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  • El Uniandino

Sobreviviendo a la virtualidad desde las regiones

Actualizado: 11 oct 2020



Corrección


El Uniandino se permite corregir la siguiente información:

  1. Yiris Murillo no es becaria de Pa’ Lante Pacífico, sino de Ser Pilo Paga.

  2. Murillo no vivía en City U, sino que residía con su padre en Soacha.

Esta modificación se hace el día 29 de septiembre, luego de comprobarla con la fuente.

 

El viernes 13 de marzo los estudiantes de la Universidad de los Andes estuvieron por última vez en el campus. La experiencia universitaria desde ese día no sería la misma debido a la pandemia por el covid-19. La incertidumbre reinaba, aunque desde febrero Los Andes se estaba preparando en torno al coronavirus con medidas de precaución y contingencia. Aislamiento de profesores y estudiantes provenientes de ciudades con alto contagio, cancelación de eventos masivos y aumento en la frecuencia de abastecimiento de jabones fueron algunas de las medidas iniciales.


Estudiantes que vivían fuera de Bogotá ya tenían planeada su visita a sus ciudades de origen para la semana de receso. Sin embargo, no se imaginaban que luego de casi 7 meses seguirían en sus casas sin tomar clases en el campus. ¿Cómo ha repercutido este cambio en la vida personal y académica de los estudiantes que viven en las regiones? El Uniandino le explica las dificultades, los sentimientos y las expectativas.



La ida: el comienzo del viacrucis


Mientras avanzaba la crisis en el país, la universidad tuvo que tomar medidas drásticas y el 12 de marzo rectoría envió un correo avisando que a partir del 16 de ese mismo mes, e inicialmente durante cuatro semanas, las clases serían completamente virtuales. Con este anuncio, los estudiantes que no eran bogotanos tuvieron que tomar una decisión: permanecer en la capital o regresar a sus regiones de origen. En ese momento, sin que hubiera una idea clara de cuánto duraría la emergencia, la mayoría de estudiantes que entrevistamos decidieron irse, algunos prefirieron quedarse en Bogotá y otros, más adelante, regresaron a la capital.


Juliana Valencia, de Pitalito, Huila, es estudiante de derecho de sexto semestre. Cuenta que llevaba dos semanas tomando las clases desde la casa de una tía hasta que le llegó el dispositivo de internet brindado por la universidad. Aunque le sirvió mucho, a veces se caía la señal y perdía la conexión a las clases: “el mayor problema para los que vivimos en la región ha sido el internet”. Después de un tiempo, tomó la decisión de devolverse porque en Bogotá tenía todas sus cosas, le seguían cobrando arriendo y el ambiente familiar en su casa se había tornado tenso.


“Las clases me han parecido muy estresantes y abrumadoras”, dice Yiris Murillo, estudiante en quinto semestre de ingeniería química. Murillo pensó que su regreso iba a durar pocos días. Ya tenía planeado ir en la semana de receso a su casa en el corregimiento de San Antonio en Itsmina, Chocó. Se regresó con poca ropa y el resto la dejó en la casa de su padre, en Soacha. Como a Valencia, el mayor problema de Murillo era la baja cobertura de su internet, aspecto que comprobamos mientras hacíamos la entrevista por videollamada.


Situaciones parecidas encontramos en varios estudiantes. Ronald Figueroa, de sexto semestre de antropología, cuenta que estaba en Bogotá cuando las autoridades de Boyacá, de donde es oriundo, dijeron que iban a cerrar el departamento: “cogí una maleta, metí lo que pude y me vine de la nada, dejé todas mis cosas botadas”. Él seguía pagando arriendo y hace casi dos meses tuvo que ir hasta Bogotá a recoger sus cosas y cancelar el contrato, lo cual, cuenta, requirió engorrosos trámites. Para Figueroa, el cambio fue drástico: hoy se encuentra en Boavita, a 320 km de distancia de lo que ya consideraba su casa. Allí, dice que el internet falla demasiado pues solo existen empresas locales con cobertura mínima.


