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  • El Uniandino

Sin acción colectiva no existe el Techno



Es usual que se borre la importancia del papel de las mujeres y personas queer en los cimientos culturales y sociales pero esta situación ha sido especialmente evidente en escenas de las artes electrónicas, específicamente en el techno. A finales de la década de los 90s e inicio de los 2000 varias Djs alemanas, como Ellen Fraatz aka Ellen Allien, Sylvie Marks o Gudrun Gut, se empezaron a dar a conocer ampliamente en la escena berlinesa, debido a sus mixtapes, o en el caso particular de Ellen, por ser la fundadora del sello discográfico BPitch Control, sello al que se le ha otorgado el lanzamiento de la carrera musical de artistas como Modeselektor y Apparat. Si bien estos proyectos creados en Berlín han sido de los más visibles en la escena de las artes electrónicas a nivel mundial, la participación de estas Djs en la consolidación de la comunidad sigue siendo un tema ampliamente relegado a un segundo plano muchas veces desconociendo la importancia de entender la escena electrónica como espacio político y de accionar colectivo.


Sin duda alguna las mujeres han sido mucho más visibles como caras del techno en la evolución de este género en Berlín, en donde son residentes de los clubes más importantes de la ciudad, tales como Tresor o Berghain. Asimismo, el salto a la fama de muchas Djs se dio en Alemania y se ratificó este reconocimiento en escenas de otros países como Colombia, Chile, México, Estados Unidos, Rusia, e incluso, en lugares como Palestina, donde las Djs han sido un pilar de la re-significación cultural de espacios que no han sido destinados para la cultura como lo son bodegas, edificios industriales e incluso las mismas ciudades, donde la unión de personas alrededor del techno se vuelve un acto contestatario, tal como ha sucedido en Tiflis, capital de Georgia, Haifa en Israel y Ramallah en Palestina, por mencionar solo algunos espacios donde se ha dado una reivindicación social y política dentro de la escena de las artes electrónicas. Pero el salto a la fama de grandes iconos del techno en diversos lugares del planeta, por supuesto, no es sinónimo de igualdad de género, de eliminación de las violencias machistas, o de equidad, no significa que se diera un cambio radical en una escena donde múltiples violencias trazan la experiencia de mujeres y personas queer. Que algunas caras sean visibles no quiere decir que se estén dando espacios de construcción colectiva.


Es hora de sacar de estos escenarios, y de sus espacios, el mito de la meritocracia. Este no solo afecta a sus artistas, sino a la comunidad entera, principalmente, cuando se presentan casos de violencia. Es hora de juntarnos y responder al individualismo machista que ha invisibilizado a mujeres, personas queer y racializadas dentro del Techno; que ha ignorado, casi por completo, su relevancia dentro de la fundación de este género, al igual que su escasa participación como Djs, perpetuando actos violentos con el silencio cómplice de artistas, organizadores e incluso asistentes.



En un primer momento, es importante aclarar que el mito de la meritocracia que da relevancia al individuo y su experiencia personal por encima de la acción colectiva con agencia política, es opuesto a las premisas fundacionales del techno. Es por esta razón que, cuando creemos que en los raves los únicos agentes somos nosotros mismos dentro de nuestra individualidad e intereses propios, no vemos la relevancia en los movimientos protesta, la juntanza o la unión en espacios que podamos considerar seguros para todas las personas que los habitan. Lo anterior constituye una barrera que impide construir una escena inclusiva, libre de inequidades y violencias. Al mismo tiempo, estas son unas creencias y conductas inherentemente violentas en la escena del techno que pueden tener como consecuencia directa el que una persona se culpe a sí misma de lo que le sucede dentro de los espacios y no al sexismo, racismo, opresión de clase, homofobia, inseguridad de los espacios mismos, e incluso, las relaciones de poder que se dan entre artistas y asistentes.


La escena electrónica no puede residir en la individualidad, puesto que históricamente ha crecido desde la colectividad contestataria y, en esa construcción han sido parte personas queer, mujeres y demás cuerpos que encuentran en el techno un centro de reunión alrededor de la música y la colectividad. No debemos olvidar que justo después de la caída del muro de Berlín -y hablo explícitamente de Berlín como lugar donde el techno consiguió su residencia y su hogar- lugares como E-Werk, Der Bunker y Tresor, también fueron y han sido espacio de reunión de comunidades afro, latinas, de mujeres y LGBTQ+.


Si bien, actualmente, muchas de las Djs más importantes dentro de la escena del techno mundial han sido residentes de clubes insignia para el género musical tales como Berghain con Tama Sumo, o Tresor con Barbara Preisinger, siguen siendo evidentes diversos tipos de violencia machista, clasista y racista que son perpetuados por el silencio colectivo. Por esta razón hemos visto el nacimiento de diversas expresiones de la colectividad en agencias como Futura, Odd Fantastic y Poly Artists Management, agencias de artistas lideradas por mujeres situadas en ciudades como Berlín y Londres que se encargan de representar artistas, venues y proyectos independientes dentro y fuera de las artes electrónicas bajo la premisa de la necesidad de crear espacios inclusivos y seguros.


Por otro lado, colectivas como Creamcake -que además de ser sello, también es promotora de eventos- se han preocupado por crear espacios y paneles de discusión frente a la diversidad y la importancia de la colectividad, tal como Room 4 Resistance que ha luchado por visibilizar no solo a las mujeres, sino a las personas queer que conforman la escena y la vital importancia de crear espacios seguros para cada persona que los habita. En Colombia, estas mismas premisas las entiende ECO, plataforma construida por Djs como Bitter Babe y Ela Minus, en donde el llamado principal es a entender las escenas de las artes electrónicas como inherentemente políticas, reconocernos colectivamente como agentes dentro de estos espacios y por lo tanto poseedores de la habilidad de construir, cuestionar y exigir condiciones dignas para todos quienes los habitan.


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Por: Carolina Sánchez Rojas. Estudiante de Literatura y Diseño en la Universidad de los Andes.



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