La fábrica de cerveza Germania se convirtió en el edificio Mario Laserna. La planta de Bavaria se convirtió en el edificio Santo Domingo. Se está construyendo un Centro Cívico Universitario donde antes estaba la estación de policía de la localidad. Hay innumerables lotes de parqueaderos que antes eran casas. El parque Espinosa solía ser un parque con juegos infantiles: columpios, rodadero, sube y baja. Y en los próximos seis a ocho años el plan es demoler toda la zona del Triángulo de Fenicia y construir sobre ella un espacio urbano completamente nuevo.
La influencia que ha tenido la Universidad de los Andes en su zona aledaña es variopinta, porque no solo se trata de la transformación física de ciertos espacios como producto de las expansiones de la universidad, sino también de varias dinámicas sociales, económicas e incluso políticas que se desarrollan en sus alrededores como producto de esta cercanía.
La universidad y su entorno
“La universidad se alimenta del barrio y el barrio se alimenta de la universidad en una relación simbiótica”, afirma Camila Salazar, quien trabaja como asistente del componente social de Progresa Fenicia. “Si es negativo o positivo siempre depende de la persona que lo esté mirando”. Salazar, egresada de la Universidad de los Andes, explica que los habitantes del barrio siempre se están adaptando de manera que sus negocios y su modo de vida atiendan las necesidades a su alrededor, lo que se traduce en una oferta de parqueaderos, restaurantes, papelerías y fotocopiadoras e incluso droga que responde a la demanda de los estudiantes.
Amparo De Urbina, profesora de la Universidad Externado, quien ha investigado sobre las dinámicas residenciales en el Centro Histórico de Bogotá, explica que las universidades tienen un impacto negativo en la presencia de usos vinculados a la actividad residencial, es decir, usos que son importantes para los residentes. Sin embargo, también tiene un impacto positivo porque genera oportunidades de negocio y actividades comerciales: “Es una relación perversa, no del todo negativa, pero sí hay que manejarla porque genera unos impactos complicados”.
De Urbina explica que está llegando al Centro una población con condiciones socioeconómicas distintas que está generando cierto desplazamiento de la población tradicional. Afirma que se está convirtiendo en una especie de ciudad universitaria, con edificios de residencias incluidos, y eso hace que los precios suban, con lo que los residentes tradicionales muchas veces no pueden sostenerse en esa localización.
“La zona está muy deteriorada, pero el deterioro es culpa de la universidad”, opina Pedro Cortés (pseudónimo), quien ha sido habitante del barrio y vecino de Los Andes por más de 30 años. Explica que uno de los efectos principales de la universidad en la zona ha sido la conversión de lotes en parqueaderos, lo que ha hecho que varias casas desaparezcan y que sus moradores se muden a otro lugar. Sostiene que eso ha afectado de manera negativa negocios como el suyo, una tienda de barrio, pues depende de sus vecinos y recibe poca atención de los estudiantes.
De hecho, Elda Becerra, otra vecina, explica que los habitantes del barrio usualmente no frecuentan los negocios que han surgido alrededor de la universidad para los estudiantes, pues sus precios son muy elevados en comparación con los negocios que tradicionalmente existen en el área. Para ellos, tiendas como la de Cortés son esenciales.
Maurix Suárez, gerente del Campus de la Universidad de los Andes, reconoce que las comunidades del centro se han caracterizado por un gran resentimiento y desconfianza hacia la universidad. La universidad, así mismo, se ha caracterizado por un aislamiento de su entorno que ha dado origen al conocido cliché “de cara a la cordillera, de espaldas al país”. “Desarrollamos un pequeño guetto, mirándonos el ombligo”, dice Suárez. Y explica que siempre se habían dedicado a defenderse del entorno, pero hace unos años decidieron que era el momento de hacer un cambio.
“Esta burbuja nos ha ayudado a ser lo que somos como universidad, pero llega un momento en que no es sostenible”. Suárez explica que el entorno de la universidad se convirtió en una contradicción: “Lo veíamos en términos de nuestro interés: imagínate dar una clase de movilidad o desarrollo sostenible en el Santo Domingo y por la ventana ver el trancón, las casas invadiendo espacios públicos, familias en condiciones precarias, informalidad. Nosotros estamos acostumbrados a que sea parte del paisaje, pero ese contraste tan fuerte es muy raro para la gente que viene de afuera, profesores invitados y demás”. A partir de todo lo anterior la Universidad de los Andes decidió intervenir en su comunidad vecina de manera mucho más profunda de lo que lo había hecho hasta ahora.
