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  • El Uniandino

Whale valley - La soledad y el aislamiento vistos desde Islandia

Actualizado: 24 may 2020

Estamos viviendo un momento de extrañamiento, para algunos es un instante de tranquilidad y aprendizaje, a otros parece devorarlos la soledad y el aislamiento. Respecto a la segunda experiencia se puede destacar la metamorfosis que sufre nuestra percepción: nuestra forma de mirar cambia, florecen nuestras mejores cualidades de resiliencia o en ocasiones se exponen a flor de piel nuestros más profundos miedos y defectos. Estas facetas son precisamente las que el director islandés Guõmundur Arnar Guõmundsson busca explorar en Whale valley (2013) a través de la relación que se desarrolla entre Ivar, un niño de siete años, y su hermano Arnar, un adolecente que sufre de depresión.


La creación de un cortometraje implica retos diversos en contraposición con la filmación de un largometraje. Elaborar un cortometraje implica trabajar con economía y practicidad. Al contar con una cantidad reducida de tiempo cada segundo debe hacerse valer, cada imagen debe tener un objetivo estético o narrativo que resulte fundamental para el desarrollo total de la obra. Las nociones de límite temporal y síntesis están siempre presentes en la elaboración de un cortometraje; por tanto, cada escena debe ser profundamente significativa y poseer una resonancia especial con relación al movimiento narrativo que se persigue. En dicho sentido Whale valley resulta un ejemplo magistral en el cual Guõmundsson, quien recibió una mención especial en el festival de Cannes tras presentar su obra, nos ilustra cómo con tan solo quince minutos se puede acelerar el corazón, hacer sudar las manos, robar el aliento de la audiencia y en el camino hacerles, quizá, soltar una que otra lágrima.


La historia que se cuenta en Whale valley si bien resulta compleja podría ser resumida en un par de oraciones, el verdadero valor de la obra islandesa se haya en los matices que crea, resaltando los mecanismos con los que se cuenta la historia sobre la narrativa misma. Así, mediante estrategias como la economía del discurso se logra que las pocas intervenciones dialógicas funjan como una herramienta para enfatizar en los silencios que el director usa para explorar el interior de sus personajes de una forma íntima e introspectiva.


La obra inicia con una visión panorámica de una Islandia gris, fría y desolada, tras la cual presenciamos la que tendría que haber sido la última vista de Arnar antes de un inminente intento de suicidio que es detenido por la súbita aparición de su hermano menor. La obra se centra en la narrativa de Ivar, quien ve el mundo como un espacio de potencial exploración y cuya soledad es el motor de su curiosidad. Sin embargo, el retorno de la tristeza de Arnar, como la denomina el pequeño, supone una ruptura importante en el modo en el cual se relaciona con su hermano. La preocupación por la vida y la conciencia de la muerte permean fuertemente a Ivar, cuya intranquilidad reside en el miedo de perder a Arnar.


El cortometraje, rodado en Islandia, brinda al espectador una mirada particular de la naturaleza, caracterizándola como un ente cruel y desolador. El entorno se enmarca en tonalidades grises que nos sumergen en la perspectiva caótica que posee Arnar del fiordo. Dicha óptica enfrenta dos de los momentos más críticos para la definición del “yo” en la experiencia humana: la infancia y la adolescencia, teniendo como mediación a un espacio laberíntico que posee como su rasgo más despiadado la infinidad del horizonte que Guõmundsson dibuja a través de planos generales y paneos que invaden la cinematografía del corto. El encierro se convierte en una condición que trasciende la infinidad del espacio físico, encontrando su génesis en la interioridad de los personajes y por tanto a través de un movimiento expansivo que partir de los mismos permea al espacio abierto.


Son muchas las singularidades que se presentan en la visualización del trabajo de Guõmundsson, una de las cuales se halla en una de las escenas con mayor significado metafórico dentro del contexto de la obra: una ballena encallada cuya presencia no pasa desapercibida por el público. Uno de los mayores retos que el director admitió haber enfrentado en una entrevista con el blog No Film School fue la búsqueda de dicho animal. La producción del corto dependía de la posibilidad de encontrar un animal encallado en Islandia, donde poco más de una vez al año sucede dicho fenómeno. La espera, en dicho sentido, se convierte en un elemento que caracteriza a la obra desde su ejecución hasta su visualización. El animal encallado y su frustrada lucha por la vida transmuta en una metáfora para la adolescencia, simbolizando la dualidad que desafía a Arnar al poner en diálogo a la dificultad que halla al sentirse varado en el fiordo con su rol de hermano mayor y la responsabilidad que siente frente a la infancia de su hermano. Así, el director ahonda en la imagen del animal encallado cuya reclusión no se basa en la carencia de espacio sino en la imposibilidad de movilidad.


La mirada que posa Guõmundsson en el espacio rural pretende dar lugar a la ruptura de la imagen idealizada de una naturaleza maternal y portadora de vida para convertirse en una figura que tiene una presencia estática que resulta cruel al no lograr encarnar la imagen romantizada de la utopía rural, y convertirse en un reflejo directo de la ausencia parental que sufren los protagonistas. El agua en Whale valley se convierte en un personaje más, su fluir es interrumpido y resulta siempre alegórico. El río en el fiordo fluye de manera paralela a la carretera y personifica el flujo de conciencia que tienen ambos personajes, siendo en ocasiones robusto y caudaloso, pero a su vez propiciando la soledad en ambos muchachos, quienes de la mano de la ballena se encallan en una realidad que escapa a su propio control.


La reflexión que Guõmundsson nos regala a propósito del aislamiento y de la soledad tiene un carácter trascendental que nos habla de la relativización del espacio y el nexo, muchas veces arbitrario, que se da entre la espacialidad y dichas sensaciones. Para el director islandés el aislamiento reside en nosotros, el enclaustramiento se convierte en un sentimiento en lugar de ser una condición inamovible.


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Por: Melissa Betancour


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