Alejandro Lozada es nuestro editor de Contenidos PeriodÃsticos. Aquà su columna "¿Para cuándo la arqueologÃa colombiana?". Para contestar a la columna de Alejandro, o si estás interesado en publicar una, envÃa tu propuesta a preiodicoeluniandino@gmail.com
El único pregrado en arqueologÃa que tiene Colombia está en la Universidad Externado en Bogotá. Es una carrera pequeña, que se pelea la existencia semestre a semestre con programas grandes y bien financiados como Derecho. Mientras tanto, el trabajo de los arqueólogos lo terminan haciendo antropólogos forenses, ingenieros y huaqueros. Pero en un paÃs de memoria grandilocuente y vacÃa como el nuestro, en medio de una crisis de identidad y un complejo de sentirnos menos, hacen falta más que nunca los arqueólogos.
Tuve la suerte de vivir por muchos años con una arqueóloga. A diario la escuchaba hablar de patrimonio, comunidad, conservación e historia. No era mucho mi interés, debo confesar. En algún momento visitamos, saliendo de Cali, una hacienda cuyo nombre no recuerdo y que me lleva hoy a escribir esto. En la hacienda se hacÃa arqueologÃa con lo poco que no habÃa sido saqueado y vendido, o fundido para vender el oro. HabÃa sarcófagos de madera, esculturas zoomórficas, suerte de cantimploras prehispánicas, morteros, ornamentos y un sinfÃn de cosas más. Eran todas piezas Calima, cultura arqueológica que se expandió por el suroccidente colombiano siguiendo el serpenteo de los rÃos San Juan, Dagua y Calima, mucho tiempo antes de la colonia.
Yo, que no podÃa salir del asombro, fui adoptado por mi arqueóloga. Ella me explicó que aquello que me hacÃa saltar los ojos no era nada, que no tenÃa ni la menor idea de las cosas que se encontraban en esa misma región. En Darién, Yumbo, Puente Palo. Que habÃa tanto que a veces no sabÃan dónde guardarlo, ¡y a solo 40 minutos de Cali!
Supe entonces que los Calima eran gente con un abstracto sentido estético, con una organización polÃtica y social que no solo estaba al servicio de la supervivencia, sino también de una idea de mundo, de su relación consigo mismos y su entorno. Y reconocà en esas huellas antiquÃsimas, de personas que vivieron en un mundo jamás imaginado por cualquier colombiano, algo de mà mismo, de mi caleñidad, mi colombianidad, de lo que soy.
Y es esto, justamente, lo que hace fundamental la arqueologÃa en nuestro paÃs, hoy lánguida. El patrimonio es un espejo invertido: sobre nosotros se refleja la trayectoria de nuestros propios arquetipos. Mejor dicho, entendernos es entender lo que fuimos.
El arqueólogo, entonces, que no es ningún Indiana Jones (huaquero por excelencia), combina como un director de orquesta la quÃmica, la fÃsica, la geociencia, la sociologÃa, la antropologÃa, la historia, la geografÃa y la estadÃstica, para cumplir con el propósito monumental que he mencionado. Por eso me pregunto, ¿qué esperan las universidades, el ICANH, y el paÃs? ¿Qué estamos todos esperando?, ¿para cuándo la arqueologÃa colombiana?
Por: Alejandro Lozada
FotografÃa: Museo Arqueológico Calima, Valle del Cauca