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  • El Uniandino

Un día cualquiera y sin previo aviso

Me levanté un día cualquiera y como de costumbre revisé el celular, pero esta vez algo raro estaba pasando en varios de los grupos de whatsapp en los que estoy sobre temas del municipio en el que vivo. Crecí en Coveñas, Sucre, en la Región Caribe, un lugar donde las playas son serenas por estar en el Golfo de Morrosquillo, la gente es amable y los turistas vienen y se van todas las vacaciones.


En los grupos de whatsapp del comercio en Coveñas, donde se suelen compartir productos a la venta u ofrecer algún servicio, ahora se estaba discutiendo algo diferente. El tema en todos era el mismo: amanecimos en el primer día del paro armado del Clan del Golfo. Y no fuimos los únicos.


El 5 de mayo 4 departamentos de Colombia se despertaron azotados por los hechos violentos del paro armado convocado por el Clan del Golfo, tras la extradición de su líder ‘Otoniel’.

Esa misma mañana, para cuando tomé el celular ya estaba la gente en Whatsapp discutiendo sobre la seguridad y sobre si abrir o no sus negocios. Yo, que no entendía nada de lo que estaba pasando, fui a leer los primeros mensajes del día y me encontré con el primer testimonio. Alguien contaba a las 6 de la mañana que cuando estaba abriendo la carnicería se le acercaron a decirle que si no sabía que estábamos en paro armado, que cerrara el negocio y se evitara problemas.


A partir de ahí empezó la conversación. Una persona contaba que habían dos jóvenes haciendo cerrar todos los negocios, otra diciendo que estaban devolviendo a los niños del colegio porque no había clases hasta que “ellos” dieran la orden. El dueño de una panadería contaba que un vendedor no había llegado a su lugar de trabajo porque unas personas armadas tenían cerrado el corregimiento donde habitaba. Yo seguía sin entender quiénes eran “ellos” y por qué estaban amenazando a la gente de Coveñas.



Fue entonces cuando vi que a las 8:00 am compartieron el siguiente comunicado de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), también conocidas como Clan del Golfo.


Junto con esta imagen mandaron un audio de un minuto que entre otras cosas decía: “Queremos notificarle a la opinión pública que a partir del momento entramos en paro armado. No queremos ver a nadie fuera de sus casas, no queremos ver a nadie trabajando ni en las vías. Los colegios van a estar, al igual que los negocios y las tiendas, cerrados durante 4 días“.


Suelo ser muy desconfiada con la información que se comparte por grupos de Whatsapp. Para mí era imposible creer en este supuesto comunicado. Cada tanto llegan mensajes falsos de “limpiezas sociales” o de destrucción de propiedad privada y la voz se corre entre la gente del pueblo y con ello se crea cierta histeria colectiva.


Este fue mi primer razonamiento: ¿Quién sabe a qué persona la asustaron para cerrarle el negocio y la voz se corrió, y repentinamente todos estaban cerrando el comercio y devolviendose a sus casas y no llevando a sus hijos al colegio? Así de rápido crecen los chismes, me dije.


Entré a otro chat, esta vez de mis amigos. Melissa Lajud, una amiga de infancia, que al igual que yo ha vivido desde pequeña en Coveñas, y cuya familia tiene un hotel, le advierte a los demás: “Niños, hay paro armado porque se llevaron a Otoniel”. Yo con mi teoría ya bien construida le respondí: “Yo solo he visto a la gente muy alarmada, pero mandan fotos de otros lugares que no son Coveñas y comunicados que no ponen fecha ni lugar”. Ella solo me contestó: “Acá a nosotros nos tocó cerrar por prevenir”.


Seguía en etapa de negación. Mi cabeza no contemplaba la posibilidad de que un comunicado tan de mala calidad, tan típico de inicios de los 2000 —cuando se pedían “vacunas” y desaparecían personas— fuera a ser real en el 2022.