Desconexión: centro y periferia


Una de las dificultades más recurrentes que encontramos con nuestras entrevistas fue la baja conectividad a internet de los estudiantes de las regiones. Este es un problema estructural del país que quedó en evidencia con la cuarentena, y que no es ajeno para la universidad que desde el 2017-1 hasta el 2019-2 ha tenido un porcentaje promedio de estudiantes de primer semestre fuera de Bogotá del 40.5%.


Los estudiantes de las regiones tienen un internet 56% más lento en comparación con el de sus compañeros bogotanos.

Con las clases virtuales la conexión a internet se volvió esencial para garantizar que los estudiantes puedan desarrollar su vida académica con cierto grado de normalidad, y sus trabas de conexión fue la puesta en escena de un problema elemental que normalmente pasa desapercibido cuando se estudia o trabaja en Bogotá. En las siguientes gráficas se muestra la distribución de estudiantes de pregrado de la Universidad de los Andes a lo largo del país en comparación con la velocidad de descarga promedio. Los datos se encuentran abiertos para el público aquí y acá, respectivamente.
















Aunque una proporción importante de estudiantes vengan de departamentos con un nivel de internet relativamente aceptable, los estudiantes de las regiones tienen un internet 56% más lento en comparación con el de sus compañeros bogotanos. De hecho, según cifras de la coordinación de servicios al aula, cerca del 58% de los préstamos de dispositivos para conexión a internet a estudiantes han sido a aquellos por fuera de Bogotá. Además, junto con administrativos y profesores, por fuera de Bogotá se han enviado un 66% del total de préstamos en celulares, un 14% del total de computadores y solo un 11% del total de módems prestados.


Lo que implica estudiar en la casa


“para estar en cuarentena estoy mejor acá, pero siento que cuando uno es de región y lleva tanto tiempo viviendo afuera de las casas de sus papás es incómodo volver, uno ya no se siente tan libre”

Ariana Paz, estudiante de séptimo semestre de ingeniería electrónica, decidió tomar media matrícula ya que “quería estar más relajada y hacer otras cosas aparte de la universidad”. Es de Cali y dice que cambiar de mentalidad para entender que en su casa ahora se estudia y no se está de vacaciones fue difícil. Para ella, para estudiar “prefería mil veces más estar en Bogotá”. Los estudiantes se acostumbraron a vivir entre dos mundos: Bogotá para estudiar y sus casas para vacaciones. Como dijo Ronald Figueroa, uno de los estudiantes al inicio de esta nota, “para estar en cuarentena estoy mejor acá, pero siento que cuando uno es de región y lleva tanto tiempo viviendo afuera de las casas de sus papás es incómodo volver, uno ya no se siente tan libre”.


Además de la conexión, los uniandinos entrevistados resaltan las distracciones que genera su familia, el ruido y la pérdida de independencia estando en sus hogares. Ashley Herrera hoy se encuentra tomando sus clases de tercer semestre de psicología desde Buenaventura. Las distracciones para ella han aumentado ahora que vive con sus dos hermanos, especialmente con su hermana de un año. Aunque se ha logrado adaptar, encontrar espacios para estudiar ha sido estresante, según nos dijo la becaria de Pa’ Lante Pacífico.


Manuel Hermida, estudiante de quinto semestre de derecho, se aisló en una casa lejos de su familia para desarrollar el semestre. El primer semestre de 2020 lo retiró a finales de febrero y desde entonces se dirigió a su finca en Belén de Los Andaquíes, en Caquetá. Sin embargo, para Hermida “el ambiente en la casa no es sencillo para estudiar y aprender” y eso lo llevó a tomar la decisión de dirigirse a Florencia. Allí, aunque a veces se va la luz, el internet es más estable y está alejado del ambiente hostil y las distracciones. A pesar de eso le ha costado adaptarse a las clases y en general a la comunicación virtual.


