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  • El Uniandino

En el Revés volverá a cantar el Mochuelo

Camilo Andrés Durán es Abogado y estudiante de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo y miembro del Semillero de Postdesarrollo de la Universidad de los Andes. Aquí su columna "En el Revés volverá a cantar el Mochuelo". Para contestar la columna envíe su propuesta a periodicoeluniandino@gmail.com.



Un poco antes de la primera vuelta presidencial me obsequiaron un libro de poesías de Candelario Obeso, poeta afrocolombiano nacido en Mompox en el año de 1849. Su obra, Cantos populares de mi tierra, narra por medio de la poesía el día a día del boga (nombre dado a aquellas personas que transitaban el río en sus piraguas y balsas), su relación con la naturaleza que lo rodea y las culturas de las comunidades ribereñas del Magdalena. En la naturaleza que le circunda, Obeso encuentra una fuente de sabiduría y aprendizaje.


Siendo pobre alimales los palomos,

se aprende en ello má que en la j’Ecuela;

yo, poc lo méno, en su cocto libro

eturio-re la vira la maneras…

La forma en que está escrito busca recrear la forma de hablar propia de estas comunidades, como un acto de reivindicación frente al discurso oficial que estigmatiza su oralidad.



Este libro de poesías trajo consigo una sorpresa adicional. En su edición de la editorial Enredadera, trae a su revés otro libro: De Honda a Cartagena. Este es un diario de viaje escrito por José María Samper en 1858, en el que describe su recorrido por el río Magdalena. Samper, un hombre blanco, nacido en Honda en 1828, perteneciente a la élite colombiana de la época, también da cuenta, desde su perspectiva, del entorno humano y no humano que le rodea a lo largo de su trayecto. No obstante, a diferencia de Obeso, Samper no ve en la naturaleza una fuente de enseñanza, sino un obstáculo que debe ser domado por el hombre en búsqueda de la prosperidad de la Nación. Los sujetos que habitan estos lugares, las comunidades ribereñas, son percibidos por Samper casi siempre como salvajes y primitivos, en contraposición a sus compañeros de viaje europeos, de quienes destaca su inteligencia y elevación espiritual.


La relación entre estas dos maneras de ser e interpretar el mundo representa la forma misma en que se edificó el Estado Nacional en Colombia. Una relación asimétrica en términos de poder, sin duda, en la que la visión que representa Samper se impuso a aquella que representa Obeso, pero donde la primera siempre necesitó de la segunda para existir.


Lo anterior ha sido estudiado a profundidad por Margarita Serje. En su libro El Revés de la Nación, Serje explica cómo la Nación, entendida como proyecto cultural, surge a partir de una visión concreta de la naturaleza y de sus territorios, en la que el centro se construye en oposición a las “periferias”. Desde este proyecto, espacios geográficos como la Alta Guajira, la Serranía del Perijá, el Catatumbo, el Amazonas, el Magdalena Medio y el litoral Pacífico, entre otros, han sido percibidos como territorios salvajes y tierras de nadie, de la mano de un discurso que les exotiza por sus paisajes naturales.


Bajo esa mirada se ha construido un proyecto nacional homogeneizador y colonial que ha pretendido acallar la diversidad cultural. Este discurso ha legitimado además el actuar bélico del Estado en estos espacios, a los que a lo largo de los años se les han impuesto diferentes etiquetas como Territorios de Misionales, Territorios Nacionales, Zonas de Orden Público, Zonas Rojas, Fronteras Internas o Zonas Futuro como las denominó el anterior gobierno; justificando una y otra vez su política de sangre y fuego.



Tomado de Serje, M. (2005). El Revés de la Nación.



Esta concepción sobre estos vastos espacios geográficos, o lo que Serje denomina el revés de la Nación, ha sido la condición de posibilidad para la existencia del proyecto nacional colombiano. Este proyecto ha sido impulsado principalmente por élites oligárquicas (pequeños grupos que con su poder económico han controlado el poder político), quienes han sido por muchos años cabeza del Estado. El Estado, señala Serje “...más que estar constituido por una institucionalidad virtual y totalizante, responde a las visiones, los intereses y las prácticas de los grupos particulares que tienen acceso a ‘ser’ el Estado: a hablar y decidir en nombre del Estado, a definir cuál es desde su perspectiva la lectura legítima de la realidad, en fin, a determinar su proyecto”.


Hasta hace muy poco, a la gran mayoría de personas que habitan los espacios que componen El Revés de la Nación se les había negado la posibilidad de ser Estado. Sin embargo, la victoria de Francia Márquez y Gustavo Petro el pasado julio, se debió en gran parte a la decisión del Revés de optar en democracia por ese proyecto político. El nuevo gobierno tiene el reto de contribuir a cambiar, de una vez y por siempre, la noción de territorios salvajes, reivindicar la diversidad como elemento característico de nuestro territorio y reconocer la soberanía popular de quienes lo habitamos.



Tomado de El País (2022). Resultados de elecciones en Colombia por Municipio segunda Vuelta


Se abre entonces una puerta para que El Revés de la Nación también pueda ser Estado, o para que al menos las relaciones con este no se den bajo una lógica colonial centro-periferia. Pero la apuesta no es por paternalismo estatal, sino por un Estado que deje ser y que acompañe a sus habitantes en sus distintas visiones de bienestar.


El gran reto entonces, que desde todos los sectores debemos asumir, es el de construir un nuevo proyecto nacional cuyo aparato estatal abrace la diferencia y la diversidad sin jerarquizarlas. Un Estado que acompañe las piangüeras de Francisco Pizarro; que devuelva a los bonaverenses el manejo del agua; que reconozca a los nuquiseños la soberanía sobre su territorio; que reconozca las prácticas de los Nukak y los proteja en el cuidado del Amazonas; que acompañe a los campesinos del Cauca y el Guaviare en sus proyectos productivos; y que contribuya a consolidar por fin la paz total para que, como dijo alguna vez Orlando Fals Borda, los mochuelos vuelvan a cantar con alegría y libertad en los Montes de María.


 

Por: Camilo Andrés Durán. Abogado, Magister en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo y miembro del Semillero de Postdesarrollo de la Universidad de los Andes.


***Esta columna hace parte de la sección de Opinión y no representa necesariamente el sentir ni el pensar de El Uniandino.



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