerzo que están haciendo los médicos, enfermeras y demás trabajadores de la salud exponiéndose a ser contagiados; son de un gran profesionalismo y de un gran corazón”, manifiesta mi abuela. Desde esta perspectiva, los médicos se convierten en héroes, a quienes se les debe reconocer su valentía y se les debe dar las gracias por la extenuante labor que llevan a cabo cada día. Este agradecimiento lo vemos reflejado, por ejemplo, en

el acto performativo de aplaudir todas las noches en reconocimiento al trabajo de estos héroes, acción que se ha desarrollado en varias partes del mundo. La solidaridad se ha extendido a todos los ámbitos de nuestra vida. Vemos solidaridad en el entretenimiento, la política, la economía hasta en el simple gesto de ofrecer nuestro oído para escuchar la experiencia del otro. Hemos aprendido realmente lo que significa cuidarnos unos a otros.



Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos por ayudarnos, no dejan de quedar vacíos y de surgir inconformidades frente a las medidas tomadas para combatir la pandemia. Esto ha llevado a construir otra armadura en defensa propia: la resistencia. Muchos sectores desfavorecidos, que ven en la crisis otra barrera que superar, se han visto desamparados por la falta de ayudas adecuadas para sobrellevar la pandemia. Esta situación los ha empujado a salir a las calles como una forma de reclamar la garantía de estas ayudas humanitarias en términos de alimentación, resguardo, alivios económicos, etc., y aunque la mayoría son conscientes del riesgo que corren al salir de sus casas y aglomerarse de tal forma, prefieren exponerse a este peligro al verse en una posición desesperada en la que el único recurso restante es el hacerse oír a través de la protesta. Esto nos recuerda que a pesar de que estamos sufriendo la misma crisis, esta situación de pandemia no se vive igual para todos, que unos tenemos el lujo de superar

este infierno sin que las llamas se dignen siquiera a tocarnos, mientras que otros deben luchar cada día para no quemarse en el intento de sobrevivir. La pandemia lo ha demostrado: ya viene siendo hora de que comencemos a idear modos alternativos de producción con los que podamos enfrentar la crisis en la que ha sucumbido este modelo capitalista de extracción.


En vista de la falta de materiales e instrumentos médicos adecuados, el personal de la salud también se ha visto en la necesidad de rebelarse contra sus obligaciones si no se les ofrecen los implementos necesarios, negándose a atender a los pacientes. Como consecuencia, muchos médicos han sido amenazados con expedientes o incluso, despidos, lo que ha hecho aún más complicada y desmotivante la experiencia de pandemia para estos profesionales y ha reforzado su condición de víctimas expiatorias de la que hablé anteriormente. En otras palabras, esta dinámica ha convertido a estos valientes héroes en mártires, tal como si se trataran de soldados en tiempos de guerra, lo que nos trae de vuelta la terminología bélica a la que me referí en la primera parte de este trabajo.


Por otro lado, este tiempo de confinamiento también le ha abierto las puertas al poder de la reflexión, ese estado introspectivo, en términos de mi profesor C.U, en el que tenemos el coraje para darnos cuenta de nuestros errores, de lo que no nos funciona, así como para reconocer aquello que hemos hecho bien. Frente a la pandemia, esta reflexión se ha concentrado en múltiples aspectos. Uno de los más importantes ha sido el entendimiento de la crisis como la representación viviente de la necesidad de cambio, como un despertar indispensable para aceptar el cambio inminente que viene. “Estoy mentalizandome para el cambio, porque sé o por lo menos espero que nada vuelva a ser como antes”, confiesa mi amiga Claudia Matzalik (Cl.M). No tenemos idea de lo que nos depara el futuro, pero algo sí es seguro y es que la mayoría esperamos que esta sea una experiencia que “nos engrandezca y nos haga unos mejores seres humanos”, en palabras de mi mamá. La pandemia es una muestra perfecta de cómo el poder económico, político, militar, que creíamos tan importante, puede ser superado en segundos por el poder de un virus diminuto, pero al parecer indestructible. Como comenta mi tía G.R, “¡hemos ido por la vida sin detenernos a pensar qué pasaría si todo cambia! ¡Y cambió y no estábamos preparados ni científicamente, ni económicamente, ni emocionalmente! Ni las grandes potencias pudieron con esto, ni el poder, ni el dinero”. Esto ha comprobado el deber que tenemos de replantear nuestras prioridades, entender, por ejemplo, que en esta situación, la victoria no la tendrá el país más avanzado sino el que logre responder con mayor paciencia, humanidad y disciplina.