El proyecto de renovación urbana Progresa Fenicia
El Triángulo de Fenicia comprende el área delimitada por la carrera tercera, la avenida circunvalar, el eje ambiental y la calle 23. Esta área fue estipulada para renovación urbana en el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de la primera alcaldía de Enrique Peñalosa, lo cual implicó que cualquier ente privado podía proponer un proyecto de renovación. Los Andes, en el año 2009, propuso un primer proyecto que no fue aprobado. A raíz de esto decidió elaborar uno nuevo, llamado Progresa Fenicia, con una diferencia importante: sería participativo e incluiría a la comunidad con la intención de que los habitantes del barrio no fueran desplazados.
El plan parcial de renovación urbana “Triángulo de Fenicia” fue aprobado por Gustavo Petro en 2014 y reglamentado en el decreto 420 del mismo año. Según Johnny Tascón, consultor y asesor, este es un proyecto pionero en el país pues es la primera vez que se desarrolla un plan de renovación urbana cuya base es la participación de la comunidad. Por su parte, Suárez dice que con Progresa Fenicia le han enseñado sobre renovación urbana tanto al Distrito como a otras ciudades del país, e incluso a expertos provenientes del País Vasco, Estados Unidos, México y Honduras.
Muchas de las personas involucradas en el proyecto coinciden en que es innovador porque no se trata de comprar los predios que quieren construir. Se trata de un intercambio metro a metro con los dueños: los habitantes de la zona aportan sus predios y una vez esté construido les devuelven un espacio con los mismos metros cuadrados de su lote original. Además, como el nuevo espacio será de un estrato socioeconómico más alto, y este aumento en el costo de los servicios públicos bien podría terminar por desplazar a la mayoría de los habitantes de la zona, dentro del proyecto está estipulado que se les mantendrá durante diez años el estrato original.
La universidad es el promotor del proyecto, pero también participa como un vecino más, pues está aportando los predios de los que es dueña. Y no solo eso: hasta el momento ha puesto 12 mil millones de pesos, según fuentes oficiales. El dinero y los predios son a cambio de que haya un edificio de Los Andes en lo que se construya.
La idea de un plan parcial de renovación urbana es garantizar que la ciudad crezca de manera ordenada, evitando el deterioro del suelo y el espacio público, explica Katherine Guío, coordinadora de Progresa Fenicia. Ella afirma que con el proyecto se planea pasar de tres a seis hectáreas de espacio público, mejorar la circulación y los andenes, tener un mejor parque y una plazoleta pública y ampliar las vías. Guío afirma que, sin el proyecto, lo que genera el desarrollo de la zona es que los precios del suelo aumenten: “se vuelven exorbitantes y eso genera especulación y deterioro porque al final nadie va a invertir en esos terrenos para mejorarlos a unos precios tan altos”.
Suárez enfatiza la importancia de Progresa Fenicia explicando que si se continúa haciendo un desarrollo predio a predio se seguirá desplazando a los habitantes, pero además “aumenta la densidad poblacional, hay problemas en la infraestructura de los servicios públicos, no hay parques adicionales”. Todo esto, según ellos, se evitará haciendo un desarrollo regulado por el decreto de renovación urbana.
Un proyecto con comunidad
“Eso lo hicieron por debajo de cuerda y cuando se dieron cuenta de que no les funcionaba ahí sí nos vinieron a decir”
El gerente del Campus asegura que Progresa Fenicia fue construido a partir de un trabajo con la comunidad, cosa que no había tenido ningún proyecto de renovación urbana hasta el momento. Explica que es por esto que la mayoría de los planes fracasan, “porque el momento de participación [de la comunidad], según las reglas del Distrito, llega cuando la gente ya está brava”.
Pedro Cortés fue uno de los vecinos que estuvo cuando surgió el segundo intento de Los Andes por renovar Fenicia: “Eso lo hicieron por debajo de cuerda y cuando se dieron cuenta de que no les funcionaba ahí sí nos vinieron a decir”. John Jairo Beltrán, otro vecino, manifiesta: “Ellos van dos pasos adelante y le avisan a uno cuando ya no puede hacer nada”. De hecho, varios miembros de la comunidad le contaron a este periódico que el primer abordaje a varios de los propietarios se dio por medio de una circular que incluía una amenaza de expropiación. El Uniandino tuvo acceso a una de estas circulares, que efectivamente establece que si “no se hubiese logrado un acuerdo entre los propietarios de los predios [...] la Administración Distrital podrá optar por la expropiación administrativa de los inmuebles correspondientes”. Esto ha llevado a muchos vecinos a decir que “el proceso ha sido violento”, como afirmó una de ellas en la última reunión informativa de Progresa Fenicia con la comunidad.