“Se me ha dificultado el espacio, cómo compartirlo y estar en armonía con todos” dice Alexandra Sanjuan, quien estaba en primer semestre cuando tuvo que devolverse a Barranquilla a tomar las clases virtualmente. Donde vive, afirma la estudiante de derecho, transitan muchos vehículos y vendedores ambulantes que por el ruido no le permiten a veces prender el micrófono. Para la también becaria del programa Pa’ Lante Caribe, “hacen falta esos espacios que son solo para estudiar”, el calor humano y el debate cara a cara.


¿Qué ha hecho la universidad?


El cambio y la adaptación también fue para profesores. Antes, solo uno de cada tres profesores había hecho una clase semipresencial o completamente virtual, como lo contó Nota Uniandina. Entre el 16 y 20 de marzo se crearon guías, la página de virtualidad uniandes y se prepararon talleres rápidos y prácticos para profesores, proceso que contamos en este reportaje. Hasta mediados de mayo, cerca de 1.3 mil profesores habían tomado capacitaciones de las 60 en total que se habían dado. En vacaciones, 550 profesores participaron en el ciclo de formación compuesto por cuatro talleres.


Además, la universidad este semestre decidió implementar gradualmente el uso de la plataforma Brigthspace, que se llamaría Bloque Neón, especialmente en profesores que ya fueran expertos en su manejo. La vicerrectora académica, Raquel Bernal, en uno de los conversatorios virtuales del CEU realizado el 25 de agosto, dijo que la universidad escogió Bloque Neón luego de un proceso que viene desde el 2018 en el que se evaluaron cuatro plataformas. Mientras se logra capacitar a todos los profesores, proceso que terminaría para el segundo semestre de 2021, Sicua y Bloque Neón convivirán juntas.


De otro lado, el sistema de bibliotecas también ha hecho grandes esfuerzos en digitalizar sus recursos. Existen más de 500 mil documentos electrónicos y se aumentó la digitalización en un 39%, según datos reportados también por Nota Uniandina. En general, la percepción de los estudiantes entrevistados en términos de recursos bibliográficos es buena. Sin embargo, estudiantes como Maira Cortés, de derecho y psicología, dicen que han tenido dificultades para conseguir libros específicos o para el envío de estos a sus ciudades. En el caso de Cortés, a Pasto, donde se encuentra actualmente.


En términos de internet, la universidad ha hecho esfuerzos para igualar la oportunidad y el acceso de todos. Hablamos con Carolina Uribe, coordinadora de servicios al aula, sobre las acciones de la universidad en este punto. Dice que hasta el ocho de septiembre habían prestado cerca del 80% de los 1.6 mil computadores con los que cuenta la Móvil Express. Junto a ellos, también han prestado 600 dispositivos para conexión como celulares y módems. Del total de préstamos, un 47% ha sido para estudiantes, 40% para administrativos y 13% para profesores. “Se está evaluando la ubicación de cada uno de los solicitantes para hacer la instalación de banda ancha. Si es factible instalar banda ancha se coordina con los operadores para que se haga esa instalación o de lo contrario se les envía un celular o un módem”, nos dijo Uribe.


Sin embargo, en este proceso ha habido dificultades y retrasos. Un caso importante es el de la chocoana Yiris Murillo, becaria de Ser Pilo Paga, quien adelantaba la mayoría de sus clases en grabaciones o con apuntes de compañeros debido a la baja conexión que tenía. Desde el 15 de abril envió su primer correo a virtualidad explicando su situación: su conexión era pésima y aunque logró conseguir un módem de DirecTv, este se desconectaba constantemente. Tras unos correos, la universidad le pidió que enviara una prueba de velocidad pues estaban priorizando a quienes no tuvieran ningún tipo de conexión: Yiris contaba con una velocidad de descarga de 0,18 Mbps, mientras el promedio nacional está en 19,3 Mbps, esto quería decir que tenía una conexión 99% más lenta que el promedio nacional.


