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El Uniandino

Ubuntu: el imperante mandato por la vida desde Santander de Quilichao

Camilo Andrés Durán es abogado y estudiante de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo. Aquí su columna "Ubuntu: el imperante mandato por la vida desde Santander de Quilichao". Para contestar la columna envíe su propuesta a periodicoeluniandino@gmail.com.



La acumulación de capital, como valor fundamental de una sociedad enferma, alentada por la falsa promesa de una vida mejor, mantiene sumergida a Colombia en un mar de barbarie. Esta acumulación, que prima sobre la vida de lo humano y lo no humano, ha llevado al desplazamiento de más de cuatro mil personas en el norte de Antioquia en los últimos días. Los habitantes de Ituango son las víctimas más recientes de un sistema al que le estorba la gente y que ve en los territorios del Sur global una importante fuente de recursos necesarios para mantener su funcionamiento.


El estado colombiano, que históricamente ha sido incapaz de ejercer el monopolio legítimo de la fuerza, ha dejado a los habitantes de Ituango a merced de grupos armados ilegales, quienes se disputan el territorio a sangre y fuego con el fin de controlar este un punto geográfico de especial interés para el narcotráfico y el comercio ilegal de armas. Sumado a lo anterior, como ha señalado Isabel Zuleta, integrante del movimiento Ríos Vivos y de la Asociación de Mujeres Defensoras del Agua y la Vida, en este municipio confluyen distintos actores que buscan lucrarse por medio de la apropiación de recursos como el agua, la tierra y los minerales. Lo anterior ha devenido en el desplazamiento de miles de habitantes de la zona del Cañón del río Cauca, quienes claman a las distintas entidades del estado para que brinden las condiciones necesarias que les permitan vivir dignamente en el territorio.


Estos procesos de apropiación de recursos y control del territorio pueden enmarcarse en lo que el geógrafo inglés David Harvey ha denominado acumulación por desposesión. Según Harvey la acumulación originaria, planteada inicialmente por Marx, se ha prolongado en el tiempo y el espacio y se ha convertido en un proceso fundamental para mantener vivo el capitalismo. Toda vez que es un proceso de acumulación continuo, Harvey ha adoptado el concepto de acumulación por desposesión. Este proceso está caracterizado por fenómenos que vemos a diario en nuestro país, tales como la mercantilización y privatización de la tierra, la expulsión forzosa de poblaciones campesinas, la conversión de diversas formas de derechos de propiedad colectiva en derechos de propiedad exclusivos y en la apropiación de recursos naturales.


La acumulación por desposesión, tal como la sufren hoy los miles de desplazados en Antioquia, no es un fenómeno reciente en nuestro país ni único de esta región. Miles de colombianos y colombianas a lo largo de la historia han sido obligados a abandonar sus tierras o a trabajar de manera forzada en ellas por mandato de distintos agentes, legales e ilegales, que han encontrado en estos suelos una fuente inagotable con la cual han pretendido saciar su avaricia. Cientos de indígenas en el sur del país fueron obligados a dar su vida para mantener en pie una industria automotriz internacional en lo que se denominó como la fiebre del caucho; en el caribe colombiano, decenas de habitantes de Ciénaga fueron explotados en condiciones denigrantes en las plantaciones de banano, encontrando la muerte como única respuesta ante sus justos reclamos; los campesinos y las campesinas en los Montes de María y en la depresión momposina han sido por años despojados del agua y de la tierra, por cuenta de unos cuantos que se lucran de vastas extensiones de monocultivo; en el pacífico colombiano, se les ha negado a los bonaverenses el agua, mientras unos pocos se lucran de los mega proyectos portuarios, y han insistido descaradamente en imponer las mismas condiciones de vida a los nuquiseños. En suma, el despojo de recursos y el desplazamiento de habitantes de sus territorios han sido, por años, la condición de posibilidad del sistema económico imperante que beneficia a pocos a costa de las grandes mayorías.


¿Qué podemos hacer para que cese la barbarie? No pretendo dar una respuesta absoluta a esta acuciante pregunta, pero me gustaría recoger en estos últimos renglones un planteamiento que considero puede servirnos para avanzar hacia una sociedad en la que prime la vida. El pasado 21 de julio tuvo lugar en Santander de Quilichao el lanzamiento del movimiento Soy porque Somos, junto con la precandidatura de Francia Márquez a la presidencia. Este hecho marca sin duda un hito para las comunidades negras en el ámbito de la política nacional, a quienes históricamente se les ha negado su participación, pero lo que quiero resaltar es la concepción Ubuntu de la vida de la cual parte este movimiento y cómo sus principios pueden ayudarnos a imaginar y construir una mejor sociedad para todos y todas.


Ubuntu, explica Lesley Le Grange, es una concepción de la vida que proviene de África del Sur, derivada de la expresión Umuntu ngumuntu ngabanye Bantu, que sugiere que el desarrollo del ser humano se expresa idealmente en relación con los demás, humanos y no humanos, y puede resumirse en la premisa: somos, por lo tanto soy. No se reduce entonces a una expresión lingüística, sino que tiene una connotación normativa que indica que nuestra obligación moral es cuidar de los demás, porque cuando los demás se ven perjudicados, nosotros también nos perjudicamos. Ubuntu representa la solidaridad entre humanos, y entre los humanos con el resto del mundo natural, reconociendo que la humanidad de una persona no puede expresarse verdaderamente actuando de manera injusta con los demás.


Más allá de los resultados electorales de los comicios del 2022, estoy convencido que los principios de cuidado y solidaridad, que contempla la concepción Ubuntu de la vida, deberían primar en cualquier proyecto político que busque superar los espirales de muerte y violencia en los que nos hemos visto envueltos por años. Mientras tanto, podemos aplicar estos principios en nuestro día a día, intentando desde la cotidianidad superar las lógicas de acumulación, buscando construir desde la base espacios donde prime la vida, la vida de todos y todas, humanos y no humanos, erigiendo la vida como valor fundamental de una sociedad relacional.


 

Por: Camilo Andrés Durán. Abogado y estudiante de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo.


*** Esta columna hace parte de la sección de Opinión y no representa necesariamente el sentir ni el pensar de El Uniandino.





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