Palestina es un pequeño municipio ubicado en el sur del departamento del Huila. Fue fundado en 1937 por una misión evangélica, dirigida por el presbítero Camilo Trujillo, quien estableció una parroquia dentro de un caserío de 15 hectáreas; pasarían otros tres años para que el departamento del Huila avalara su categorización de corregimiento, y solo fue hasta el año 84 que se le otorgó la categoría de municipio (el municipio más joven del departamento).
Hoy Palestina, lejos de ser una gran urbe, cuenta con un área total de un poco más de 22 mil hectáreas (algo así como 40 mil canchas de fútbol): al norte limita con el municipio de Pitalito y al sur con el departamento del Cauca. El municipio está estratégicamente ubicado en el corazón del macizo colombiano, la fábrica de agua del país (lugar de nacimiento del río Magdalena y Cauca), entre las cordilleras central y oriental.
El Camino a Palestina
Desde Bogotá se debe viajar unas 11 horas por tierra en alguna de las dos grandes compañías de buses que dominan el tránsito del departamento del Huila (Cootranshuila o Coomotor) para llegar a Pitalito –denominado con frecuencia como la puerta del sur del país-, o tomar uno de los pocos vuelos que ofrece la aerolínea Satena hasta este municipio. Una vez en Pitalito se debe tomar una chiva que hará un recorrido entre carreteras pavimentadas ondulantes y empinadas trochas destapadas hasta llegar a la plaza central de Palestina.
Ya desde Pitalito, este último tramo puede tomar entre 1 y 3 horas, dependiendo del estado de la vía: un viaje durante la temporada de lluvias de abril siempre vendrá acompañado por peligrosas tormentas eléctricas en el valle del Magdalena e innumerables cierres por derrumbes e inundaciones al aproximarse a las cordilleras.
Al igual que gran parte de las zonas rurales del país, Palestina es un municipio agrícola que depende de los productos que se cultivan en las zonas montañosas a las afueras del casco urbano. El café y la pitaya colorean las laderas de todo el municipio. Todo esto no hace de Palestina un lugar muy diferente a cualquier pueblo perdido en las estribaciones de los Andes. Al final del día cuenta con una arquitectura típica de pueblo colonial con una plaza central decorada por una capilla blanca con unas cuantas calles aledañas donde se concentra el comercio local.
Mucha gente no podría identificar si su café –a pesar de que el actor australiano Hugh Jackman tenga grandes cultivos muy cerca del municipio- o pitaya vienen de alguno de los innumerables cultivos de la zona. Quizá la fama de Palestina se deba, en realidad, a que es la entrada al primer Parque Nacional Natural de Colombia: el PNN Cueva de Los Guácharos (fundado en 1960 por el entonces presidente Gustavo Rojas Pinilla).
Y es que para la gente de la zona la única razón lógica para que alguien se aventure desde la capital hasta Palestina es para visitar el parque. Diferentes amantes de la fauna hacen largos peregrinajes globales para poder tomarle una foto a algún elusivo animal (especies de aves como el gallito de roca o el Guácharo, o mamìferos como el oso de anteojos o mono churuco colombiano); también algunos turistas que visitan los restos arqueológicos de San Agustín son cautivados por las promesas de cuevas y cascadas que ofrece el parque. No se podría decir que Palestina sea una potencia turística nacional, pero indudablemente es un lugar donde esta actividad cumple un papel protagónico en el desarrollo económico, o al menos lo era hasta la llegada de la pandemia.
El declive turístico de Palestina
La historia del declive turístico en Palestina tiene varios matices. Las medidas de confinamiento pusieron en alto la totalidad de actividades que se podían realizar dentro del sistema de Parques Nacionales Naturales.
Parques como el Tayrona o Chingaza, que suelen albergar la mayor cantidad de turistas, quedaron de repente solos -fuera de la copiosa fauna y flora que habita permanentemente estos territorios-, sin visitantes o investigadores. En el caso del PNN Cueva de los Guácharos, la pandemia llegó en un momento de reactivación de actividades, ya que desde mitad de año del 2019 el parque había cerrado sus puertas por la fuerte temporada de lluvia que había deteriorado los senderos turísticos más importantes.
Foto por: Ellen Quinlan
Desde su reapertura a principios del año 2020, hasta el anuncio del gobierno del aislamiento obligatorio, solo ingresaron al parque 8 turistas. Alejandro Fonseca, director de la Fundación Cerca Viva (una de los dos operadores turísticos concesionados por el parque para el manejo de las actividades ecoturísticas) comenta que la inversión que se realizó durante el cierre programado de 2019 no se pudo recuperar en el poco tiempo que el parque funcionó hasta que la pandemia obligó a cerrar el parque de nuevo. Este primer cierre se convirtió en el sacudón inicial para muchas de las familias que dependían del flujo de personas que pasaban de tránsito por Palestina.
Doña Rosa Cepeda, que asistía a los turistas con transporte ecuestre, tanto para los visitantes como sus pertenencias, dice que para mitad de año del 2019 ya había empezado a cultivar con su esposo pitaya en las laderas de su propiedad y fue en los primeros meses de la pandemia que decidieron abandonar otras actividades, entre esas el turismo, para dedicarse de lleno al cultivo. Me cuenta con una sonrisa que ya es famosa entre los habitantes de la zona que “con la pandemia nos pusimos a limpiar la finca y a organizarnos de lleno con el tema de la Pitaya”.