Mi tío, O.R, expresa además un punto importante al decir que “el mundo está cambiando, esperemos que sea positivo para todos y también para nuestra relación con el planeta”. He aquí una de las mayores ventajas que ha tenido este tiempo de introspección en nuestras mentalidades: nos ha dado la oportunidad de visualizar esta pandemia como un llamado y protesta de la naturaleza, que ha sido tan afectada por nuestro estilo de vida consumista e irresponsable, pues nos ha permitido sentir “una sensación como si la naturaleza estuviera pudiendo a gritos ayuda”, en términos de mi tía C.T. Esto nos ha hecho reforzar el reconocimiento de que debemos cambiar nuestros hábitos por unos que sean más amigables con nuestro planeta, que teniendonos encerrados en nuestras casas, ha podido descansar y recuperarse considerablemente de nuestro maltrato. Algunas evidencias de ello las vemos en las bajas en la contaminación mundial del aire y en la aparición de animales silvestres en lugares donde antes nuestra presencia no les permitía tener la calma y el ambiente adecuado para habitar.



Además, a través de esta reflexión sobre nuestro medio ambiente, hemos asimilado la importancia que tiene el poder disfrutar de la naturaleza de nuestro planeta. Hoy nos alegramos por tener la oportunidad de tomar el sol, de apreciar un paisaje, de respirar aire fresco, de visitar un parque, cosas que antes no solíamos agradecer y disfrutar con tanta emoción. “En mi caso, estoy en un pueblito” -cuenta mi amiga Cindy Rozo (C.R)- “y vivo al lado de un caminito de árboles, y subiendo por ese caminito hay una canchita de fútbol, entonces lo que hacemos acá es que subimos seguido a jugar voleibol a esa canchita o a caminar por ese caminito natural”. ¡Cuántos no daríamos lo que fuera por tener ahora un espacio natural como ese, en vez del concreto de cuatro paredes en el que tantos vivimos!



Con esto vemos claramente cómo puede atribuírsele una doble naturaleza al COVID-19. Por un lado, es una plaga que causa enfermedad, caos y muerte, pero por otro lado, puede ser, a la vez, una cura y una salvación para nuestro planeta. La pandemia nos ha obligado a abrir los ojos y a reconocer, porque no es algo que desconocieramos antes, un problema cuya solución choca fuertemente con los estilos de vida acelerados y derrochadores en los que hemos vivido hasta ahora. Esta situación nos ha hecho reflexionar, tal vez a muchos más, y nos ha demostrado la urgente necesidad de cambiar nuestra mentalidad y nuestras formas de vida, de tal manera que logremos finalmente la tan reclamada convivencia armoniosa con la naturaleza. Y más importante, ¡nos ha enseñado que esto sí es posible!