La reacción inicial de la comunidad, según Tascón, el consultor, fue de incertidumbre, temor y rechazo, por lo que fue necesario un proceso importante de diálogo con los representantes del barrio. “El plan parcial crea espacios de expresión en donde la crítica es importante y construye”, dice. Con estos espacios, según la coordinadora de Progresa Fenicia, ha cambiado el rol de la comunidad: “ya no hay tanta renuencia y escepticismo, sino participación, liderazgo, negociación y diálogo”. Este proceso, según quienes dirigen el proyecto, fue muy exitoso y ha disminuido significativamente la resistencia de los vecinos.
Por su parte, Suárez afirma que en este momento están en una “etapa maravillosa”, en la que la gente de la comunidad está inclusive afanándolos para que inicien la construcción, manifestando su deseo de entregarles de inmediato el predio y poderse mudar a su nueva vivienda: “Ya no son unos constructores malévolos, ya no es la Universidad de los Andes, es un proyecto que tiene una comunidad”.
De las cinco unidades territoriales en las que está dividida el área de renovación urbana, ya hay dos que se han unido al proyecto con porcentajes de 95% y 97% respectivamente. Es decir, el 95% y 97% de los habitantes de estas unidades “estuvieron completamente de acuerdo con la propuesta del plan parcial”, dice Tascón. Y agrega: “Lo que esto demuestra es comprensión y claridad sobre las oportunidades que se plantean, y confianza hacia la universidad”. El gerente del Campus sentencia: “Qué mayor confianza que firmar escrituras, que transferir tu patrimonio”.
“Cuando uno es vecino y sufre las consecuencias de un sector deteriorado, clama a voces y a gritos que hagamos algo. Eso es lo que nosotros recibimos de los vecinos residentes de este barrio todos los días en la universidad”
La confianza de la comunidad
Para el gerente del proyecto, Germán Castellanos, los vecinos estaban pidiendo una intervención urbanística de este tipo: “Cuando uno es vecino y sufre las consecuencias de un sector deteriorado, clama a voces y a gritos que hagamos algo. Eso es lo que nosotros recibimos de los vecinos residentes de este barrio todos los días en la universidad”, dijo en la reunión informativa que se llevó a cabo en Los Andes el pasado 25 de enero. Y agregó: “Tengan la certeza de que esto es lo mejor que pudo haber pasado en este sector”.
-¿Están tranquilos con el proyecto?
-No. Con mis vecinos estamos intranquilos.
-¿Y hay mucha gente intranquila?
-Sí. Bastantes.
-Si todo el mundo está intranquilo, ¿por qué lo aceptaron?
-Porque no hay de otra.
Elda Becerra es una mujer nacida y criada en el barrio Las Aguas, igual que sus padres, sus abuelos y su hijo John Jairo Beltrán, quien agrega: “La verdad estamos muy presionados, porque si tú me preguntas a mí, ‘¿quieres que construyan?’ Yo no, yo quiero mi casa”.
Su mayor preocupación son las dificultades económicas que pueden enfrentar una vez realizada la construcción. Beltrán explica: “El cargo de la administración [de un edificio] es como pagar un arriendo, y si aquí a veces no se pueden pagar los servicios en estrato dos… Es un desplazamiento forzado porque el que se quede se lo tragan los impuestos y los servicios”. Ante el argumento de que les van a mantener el estrato por 10 años, replica que ese tiempo “se va volando”.
Ellos no son los únicos con esta preocupación. Alicia Aguilera, habitante del barrio por 36 años, afirma que el sector “se va a volver invivible (sic) para nosotros, los pobres”. Por 32 años ha vivido de la venta de productos en una caseta en la calle, pero con la renovación urbana no va a poder continuar con el mismo negocio: deberá pasarse a un local. “32 años en esta esquina y no he podido reunir ni para una casa propia, ¿cómo voy a pagar un local? ¿cómo lo voy a surtir?” Varios comerciantes están preocupados también. Juan Carlos Ortiz, dueño de una tienda, explica: “A mí me van a poner al lado un Ara o un D1, ¿y yo cómo compito con eso?”
