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  • El Uniandino

Crecimiento poblacional y patrones de consumo



Muchas de las preocupaciones sobre el futuro, en términos de sostenibilidad y calidad de vida, recaen en el crecimiento poblacional de nuestra especie. Actualmente somos más de 7 billones de personas viviendo en conjunto con millones de especies (apróx. 7,7 millones de especies de animales, 300mil de plantas, 611mil de hongos, 36mil de protozoos, 27mil de algas-mohos) en el mismo planeta. Somos una especie más en este gran bioma, hacemos parte de un sistema natural complejo y somos la naturaleza – aunque nos cueste entenderlo así –. Pero nuestra existencia genera un gran impacto que afecta y desequilibra los procesos y funcionamientos de múltiples ecosistemas: hay una fuerte correlación entre la degradación de la biosfera y nuestra presencia. Por ejemplo, según “Estimating the normal background rate of species extinction”, un estudio publicado en la revista científica Conservation Biology, la tasas de extinción de especies son MIL veces más altas que las tasas naturales de extinción de fondo (tasas prehumanas), debido, esencialmente, al crecimiento casi exponencial de nuestra especie desde finales del siglo XVIII (primera revolución industrial) modificando los hábitats y condiciones de vida de las demás especies.

Con este panorama es frecuente que salgan a relucir ideas misántropas. El ejemplo más usual, es mencionarnos como una plaga la cual debería resignarse al fatalismo, valiéndose de una narrativa irreversible del desastre que poco espacio deja para pensar o analizar los posibles panoramas, soluciones y replanteamientos. Así bien, para abstenernos de caer en estos discursos es pertinente entender el papel que juegan los cambios poblacionales, los factores demográficos y comprender los patrones de consumo (el impacto ambiental) por contexto y por región.

Según las proyecciones de la ONU, está previsto que para el 2050 van a haber casi 10 billones de personas (9.700.000.000.000) en el mundo. Un incremento considerable a causa, esencialmente, del aumento – aunque paulatino – de la calidad de vida a nivel global, que se traduce en la expectativa de vida, la educación, el PIB per cápita, el acceso a servicios de saneamiento y al agua potable, entre otros. Esto está generando que la tasa de mortalidad disminuya. La gente se está muriendo más vieja y los que nacen van a vivir más tiempo, pues la duración de la vida se está prolongando, lo que finalmente conlleva a un mayor número de individuos.

No obstante, una de las causas más relevantes y problemáticas es la tasa de natalidad tan alta en regiones con baja calidad de vida y bajo desarrollo económico como África o algunas zonas de Asia. En estas regiones las poblaciones son muy jóvenes con una media de edad entre los 15 y 20 años, lo que genera una tasa de fertilidad muy alta (hijos por mujer) – vale la pena revisar los gráficos y mapas interactivos de Our World in Data que se basan en los datos de la ONU y del Banco Mundial para ver esta relación tan directa –. Hay entonces también más mujeres que viven en contextos con condiciones de vida precarias. Donde no existe un poder de adquisición vital para vivir: no hay acceso a lo básico (agua, alimento, salud), no hay acceso a la educación y existen entornos culturales con una dominación masculina absoluta que se arraiga profundamente en todas las capas sociales y culturales de la vida, imponiéndole a la mujer un rol social violento y exclusivo a la reproducción. Estos contextos están ligados a la pobreza, así, la misma situación termina perpetuando el patrón y repitiéndose generación tras generación.

Ahora bien, el nivel de educación de las mujeres es el factor que más determina el crecimiento poblacional y la relación es inversa: entre más educación de las mujeres, menor es la tasa de fertilidad, según Our World in Data. Las mujeres con un nivel educativo mayor, tienen mayor independencia, tienen mayor conocimiento financiero, sexual, psicológico, se casan a una edad mayor y asimismo, tienen menos hijos. Lo que a la larga va disminuyendo la tasa de natalidad mientras la calidad de vida va, progresivamente, aumentando.

Si analizamos lo anterior frente al desarrollo sostenible quedan algunos panoramas muy claros y preocupantes. Por un lado, el crecimiento poblacional en las próximas décadas se dará en regiones con poblaciones muy jóvenes y con bajo poder de adquisición, es decir poblaciones pobres que poco pueden consumir y que generarán poco impacto ambiental. Por el otro lado, y muchísimo más grave, el porcentaje de la población en estado de pobreza va a aumentar significativamente y la desigualdad se asentará aún más, pues se reproducen a una tasa mayor. Es en este problema donde se deben enfocar todos los esfuerzos a nivel global en aras de vivir en un mundo más viable y sostenible. La sostenibilidad no busca – ni nunca lo hará – resultados con un único y exclusivo interés ambiental. Más bien, se fundamenta en una ética global de justicia y responsabilidad, donde la desigualdad y la pobreza no tienen cabida. El tan famoso principio maquiavélico nunca será una opción. El desarrollo sostenible nunca se dará en un mundo inmerso en la pobreza. Así que tenemos que propiciar entornos que la disminuyan, al hacerlo, las tasas de fertilidad y de natalidad van a disminuir, la calidad de vida aumentará y se generará un decrecimiento poblacional.

En términos de consumo el cambio poblacional no es, ni será tan relevante como el cambio en los patrones de consumo de poblaciones que tienen un poder de adquisición medio-alto, pues son las que más consumen y las que más desechos producen. Claramente, esto va de la mano con las nuevas tecnologías, las energías renovables, la educación y sobre todo con un nuevo modo de pensamiento que replantee nuestra relación con la naturaleza y sea el cimiento para que los demás cambios puedan suceder.

En definitiva, tenemos que eliminar la pobreza para bajar la tasa de natalidad y debemos replantear los patrones de consumo para disminuir el impacto. Eliminemos esa idea barata que nos simplifica falazmente como plaga, salgámonos de la burbuja que menosprecia la vida, y ojo, no solo la vida humana.


 

Por: Isabella Celis Campos. Artista. Activista en la discusión sobre la crisis socio-ambiental y el desarrollo sostenible


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