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  • El Uniandino

¿A qué se debe nuestra ligereza al hablar y actuar frente a la crisis climática?



Al parecer hablar de la crisis climática ha resultado ser un fiasco. En nuestras conversaciones este tema termina trillado por la superficialidad con la que se dilucida, se menciona en nuestras agendas sociales pero el tema queda relegado como frase de cajón, a un lugar gastado e incómodo de reflexión. Falta echarle cabeza a nuestras conversaciones al respecto: nos indignamos por los derrames de crudo en el océano, por la cantidad de hectáreas deforestadas en el amazonas, por los osos polares moribundos buscando qué comer en vertederos de basura en Rusia, por las ballenas varadas en las playas con las tripas llenas de plástico, pero no entendemos ni relacionamos las causas de estos eventos en relación a nuestra existencia humana. Consolamos la impotencia con la cómoda idea de que poco podemos hacer al respecto.


Se le suma que desde hace varios años ronda toda una terminología engorrosa que no logramos digerir: sostenibilidad, medio ambiente, ecología, reducción, reciclaje, huella de carbono, la lista sigue y sigue. Creemos que a esto se resume la crisis ambiental y nuestro rol en ella: reduzcamos, compremos cepillos de dientes de madera, bañémonos durante menos tiempo y de nuevo otra lista continúa. Nos comemos el cuento de la nueva marca que se autoproclama ecológica o del nuevo producto que tiene la etiqueta de “sostenible” o “amigable con el medio ambiente”. Caemos en trivialidades y generalizaciones ineficientes que en muchos casos terminan siendo contraproducentes.


Pues bien, gran parte de esta ligereza al hablar, reflexionar y actuar eficazmente frente a la crisis climática –que no es otra que una crisis social– se debe al gran abismo de desinformación. Es la gran fisura: desconocemos las complejidades de las cadenas de suministro de lo que consumimos, producimos y desechamos. No tenemos el conocimiento para comprender las problemáticas que se generan en los sistemas ambientales debido a nuestro modo de vida y tampoco entendemos los procesos de regulación propios de la Tierra. En definitiva, no tenemos una comprensión profunda y acertada de nuestra existencia humana como parte del planeta.


Pero lo desconocemos por un problema sistemático y estructural. El modelo económico actual celebra el éxito exclusivamente monetario y adopta sin discriminación medios que incrementan la producción y el consumo. Bajo este modo de pensamiento se ocultan los procesos requeridos para que el consumidor obtenga un producto: desconocemos de dónde vienen las materias primas, cómo y dónde se manufacturan o producen, quiénes son las personas encargadas de cada etapa, cuáles son los recursos necesarios y mucho menos sabemos qué se hace y adónde van a parar los desechos de cada proceso. Vivimos en una realidad donde lo esencial es obtener un producto. Es la cultura de la ligereza.


No sabemos qué requiere – en términos sociales, ambientales e industriales – tener un celular, un filete de carne, una caja de Choco Krispis o un par de jeans. Así, se ha abreviado el sistema de consumo, o mejor, así nos lo han comunicado.


Precisamente el problema grave es la comunicación pues la poca información que recibimos es descontextualizada, generalizada, y los espacios de difusión son escasos y tienen poco impacto sobre los grupos poblacionales grandes. Se reduce a lo que el mercado quiere mostrarnos y cuando las compañías quieren verse sostenibles – porque sus consumidores empiezan a exigirlo – caen fácilmente en el greenwashing. Práctica popular y común en el marketing en la que las empresas comunican un valor verde que no producen y que a veces ni siquiera puede existir. A través del greenwashing generan una imagen positiva que no es verdadera, venden un producto o un servicio con aparentes cualidades sostenibles que en muchos casos resultan incomprobables porque lo que se informa es trivial. Se invierte más en comunicar con aras de ganar valor y posicionamiento que en lo que realmente se aporta para aplacar algún problema socio-ambiental. La cuestión es que el consumidor asume que es verdadero y que al comprar ayuda a la mitigación del problema.


Pero debemos tener claro que no existe ningún producto 100% sostenible o verde. Todo requiere unos recursos y todo genera desechos y desperdicios. Al obtener cualquier artículo estamos no solo consumiendo el artículo per se sino también todo lo requerido para que este se produzca y llegue a nuestras manos. Por ejemplo, obtener un par de jeans es consumir el suelo, el agua, los fertilizantes, pesticidas y la mano de obra para cultivar el algodón, también es consumir la energía en forma de combustible y la electricidad para manufacturarlo y convertirlo en hilo, los colorantes a base de petróleo para teñirlo, las toneladas de agua contaminada, así como los hasta 37 procesos de costura realizados en las llamadas maquilas por los trabajadores peor pagados de toda la cadena y los procesos para darle el acabado que requieren de químicos, energía y más agua. Por si fuera poco la distribución intercontinental y la comercialización también demandan energía proveniente de combustibles fósiles.


Así, la mayoría de lo que consumimos tiene cadenas de suministro complejas y largas donde el agua virtual (virtual water) y la energía incrustada (embedded energy) –los recursos utilizados de modo directo e indirecto para la realización de algún bien– son muchísimos más de los que podríamos ahorrar durante toda nuestra vida en el uso doméstico. Estamos consumiendo recursos y produciendo desechos que no conocemos. La piedra en el zapato es que es difícil rastrear y controlar estos procesos porque no hay interés en mostrarlos.


Si conociéramos las cadenas de suministro de todos los bienes que producimos podríamos tener perspectivas más amplias y apropiadas para tratar la crisis climática. Al conocer estas complejidades sabríamos las relaciones directas e indirectas entre nuestra existencia como individuos y la ballena llena de plástico, la deforestación en la cuenca amazónica o las poblaciones intoxicadas por aguas contaminadas. Reconoceríamos nuestra responsabilidad en todo lo que sucede y podríamos cambiar y replantear nuestros modos de pensamiento y por tanto nuestro accionar. Por supervivencia nuestros sistemas económicos y políticos se irán ajustando a las exigencias de sus tiempos o se resignarán a su obsolescencia.

 

Por: Isabella Celis Campos. Artista. Activista en la discusión sobre la crisis socio-ambiental y el desarrollo sostenible


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