“En principio fue problema de la transportadora y después se desentendieron del tema. Ya cuando inició este semestre les insistí y han pasado el tema de una persona a muchas otras y en este jueguito no han hecho casi nada”

La universidad le dijo a Murillo que el 22 de abril le enviaría un celular con datos y minutos. Ella, que vive en el corregimiento de San Antonio y no cuenta con dirección, explicó cómo se debía llegar y también dio la dirección de amigos y familiares en la cabecera para la entrega del equipo. Nunca lo recibió. Al momento de nuestra primera comunicación nos dijo: “en principio fue problema de la transportadora y después se desentendieron del tema. Ya cuando inició este semestre les insistí y han pasado el tema de una persona a muchas otras y en este jueguito no han hecho casi nada”. Finalmente, el 4 septiembre, después de varios y otros protocolos, luego de 135 días desde su primera solicitud, al final llegó el aparato.


Le preguntamos a Carolina Uribe, quien fue una de las personas que recibió los primeros correos, sobre el caso de esta estudiante: “han sido casos muy puntuales, no ha sido la generalidad”. Uribe dice que esos casos han sido, algunas veces, porque el municipio estaba cerrado o porque las autoridades no han permitido las entregas a domicilio. Asimismo, dice que han tenido problemas con las empresas transportadoras que contrataron. Según sus datos, para este semestre se han recibido alrededor de 250 solicitudes, de las cuales han logrado atender la mitad: “estamos a la espera que [el 11 de septiembre] nos llegan unos equipos, unos módems, para poderle hacer el envío, sobre todo los que están fuera de Bogotá, porque sabemos que tienen una dificultad mayor, siempre y cuando estén matriculados y tengan algún tipo de apoyo financiero”.


La salud mental también importa


El aislamiento, la mala conexión, la incertidumbre, las distracciones y la carga académica han aumentado dificultades emocionales como la ansiedad, el estrés o la depresión. Para Paula Cifuentes, oriunda de Tunja en Boyacá y estudiante de sexto semestre de economía, la pérdida de independencia como consecuencia del aislamiento ha sido difícil. “En un momento me empecé a sentir muy mal y me fui a quedar un mes en Bogotá”, cuenta Cifuentes. Se devolvió de Bogotá y empezó a sentirse mal de nuevo. Luego tuvo un problema con su familia y sufrió de un episodio de ansiedad que requirió de atención psiquiátrica: “me dijeron que tengo un trastorno ansioso y que justo ahorita por todo este tema de la cuarentena se explotó”.


“a veces lloro de la impotencia, pero se me pasa porque no es algo que yo pueda remediar”

El cambio ha sido difícil para todos. Ronald Figueroa dice: “al principio me aislé y me encerré mucho para poder lidiar con mis cosas […] hubo muchas semanas en las que no encontraba motivación para pararme”. Según nos dijo, aunque se demoró, buscó ayuda en la decanatura de estudiantes que le resultó muy útil. Yiris Murillo cuenta que ha sentido demasiado estrés debido a las caídas constantes de su internet: “a veces lloro de la impotencia, pero se me pasa porque no es algo que yo pueda remediar”. Maira Cortés, que pocas veces ha salido a la calle, también afirma que ha sentido ansiedad como efecto del encierro. Aunque algunos entrevistados se han sentido bien, lo cierto es que la inmensa mayoría ha tenido algún episodio de estrés o ansiedad, situaciones que los llevaron a pensar en aplazar o cancelar semestre.


