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  • El Uniandino

El libro de la vida

Alberto Salcedo Ramos es periodista y escritor laureado. Entre otros, seis veces ganador del Simón Bolívar y una del Ortega y Gasset de Periodismo. Aquí su columna "El libro de la vida". Para contestar a la columna de envía tu propuesta a preiodicoeluniandino@gmail.com




Desde hace años tengo el hábito de apuntar en una libreta ciertas expresiones maravillosas que voy oyendo por ahí. He logrado una recopilación en la que caben desde palabras asombrosas hasta dichos callejeros. Estoy convencido de que esos relámpagos del lenguaje oral nos esclarecen el camino.


Empecé anotando algunos modismos singulares. Por ejemplo, la palabra “desmañanarse”, empleada por los mexicanos para nombrar el agotamiento que se siente cuando uno, tras dormir mal, ha tenido que madrugar. Me parece un vocablo precioso, lleno de música, y encima es sumamente descriptivo: al decir que estamos “desmañanados” expresamos muy bien la idea de haber perdido la mañana. La palabra “desmañanado” es extraordinaria, además, porque establece con “desmañado” una vecindad que va más allá de lo fonético: cuando uno se encuentra “desmañanado” se siente “desmañado”, es decir, “torpe”, “inútil”.


También me gusta el verbo “guitarrear” que usan los argentinos para referirse a la acción de disfrazar con florituras un fondo débil o una mentira.

-- ¡Andá a guitarrear a otro lado!


“Guitarrear” es un vocablo gráfico, pues al oírlo uno se imagina la escena de un tipo que, en vez de ofrecernos una explicación necesaria, rasga las cuerdas de su instrumento para embaucarnos. Además es sugerente porque nos permite anticipar el sonido de la milonga.


Ahora bien: a riesgo de ser considerado un “guitarrero” – me temo que todos los escritores “guitarreamos” –, les juro que en los modismos bellos siempre hay melodía. Es lo que sucede con el verbo “recordar” cuando los campesinos de mi tierra lo usan como sinónimo de “despertar”. Si dormir es una suspensión de los sentidos, un olvido, despertar viene a ser la recuperación de los recuerdos.

-- Me acosté a las nueve de la noche y recordé a las cuatro de la madrugada.


De los modismos singulares pasé a los dichos. Al revisar hoy mis libretas de viaje me siento como si vaciara baúles llenos de piedras preciosas.

En Cuba un botones convirtió mi saludo de cajón en una respuesta prodigiosa:

-- ¿Cómo está usted?

-- Aquí, luchando por la vida, porque la muerte ya está segura.

En México un colega me enseñó una oración graciosa para cuando sienta que la resaca posterior a una parranda me está matando:

-- Diosito lindo: si con la borrachera te ofendí, con la cruda me sales debiendo.

(Por cierto, “cruda” es una palabra mucho más bella y precisa que resaca).

En Sahagún – costa Caribe de Colombia – un campesino que lo había perdido todo en una inundación me explicó su drama con una frase tan desalentadora como hermosa:

-- El que nace pa’ tres pesos, se encuentra diez y se le pierden siete.

Emil Cioran decía que la filosofía se torna humana cuando pasa de los textos a la boca de la gente. Estas voces me recuerdan que, más allá de las bibliotecas, los pueblos se las apañan para transformar sus experiencias en sabiduría. Las palabras que reinventan, las sentencias que conciben, no necesitan el papel para inmortalizarse. Son indestructibles aunque sólo queden escritas en las páginas del viento. Seguiré aguzando el oído en las calles para leerlas y entender mejor eso que los abuelos llaman el libro de la vida.



 

Por: Alberto Salcedo Ramos


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