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  • El Uniandino

La devastadora soledad uniandina


Gabriela Barragán es estudiante de Administración en la Universidad de los Andes. Aquí su columna "La devastadora soledad uniandina". Para contestar a la columna de Gabriela envía tu propuesta a preiodicoeluniandino@gmail.com


Nunca me he considerado la persona más social del mundo. En general me cuesta mucho empezar una conversación con alguien simplemente porque no sé de qué hablar. Siempre me sentí como un bicho raro en ese sentido porque en el colegio, y en mi familia, estuve rodeada de personas inmunes al agobio por el prospecto de la interacción social y que, de hecho, disfrutaban estar rodeados de personas en todo momento y hablar y hablar y hablar, de cualquier cosa.


Yo jamás fui una de esas personas. Si no tenía nada que decir, no decía nada, y me molestaba mucho esa necesidad de llenar absolutamente todos los silencios con algún tipo de cháchara.Pero al salir del colegio, eso cambió radicalmente.


Cuando entré a la universidad me di cuenta de una realidad sencilla muy rápidamente. Las personas, los amigos, y socializar en general, era algo importante y necesario. Especialmente en un lugar tan individualista y solitario como lo es la universidad.


El ambiente universitario se presta para el aislamiento y al principio puede ser muy difícil adaptarse. Aprender a “pilotear” este problema y hablarle a la gente de mi semestre o a la gente con la que tenía clase se volvió cuestión de supervivencia, pero aun así me abrumaba un intenso sentimiento de soledad. Poco a poco me di cuenta de que no era la única. Me di cuenta de que la cháchara que antes me parecía tan tediosa ahora era una herramienta muy útil a la hora de saludar a alguien con el que tenía clase.


Me di cuenta de que, en el colegio, uno está casi que obligado a socializar y se empieza a tomar por sentado la existencia de una especie de convivencia con personas de la misma edad. Pero en la universidad, esta interacción se vuelve mucho más difícil.


Todos en algún momento han pasado por esa típica crisis en la que sienten que no tienen ni un solo amigo para pasar un hueco, o que no son capaces de congeniar con las personas de su semestre o de su carrera. Basta con ver la página de Facebook de Confesiones Uniandes y les aseguro que encontrarán por lo menos tres confesiones de la misma índole. El problema de sentirse solos.


A muchos esto les puede parecer algo tonto o sencillo de sobrellevar, pero me he dado cuenta de que sentirse solo es un factor común en muchísimos estudiantes, y no únicamente en primíparos. Es algo bastante generalizado en la comunidad uniandina y por eso hoy me pregunto, ¿por qué nos sentimos tan solos y qué podemos hacer al respecto?


Recientemente se han hecho una infinidad de estudios acerca de la soledad y el aislamiento, y todos llegan a la misma conclusión: es pésimo para la salud. Como dijo Aristóteles “el ser humano es un ser social por naturaleza” lo queramos o no, nos guste o no, y sentirnos solos nos perjudica en varios aspectos. Antes que nada, nos deprime, y al deprimirnos todo en nuestro cuerpo empieza a fallar. Y si existir ya es de por sí complicado, estar mal emocional y físicamente y no entender muy bien el porqué, es la frustración absoluta. Así es imposible ser seres funcionales.


No sabría decirles con exactitud cuál es la razón específica para que tantos se sientan así, suelen ser muchas y muy variadas. Las razones más superficiales son que no hay tiempo, o no hay ganas. No es un secreto para nadie que la vida académica en Los Andes es pesada y la vida social se puede convertir en algo secundario fácilmente. Además, el agotamiento hace que se pierdan las ganas de hacer cualquier cosa. Balancearlo todo puede convertirse en una tarea imposible y nos vemos obligados a sacrificar unas cosas por otras. Entre ellas, tristemente, la socialización.


Lo cierto es que uno está obligado a acostumbrarse a una soledad asegurada. Es la soledad a la que uno se ve enfrentado cuando sale al mundo y se da cuenta que esta es la vida. Es una, es frágil, es dura, y al final del día por más que comparta con los demás de distintas maneras y con distintos niveles de intimidad, la única persona que me conoce y me entiende verdaderamente soy yo. Es una soledad que permite encontrarse a uno mismo, y de esta manera crecer. Hay que saberla aprovechar, pero no dejar que se apodere de nuestra vida.


Mejor dicho, la soledad en dosis moderadas puede ser algo bueno. Pero es imprescindible sentarse con alguien a hablar sobre cualquier cosa, conocer gente nueva y escuchar sus historias y sus opiniones, para olvidarse del mundo por un minuto y llenar ese vacío existencial con trivialidades. No nos olvidemos de eso. Nos necesitamos los unos a los otros, así que sonrían y estén abiertos a cualquier cosa. Nunca saben quien podría necesitar una conversación inútil después de un largo día.



 

Por: Gabriela Barragán

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