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  • El Uniandino

Una tregua de saberes: entre la medicina tradicional y la ciencia occidental

Actualizado: 29 sept 2022

Aka pa’j para el pueblo Nasa, ubicado en el Cauca, significa “enfermarse”. Para el muisca, del altiplano cundiboyacense, hazahua es el nombre que recibe la gripe común, la misma que es tratada con la infusión de las hojas de Anamú (Petiveria alliacea L) por los palenqueros de San Basilio. Aunque estos términos suenen lejanos, la búsqueda de una tregua de saberes entre la medicina tradicional y la medicina científica tiene aliados en los laboratorios. Una de ellas es la bióloga Elisa Chaparro, fundadora de la organización Scientelab quien actualmente divulga ciencia en las poblaciones más alejadas de Colombia.



Ante la falta de literatura occidental sobre los ciempiés llegó por accidente a la medicina tradicional oriental. “Sin quererlo terminé dándole una validez científica a la medicina tradicional. Y eso ha sido un complique porque a nosotros como científicos se nos llena la boca diciendo que eso es pseudociencia o que esos conocimientos no sirven” afirma la “Dra Ciempiés”, como le dicen sus colegas. En su investigación, encontró una molécula del invertebrado que podría servir de antiviral para tratar la gripa, otra que es anticancerígena; y un ácido graso que se ha reportado que se usa para controlar la producción en el cerebro de Acetil-CoA, principal causante de patologías como el parkinson.


A pesar de su formación científica, Chaparro no desestima las técnicas tradicionales para aliviar enfermedades, dice que la misma ciencia “es algo tan tradicional como el agua de panela con limón que nos da la abuela cuando tenemos gripe”. Aunque la OMS reconoce la importancia de la medicina tradicional hasta el punto de integrarla en sus políticas de gestión desde el año 2002, en la experiencia de Chaparro este conocimiento está subvalorado en la comunidad científica.

Otro aliado de la lucha contra la ruptura de la dicotomía entre conocimientos científicos y tradicional es el etnólogo y líder afro Óscar Gómez. Él dedica su día a día a entablar una conversación con las comunidades mientras que integra a los médicos en el diálogo. Desde el Barco Hospital San Raffaele, Gómez, junto con un grupo de profesionales, se dedica a llevar el servicio de salud a las comunidades vulnerables del pacífico colombiano. “Mi misión es traducir el idioma de los doctores y ponerlo en cristiano para hacerlo más cercano para las comunidades” señala.


Para Gómez, las barreras del lenguaje son la principal razón por la cual las comunidades locales se sienten tan ajenas a los procedimientos médicos que llevan a cabo en sus propios cuerpos: “Hay un abismo en la comunicación. Recetar una tableta al día, para algunas comunidades podría significar tomar un paquete de pastillas completo. Yo me encargo de hacer conscientes a los médicos de su lenguaje antes de llegar a una comunidad”.

Gómez flota en el limbo entre la medicina del hospital y la de los resguardos para así tejer diálogos entre los médicos y las poblaciones que salen a su encuentro para que sus dolencias sean tratadas entre fármacos y ungüentos. “Hay que propiciar la unión de saberes, dejando de lado el eurocentrismo con el que nos formaron. Yo propongo que nos juntemos, pero que una cultura no pase por encima de otra”. Para el médico, partir de los tratamientos ancestrales es la clave para establecer un seguimiento complementario desde la medicina occidental.



Esto último es lo que propone Mónica Espinoza, antropóloga y líder del grupo interdisciplinario Antropolítica de la Universidad de Los Andes. “Es necesario democratizar el conocimiento y el ethos científico. Esto permitiría darle un reconocimiento a aquellas comunidades que no tienen una formación científica dentro del estándar”, cuenta Espinoza.

Y es que, según la antropóloga, en la discusión sobre las experiencias de los investigadores en trabajo de campo se hace necesario priorizar el conocimiento ancestral para evitar su desaparición. “Hay conceptos científicos muy absorbidos por las comunidades locales, propias de la ciencia de occidente pero al ser practicado por estas comunidades se genera una jerarquía distinta. En esa jerarquización se silencian los saberes desde los cuales pueden partir preguntas investigativas de mucho valor.”


El entendimiento de las culturas humanas, la investigación y el diálogo son apenas algunos de los muchos puentes que se pueden construir para entendernos como humanidad. Una cocina puede ser un laboratorio químico, la selva una farmacia, y los médicos los sabedores de la cultura que está al otro lado del charco.


 

Por: Miranda Bejarano


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