Reactivación y Resistencia
La transición a la pitaya es, incluso para los baqueanos de la zona, un fenómeno nuevo. El DANE reportaba en el 2016 que la granadilla era el cultivo más dominante en la región. No hay información actualizada sobre los cultivos más recientes, pero lo cierto es que luego de haber venido a la zona por más de 6 años, he visto como las laderas del pueblo se han coloreado de amarillo por los cultivos de pitaya que ahora son dominantes. El patrón se repite a lo largo de la cadena de personas que solían ser parte del proceso de la llegada de los turistas al parque. Muchos de los que tenían moto o vehículo 4X4 renunciaron a llevar a los pocos turistas que pasaban por Palestina, para ahora llevar bultos de café y pitaya. A pesar de ser un lugar remoto, tanto Palestina como el PNN Cueva de Los Guácharos, cuentan con una infraestructura óptima para las actividades de turismo.
La proximidad del parque con el municipio ha alimentado la construcción del pueblo. En él se pueden encontrar diferentes sucursales bancarias y cajeros, restaurantes, hospedajes y los infaltables billares y tabernas. El parque, por su parte, cuenta con cabañas, adecuadas con camarotes, una cocina y comedor (los visitantes pagan con antelación por las comidas que serán preparadas durante su estadía) y un sistema de baños.
Don Silvio Anacona, uno de los líderes de la Corporación de Turismo y Conservación Los Andakies (el otro operador turístico habilitado por el parque), comenta que desde que migraron del Caquetá por el conflicto armado, le han apostado al ecoturismo de la zona. Sin embargo, afirma que tanto los trámites con Parques Nacionales, como la distancia del pueblo hacen que todo el potencial no pueda ser explotado.
“Nosotros llevamos ya más de 15 años apostándole a la conservación. Nos ha tocado aprender desde 0. Pero la cosa no está fácil”, cuenta mientras arrea el caballo que transporta nuestro equipaje hacia el parque.
En este periodo de aparente reinvención económica muchos de los habitantes de Palestina, que estaban vinculados a las actividades turísticas del Parque, se han visto obligados a renunciar a los diferentes planes enmarcados en la fauna y flora de la zona (por ejemplo el avistamiento de aves o turísmo botánico), para adaptarse a las crecientes demandas agrícolas asociadas a estos productos.
Doña María Lemus, que aún es la cocinera designada para los turistas que ingresan al parque, sabe que si las cosas no cambian pronto se verá obligada a acompañar a su familia en las labores del campo. Compartimos un tinto y algunos consejos para el cuidado del cabello (ella aún con los años tiene pocas canas; yo por mi parte me estoy quedando sin pelo). En esta charla se escapan algunas preocupaciones que la acompañan: “Mire que yo había dejado de subir a cocinar un tiempo, con tan poquita gente que viene no valía la pena. Decidí subir porque la gente se queja si no cocino yo. Pero las cosas no cambian”
A pesar de la creciente demanda de productos agrícolas -en particular el crecimiento del consumo de café durante la pandemia reportado por la Federación Nacional de Cafeteros-, y de los limitados casos de COVID que afectaron el pueblo (con una población proyectada por el DANE de 12 mil habitantes, nunca alcanzó a tener más de 850 casos), las condiciones económicas del pueblo están lejos de ser las ideales.
Los retos para Palestina
El informe del DANE del año 2020, suministrado por la gobernación del Huila, muestra que a pesar de contar con una tasa de desempleo del 10% (menor que el promedio nacional), el 58% de las personas depende de alguna labor informal en donde la línea de producción agrícola (ej. colecta, empaquetamiento y transporte) es quizá la más importante. Mucha de la migración de ese territorio incierto, debido al flujo de turistas, ahora se encuentra apostado en el sector agrario, que, al igual que el turismo, es incierto.
Parte del problema con el que se han enfrentado los habitantes de Palestina tiene que ver con la falta de infraestructura adicional que se requiere para el desarrollo tanto de actividades turísticas como agrícolas. Nunca sobra recordar que el viaje hasta Palestina desde Bogotá es bastante accidentado. Esta limitación en infraestructura vial, y de transporte eficiente, se hace más problemática a medida que se avanza a las zonas más remotas del municipio (justo donde están concentrados todos los cultivos y, a su vez, el camino de entrada al parque).
Muchos de los productos que deben salir de las laderas aledañas a Palestina dependen de la benevolencia de las vías secundarias. Solo durante mi visita el mes de marzo de este año, se había presentado un inicio apresurado de la temporada de lluvia que había dejado como resultado el desbordamiento de un lago artificial para la cría de truchas -un evento que dejó más de 250 toneladas de trucha desperdigadas por los vías de Palestina-, varios derrumbes y vehículos varados, así como la pérdida de bultos de pitaya en las zonas periféricas. La realidad inescapable, para muchos de los que han sido parte de la reinvención de Palestina, es que sin participación del Estado, cualquier actividad será insostenible a largo plazo. Hoy Palestina es quizás más conocida por su café o pitaya, que por ser la entrada al primer Parque Nacional Natural del país, pero todo esto podría llegar a cambiar con un fuerte vendaval o lluvias prolongadas. Mientras tanto los palestinenses sacan el mayor provecho de esta migración de actividades. Ellos son (y serán) el motor de la transformación de este pequeño municipio.
Por: Felipe Aramburo
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