Para contrarrestar la carga económica que implica la renovación urbana, Progresa Fenicia coordina cuatro programas sociales, que ya se han empezado a desarrollar, dirigidos a temas de empleabilidad, emprendimiento, refuerzo escolar y adulto mayor. El gerente del campus argumenta que la protección del Estado no puede ser infinita: “Esto no es el papá Estado ni el papá universidad diciendo ‘esto es lo que tienen que hacer’. Lo que ofrecemos son abanicos de oportunidades y cada familia va tomando lo que le conviene de la mejor forma”.
Sin embargo, estos programas sociales no son una opción para todos los vecinos. Claudia María Bermúdez nos explicó que no puede asistir a ninguno porque debe permanecer todo el día en su lugar de trabajo y, aunque su hija empezó a ir a los talleres de emprendimiento, debió desertar cuando consiguió empleo. La situación de esta vecina es particularmente relevante porque además de las preocupaciones económicas que mencionan Becerra y Beltrán, tiene una adicional: cuando se realice la renovación se va a quedar sin trabajo. Ella es dueña de un parqueadero, pero con los parqueaderos no se da el intercambio metro a metro mencionado anteriormente: a cambio de un metro de parqueadero les devuelven medio metro en espacio residencial o comercial.
Otros dueños de parqueadero tienen preocupaciones similares. Al preguntarle a José Óscar Cruz qué opina sobre este intercambio, respondió: “Pues, ¿qué opinaría usted? Que está mal”. Toda su familia vive del mismo negocio. Explicó que tendrán que conseguir otro trabajo cuando se desarrolle la obra, pero “conseguir trabajo ahora está difícil”. Y concluye que el intercambio planteado es especialmente injusto porque los terrenos de los parqueaderos se han valorizado significativamente.
El problema, no obstante, tiene más dimensiones. Ariel Jiménez construyó un parqueadero cerca a la universidad en 1989 y desde entonces no se ha dedicado a nada más. Sin embargo, no es el dueño del predio donde está su negocio, es arrendatario. Aunque Progresa Fenicia inicialmente solo negocia con los dueños, sí ofrece beneficios para los arrendatarios, pues muchos, como Jiménez, han sido parte de la comunidad por años. El proyecto les da la posibilidad de comprar espacio comercial o de vivienda a precio cero, que suele ser mucho menor que el precio “normal”, cuando el espacio ya se ha valorizado.
Jorge Enrique Rivas, o Kikelín, como lo conocen los estudiantes, también es arrendatario de un parqueadero. Ha vivido en Las Aguas sus 49 años de vida y lleva 32 años trabajando en parqueaderos alrededor de Los Andes, tiempo en el cual ha establecido una relación muy estrecha con varias generaciones de uniandinos. Sin embargo, dice que probablemente no se quedará allí una vez se desarrolle el proyecto. Hay mucha incertidumbre, explica, sobre todo para los arrendatarios: “Llevo 32 años en esta universidad y lo único que me dijeron fue: ‘lo tenemos en cuenta si necesitamos un operario de parqueaderos’”.
El periódico [no] comunitario
Dada la dificultad inicial para acercarse a la comunidad, la Universidad de los Andes decidió fabricar sus propias herramientas: contrató los servicios de comunicación de la revista 070, medio del Centro de Estudios en Periodismo (Ceper) de la universidad , para que creara un periódico para los habitantes de Fenicia y así poder mejorar la comunicación con los vecinos. El periódico, llamado Directo Fenicia, es una de las fuentes de financiación de 070 y por su trabajo con el proyecto ha financiado varias generaciones de becarios de la Maestría en Periodismo de Los Andes.
“para la comunidad es muy claro quién hace el periódico, nadie cree que sea un periódico hecho por [ellos]”
Quienes trabajan con el proyecto lo llaman un periódico comunitario, pero este puede ser un término errado, pues en la dirección editorial no hay una sola persona de la comunidad: todos son funcionarios contratados por Los Andes, encabezados, de hecho, por el mismo gerente del Campus. Los encargados del periódico en 070 llevan sus propuestas para la edición mensual al comité editorial, compuesto por profesores y personal administrativo de Los Andes y periodistas del Ceper. No obstante, en el periódico no hay un solo logo de la universidad a la vista.