Si bien Coveñas está situado en la costa del departamento de Sucre, cerca a zonas históricamente afectadas por el conflicto armado, desde hace tiempo percibo al municipio en el que crecí como un lugar tranquilo y seguro. Adicionalmente, en Coveñas hay una base naval de entrenamiento, que a pesar de no estar destinada al cuidado del casco urbano, sí genera una sensación de seguridad. Lo que menos esperaba es que en un sitio con tanta presencia militar, un grupo al margen de la ley lo pusiera en paro armado.


De vuelta en Whatsapp, los grupos que antes estaban destinados al comercio, se llenaron de imágenes de autos quemados y de carreteras bloqueadas. La gente estaba cada vez más asustada y la gravedad de las noticias aumentaba.


De repente no eran solo autos quemados, sino balaceras y personas heridas, y ya no era solo en Coveñas sino en toda la zona cercana: en Tolú, Toluviejo, San Onofre, Sincelejo, San Antero, Lorica, Cereté, Montería. Todo corregimiento, municipio y ciudad de Sucre y Córdoba que teníamos cerca estaba igual de afectado que nosotros, o incluso peor. El miedo para mí empezaba a ser real.


Ya no me mantenía ni tan incrédula ni tan tranquila. Llamé a mi mamá, quien tiene una tienda de ropa en el centro de Coveñas. “Acá todo está cerrado, a mi también me tocó cerrar”, me dijo. Ella seguía dentro del almacén adelantando algo de trabajo. Estaba sola porque por el paro su empleada no había conseguido ningún medio para transportarse. Y fue en ese momento que todo el miedo que había estado evitando me llegó de golpe.


¿Y si le pasa algo ahí sola encerrada? ¿Y si le pasa algo de camino a casa? ¿Por qué no se regresa de una vez? ¡Estamos en paro armado! Me dijo que justo hoy una amiga la había invitado a almorzar. Rápidamente le respondí que era muy peligroso, que mejor se devolviera de una para la casa.


Yo, que hasta ese momento tenía dudas sobre si el paro era real o no, ahora estaba segura de que era peligroso estar en la calle, porque mi intento de razonamiento funcionó hasta que me imaginé a mi mamá sola encerrada en ese almacén. La lógica deja de funcionar cuando son tus seres queridos los que pueden resultar heridos, ahí lo supe.


Mi madre me contó que su amigo Norberto Colón, quien trabaja en la droguería de al lado, había decidido mantenerla abierta. Eso fue hasta que un hombre en una moto le dijo que tenía que cerrar, que si acaso no se había enterado que había un paro armado y que ni el sector de la salud podía estar abierto.


En un intento desesperado por encontrarle alguna explicación al tono amenazador de la historia, le pregunté más de una vez si ella había visto al hombre, y si estaba segura que le habían dado una orden y no una sugerencia. La tercera vez que me estaba repitiendo la historia, ella ya estaba enojada. Tuve que aceptar que a la droguería le dieron la orden de cerrar.


Supongo que como me sucedió a mí, para muchos tuvo que ser difícil entender la gravedad de la situación. Mi mamá aún creía que más tarde podría salir a llevarle el regalo de cumpleaños a mi tía y algunas personas todavía preguntaban por el transporte. Y aunque desde temprano se comentaba que en los colegios no habría clases, aún a las 11:00 am llegaba un mensaje pidiendo que recogieran a los niños de la escuela.


Apenas colgué la llamada con mi mamá se me ocurrió algo que debía haber hecho antes. Prendí el computador y empecé a buscar en medios de comunicación si había alguna mención del tema. Para ese entonces en medios nacionales había una que otra nota corta reportando carros quemados, bloqueos en vías y la “supuesta amenaza” del Clan del Golfo con un paro armado por la extradición de ‘Otoniel’. Yo sabía que no eran sólo amenazas.


Ahí estaba yo parada en la cocina, esperando la llegada de mi mamá, viendo nuevos carros quemados en la pantalla de mi celular y haciéndome café para el desayuno. Cuando por fin llegó, ella venía cargada de accesorios y de la esperanza de venderlos para el día de las madres, cosa que no sucedió. Trajo también comida para Pimienta y Cereza —las gatas— que compró en uno de los dos supermercados que aún permanecían abiertos y que, según ella, se encontraban repletos de personas preparándose para los días venideros.