Cambiemos de tema ahora y traslademos nuestra atención a otra estrategia que ha sido esencial en estos días de encierro. Me refiero al apego a la tecnología, aquella herramienta que ha sido fundamental y ventajosa a la hora de comunicarnos con el exterior, pero que también ha generado una peligrosa dinámica de dependencia en muchos de nosotros. “No me gusta que he estado pegada al celular, más adicta de lo normal”, admite I.R. Mi tío O.R también ha identificado este problema: “lo que es muy difícil es controlar el uso de los dispositivos electrónicos pues para todo dependemos del ordenador, la tableta o el teléfono. Eso me preocupa por el tiempo que paso frente a las pantallas y la dependencia que se ha creado de las mismas”. Además de la dependencia, el apego a estos aparatos también ha significado una mayor distracción a la hora de trabajar o de estudiar, e incluso ha llegado a afectarnos físicamente, por ejemplo con problemas de sueño, cansancio en la vista, dolores de espalda, entre otros, lo que nos da a entender que nuestra preciada tecnología ha conllevado desventajas significativas estando en casa. Sin embargo, la mayoría la hemos concebido como una ventaja, pues es lo único que nos permite relacionarnos con los demás, algo muy importante cuando se trata de sobrellevar estos tiempos difíciles. En palabras de mi mamá, “[el] internet que hoy en día es lo más valioso del mundo entero, sin él no hay comunicación ni nada, es nuestro único contacto con el exterior”. No es tiempo de alejarnos, es un momento en el que nos necesitamos más que nunca, así sea desde la distancia y a través de las pantallas.


Pero además de verla como una ventaja, hemos reconocido que la tecnología es también un lujo. Mientras los más acomodados podemos contar con computadores, celulares inteligentes, tablets, y demás aparatos tecnológicos a los que podemos apegarnos, los más desfavorecidos deben conformarse muchas veces con un solo celular, o con suerte, un computador, que no obstante, muchas veces está desactualizado y no cuenta con una siquiera aceptable conexión a internet. Así que en tanto unos sufren porque no saben cómo manejar tanta tecnología, encontramos otros que deben arreglárselas con muy poca, lo que representa grandes dificultades al momento de estudiar o trabajar de manera virtual. Vemos entonces nuevamente esa desigualdad y diferencia tan pronunciada que existe en las vivencias de esta coyuntura alrededor del mundo.


Finalmente, cabe traer a la discusión el refugio que no pocos han encontrado en la fe y en las creencias religiosas. Sabemos que la fe actúa frecuentemente de maneras bastante misteriosas, pues tiene la capacidad de sacar a la luz nuestro lado más espiritual, místico e incorpóreo, haciendo que nos aferramos a cosas que en realidad no podemos percibir ni conocer tangiblemente y que aún así, encontremos en ellas cierta especie de confianza y certidumbre. En estos tiempos de crisis, en los que nos hallamos en una posición de impotencia prácticamente absoluta, algunos logran encontrar en ese misterio que es la fe y la religión, lo que considero un medio para mantener la esperanza y la confianza en que ganaremos esta guerra contra el virus, así como una manera de sentir que están disponiendo sus fuerzas en pro de la situación propia y de los demás. Como vemos, a partir de la vivencia de mi tío A.R, “también oramos por nosotros, por nuestros familiares, amigos y el mundo en general”, este refugio en la fe se trata entonces de una práctica mediante la que consideramos que estamos haciendo y aportando algo en una situación en la que sentimos que no podemos resolver relativamente nada. En el caso de Colombia, el hecho de que esta pandemia nos tomara por sorpresa en época de Semana Santa hizo de este resguardo en la fe algo mucho más común. Esto permitió a varias personas ver en el orar cada día o en el escuchar los emotivos mensajes de aliento dados por el Papa durante la misa tradicional del Domingo de Ramos un modo de actuar desde nuestras casas en virtud propia y de los demás, y con ello, una forma de tranquilidad y calma.


Con esto he terminado mi intento por exponer y explicar las estrategias identificadas para cada categoría, afectividades y accionares, con las que hemos enfrentado esta pandemia del coronavirus. Me dedicaré en la siguiente y última parte de este trabajo, a desarrollar las tres grandes conclusiones que he logrado concebir después de la presente discusión: primera, las estrategias que hemos desarrollado para sobrellevar la pandemia están dotadas de una gran variabilidad, la cual se aleja de lo que en tiempos normales relacionamos con el comportamiento lógico o racional; segunda, esa variabilidad de estrategias es una expresión en sí misma de los instintos profundos de nuestras naturaleza humana; tercera, en tiempos de crisis como la actual, lo que hemos concebido como comportamiento “normal” es justamente esa variabilidad de estrategias, la cual es la misma representación de desorden y caos.


 

Por: Laura Ronderos


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