Tampoco es usual que los habitantes del barrio escriban los contenidos del periódico. Suárez afirma que es “porque no todo el mundo escribe”. Angie Bautista, la coordinadora de Directo Fenicia, explica que incluso las columnas de opinión firmadas por los vecinos son escritas por los mismos periodistas, basadas en entrevistas que les hacen y en común acuerdo: “hay gente que no se siente tan cómoda escribiendo”. Camila Salazar sostiene que la comunidad siempre participa, “ya sea de manera indirecta, participando en actividades de las que habla el periódico, o de manera directa a través de una entrevista”.
Alejandro Gómez Dugand, coordinador de proyectos del Ceper, sostiene que el propósito del periódico es ser un canal de comunicación donde tanto el proyecto como la comunidad tengan una voz. A pesar de esto, la comunidad no tiene representación directa en el comité editorial: su voz la reúnen los miembros del Ceper, quienes recogen las preocupaciones de los vecinos que el componente social de Progresa Fenicia se encarga de transmitir. Sin embargo, cabe resaltar que hay varias preocupaciones que encontró El Uniandino entre los habitantes de Fenicia que no se han visto reflejadas en las páginas de Directo Fenicia. De hecho, revisamos 10 ediciones repartidas entre los años 2015 y 2019 y en todas se observa una clara tendencia a favor del proyecto de renovación urbana.
“Finalmente es un periódico para mostrar aspectos positivos del proyecto”, explica Bautista, por lo que la idea de la publicación al incluir las dudas e inquietudes de la gente es “mitigarlas y desvanecerlas”. Aunque afirma que nunca han dejado por fuera una historia que afecte los intereses de Progresa Fenicia, explica que muchas veces aplazan ciertos contenidos de acuerdo a la coyuntura y necesidades de comunicación del proyecto.
Tanto Bautista como Gómez Dugand defienden firmemente la transparencia de Directo Fenicia porque, aunque no tiene un logo de la universidad, ambos afirman que los vecinos saben perfectamente que se produce desde Los Andes: “para la comunidad es muy claro quién hace el periódico, nadie cree que sea un periódico hecho por [ellos]”, sostiene el director de 070.
Entre la espada y la boca del lobo
“Es muy bueno, porque uno tiene algo muy deteriorado y le entregan algo nuevo, y eso va a valer mucha plata”
Elda Becerra y John Jairo Beltrán sienten que no tienen una opción diferente que aceptar el proyecto: “Como es un plan parcial [del Distrito] nos tienen la espada por lado y lado: si no le cogemos la mano a la universidad entonces el Distrito expropia”, explica Beltrán. La expropiación, a pesar de ser un término que no le gusta a quienes trabajan en el proyecto, es una posibilidad real debido al principio constitucional según el cual prima el bien común sobre el individual. Así, si la mayoría de propietarios están de acuerdo con el proyecto, se puede expropiar a quienes no lo estén. “Entonces la universidad está logrando su objetivo: hacer el proyecto, decir que es concertado, que la gente está de acuerdo y que estamos felices porque me van a dar un apartamento donde me van a tragar los impuestos”, concluye Beltrán.
“Estos elementos [la expropiación] se usan solamente con porcentajes del estilo del 90% [de gente que está de acuerdo]”, afirma Suárez. Sin embargo, en el papel tan solo se necesita un 51%, por lo que la sombra de la expropiación se cierne sobre los propietarios cada vez que oyen hablar de Progresa Fenicia.
Por supuesto, no todos se oponen. Pedro Cortés es uno de quienes lo apoya completamente: “Es muy bueno, porque uno tiene algo muy deteriorado y le entregan algo nuevo, y eso va a valer mucha plata”, explica, y agrega que quien no acepte el proyecto “es muy duro de la cabeza”. Manifiesta que ha tenido problemas con algunos vecinos por su apoyo al proyecto, pero él piensa que la resistencia que aún manifiestan varios se debe principalmente a desinformación.
Sin embargo, las razones de Cortés para su apoyo a Progresa Fenicia tienen un matiz adicional. En un principio no estuvo de acuerdo con la intervención, pero, al igual que varias de nuestras fuentes, nunca se opuso por tratarse de la Universidad de los Andes: “Eso es como meterse a la boca del lobo”, dice. Varios de los vecinos que hablaron con este periódico resaltan que es la universidad más poderosa del país, lo que no les da muchas esperanzas. Al final, Cortés concluye: “Si no puedes con el enemigo, únetele”.
Por: Isabella Mejía Michelsen
Fotografía: Sebastián Sotelo
Fotomontaje: El Uniandino
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