María Rengifo Fonnegra es jefe del centro de diversidad de la decanatura de estudiantes. Ella dice que desde que empezó la cuarentena y la virtualización de sus servicios, ha habido un aumento en el porcentaje de asistencia a las citas de consejería. Resalta que se han presentado complejidades en torno al manejo de los espacios, la pérdida de la intimidad y la convivencia familiar. En esta nueva etapa educativa, resalta que “hay un aumento de estudiantes ansiosos y de dificultades de adaptación a estas circunstancias”.


Rengifo sostiene que es importante que los estudiantes abran canales de comunicación con su familia y propongan escenarios con soluciones novedosas y prácticas para todos. Para ella, es importante que hagan autocrítica y acuerdos. Para los estudiantes de regiones y en general para todos propone que sean recursivos, pacientes y que se apoyen en la política de ajustes razonables y momentos difíciles. Al respecto explica que “cualquier estudiante tiene la posibilidad de levantar la mano a su profesor, en cualquier caso y decir: me está pasando esto” y deberían llegar a un acuerdo sobre el tipo de ajuste necesario. En caso de que no suceda, deben hablar con sus directores de programa, y en última instancia con la decanatura para que revise el caso: “hago un llamado a que no se esperen, ojalá acudan tan pronto vean la necesidad de hablar con alguien”.


La decanatura de estudiantes cuenta con varios canales para pedir una cita: página web, correo del centro de apoyo y la extensión 2230 de lunes a viernes de siete de la mañana a cinco de la tarde. Además, como nos dijo Rengifo, si un estudiante está pasando por una situación aguda pueden pedir cita prioritaria y en la misma extensión los comunican con un psicólogo inmediatamente o en unas pocas horas. Cuando no puedan hacerla entre estos horarios, también pueden acceder a servicios de salud mental en las clínicas del país con la póliza de salud que da la universidad a través de Allianz.


Lo que viene


Con la presencialidad empezará otra adaptación. Juan Pablo Torres, de Villavicencio, Meta, aunque ha tenido que irse a casa de amigos o familiares cuando falla la conexión, en general se ha sentido bien y en su familia han respetado el silencio que necesita para estudiar. Este estudiante de filosofía dice que espera no acostumbrarse demasiado a estar allí pues cuando regrese la presencialidad desacomodarse será duro. Como él, muchos de los entrevistados mencionan lo positivo de este tiempo: por ejemplo, estar cerca de sus familias. “Ha permitido afianzar los lazos familiares que tal vez se estaban rompiendo por estar fuera”, indica Yiris Murillo. Juan José Sánchez, estudiante de economía y administración, como Juliana Valencia y Paula Cifuentes en intersemestral, se desplazó el 31 de agosto desde su casa en Ibagué a tomar las clases desde Bogotá. Sánchez resalta que allí tiene más independencia y concentración. Ashley Herrera menciona: “algo positivo es que no estoy pasando frío (…) estoy en mi casa calurosa”.


A pesar de lo positivo, Maira y Manuel, como muchos otros, anhelan volver a la universidad. Por ahora, la rectoría ha dicho que solo hasta el 12 octubre regresarán las clases presenciales de forma gradual y acorde a los lineamientos nacionales y distritales. “Tengo la expectativa de poder volver, no creo que el virus y todo termine este año […] pero tengo expectativa de que la vacuna ya haya salido para el próximo semestre” afirma la estudiante de derecho. “Espero volver a interactuar con mis amigos, a compartir el espacio de la universidad, a sentarme en el bobo, a ir a las bibliotecas, ir a los restaurantes, caminar por la séptima, eso me hace muchísima falta”, termina diciendo Manuel.


 

Corrección


El Uniandino se permite corregir la siguiente información:

  1. Yiris Murillo no es becaria de Pa’ Lante Pacífico, sino de Ser Pilo Paga.

  2. Murillo no vivía en City U, sino que residía con su padre en Soacha.

Esta modificación se hace el día 29 de septiembre, luego de comprobarla con la fuente.


 

Por: Santiago Amaya

Diseño por: Laura Méndez




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