Por un momento los mensajes de whatsapp pararon. Asumo que todos estaban como nosotras: regresando a sus casas, haciendo compras de último minuto o viendo las noticias a ver si hablaban sobre lo que estábamos viviendo. Ahí ya no te da tiempo para andar mirando redes sociales, más que para enviar un nuevo video de otro municipio de Antioquia también en paro, y rogar que lo más grave que pase en donde vives sea tener que quedarte en tu casa durante 4 días llena de incertidumbre. Porque en Colombia si no te mata un virus te mata el conflicto armado.


Aunque eran pocos los mensajes que llegaban, no paraba de unirse gente nueva al grupo de Whatsapp buscando algún tipo de compañía en esos momentos. Nuestra vecina, Beatriz Mestra, hizo lo propio y nos visitó.


Beatriz ha vivido en Coveñas 29 años, y junto a mi mamá hacen parte de un grupo de ciclistas que, por las rutas que realizan, conocen varios corregimientos de Sucre y Córdoba. Por eso, al ver una fotografía de un carro quemado en una de las vías que transitan en bicicleta, mi mamá identificó el lugar como Aserradero, Córdoba.


Para pasar el rato hicimos tres tazas de té y el tema de conversación no podría ser otro que la situación de orden público. Pero las historias no solo se remontaron a lo que estaba sucediendo actualmente, porque en ese día era inevitable pensar en toda la violencia que había sufrido la zona.


Así fue como recordamos las horribles masacres que sufrieron los habitantes de los Montes de María hace poco más de 20 años. Puede parecer mucho tiempo, pero la verdad es que no lo es: los estragos de la guerra aún son visibles. Aún hoy, grupos como las AGC ejercen control en zonas de Colombia e infunden miedo en la población.


Contando estas historias volvieron a mi mente viejos y tenues recuerdos, casi desaparecidos, que tenía de niña, cuando cada tanto llamaban a mis papás o a familiares para extorsionarlos, para que no les hicieran daño a ellos, a sus negocios, o a sus familias.


Al caer la noche, poco a poco cada una de las noticias que en la mañana creíamos falsas se iban confirmando. La primera medida de seguridad de la que supe fue el decreto que restringía la circulación de motocicletas con parrilleros de 8:00 pm a 5:00 am. Eso no me hacía sentir más segura, no hacía que olvidara esa imagen las siglas AGC grafiteadas bajo el logo del bienestar familiar, ni del señor asesinado por ir a vender frutas.


Tampoco hacía que los comerciantes dejaran de preocuparse por un fin de semana perdido. Porque para una región que vive del comercio y del turismo, y que se viene recuperando del confinamiento por COVID, el fin de semana del día de la madre representaba una oportunidad de reactivación económica.


Aquellos que a esas horas buscaban por Whatsapp algún restaurante que tuviera domicilios, se encontraron con comunicados como el de “Los Containers” y “Mega sandwich Cubano” que anunciaban que esa noche no prestarían servicio. Los restaurantes no eran los únicos dando sus anuncios. Al chat también llegó el comunicado de Interaseo en el que se decía que el servicio de recolección de basuras en los municipios de Coveñas, San Marcos y Sincé, estaba suspendido.


Después de que la discusión se reavivara alrededor de esos temas, alguien, ya cansado de las noticias tristes, se animó a reenviar un chiste para finalizar la noche.


Para nosotras no quedaba más que ver la novela e irnos a dormir, sabiendo que no podíamos hacer nada más que esperar. Con el miedo y la incertidumbre de lo que iba a pasar mañana y el resto de los días que restaban de paro armado. De repente todo ese relato de violencia en Colombia, del que siempre he escuchado, cobraba vida en un día cualquiera y sin previo aviso.




 

Por: Liliana Marcela Cuadrado González




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