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  • El Uniandino

Una mirada a la industria musical con el profesor Juan Camilo Llano

“¿Crees que existe una industria musical?” Esa sería la primera pregunta que haría Juan Camilo Llano, pedagogo que ha trabajo en la industria y gestión cultural para entidades tan importantes como IDARTES y la Cámara de Comercio de Bogotá, de estar en su clase de Creación y gestión de proyectos musicales, y es una muy buena pregunta para romper el hielo. La industria cultural y musical es una cosa de la que todo el mundo ha escuchado hablar alguna vez. Que entrar en la industria es muy difícil, que la industria es injusta, que tal disquera o tal grupo domina y entiende la industria. Según Llano, la definición de industria musical depende mucho de a quién se le pregunte. Pero para él, esta funciona como una transacción económica: hay oferta y demanda, y en ese sentido, hay una industria musical.


El Uniandino ha hablado con Juan Camilo Llano, quien se identifica a sí mismo como profesor y pedagogo y ha trabajado, vivido y pensado su papel en los negocios culturales actuales, para conocer cómo funciona la industria musical y cuáles son los mayores retos que presenta en el país.


Juan Camilo estudió música en la Universidad de Los Andes, con énfasis en producción de audio, una opción que recién se estrenaba, por lo que él fue de la primera generación de graduados como productores de audio. Esto dice mucho de cómo la universidad –y el medio musical, por supuesto– ha cambiado su visión y su manejo de esta disciplina desde entonces, ya que actualmente entran unas cuarenta personas semestralmente a producción de audio a la universidad. Llano ha recorrido todos los papeles dentro de este ámbito del medio musical bogotano: se ha desempeñado como ingeniero de sonido, en la producción detrás del escenario, como tour manager, ha participado en mercados culturales y ha sido curador de los festivales Al Parque. A propósito de su periodo como colaborador en IDARTES, recuerda que fue justo en este en el que se dio cuenta de la necesidad que tienen quienes deciden emprender un camino en la música de tener un guía en la industria y la gestión cultural:

“Ese trabajo con los festivales Al Parque me empezó a mostrar un poco las falencias que tenían los grupos y la industria en sí en ciertos aspectos. (…) Yo tenía que entender muy bien cómo es que todas estas agrupaciones veían sus proyectos como un sustento y una forma de vida, ya pensando en proyectos rentables, y cómo nosotros desde la institución [IDARTES] podíamos fortalecer estos procesos. (…) Siempre que se habla de emprendimiento musical se asocia con la circulación, como si la circulación fuera lo único de donde las agrupaciones pueden generar algún tipo de ingreso; pero nos dimos cuenta de que había otras posibilidades en la industria musical”.


Surge entonces esta pasión por la pedagogía, porque él quiere darle herramientas a la gente para poder sacar sus proyectos adelante. Vinculándose con la Cámara de Comercio, hizo unos talleres y asesorías en el área de mercadeo y ventas para emprendedores de industrias creativas y culturales. “Esto me dio un conocimiento basto de lo que estaba pasando con el sector, de cuáles eran las necesidades que tenían las agrupaciones y la misma industria” dice Juan Llano, “y me dio pistas de cuáles eran las cosas con las que tenía que lidiar día a día un emprendedor en Colombia”.


Trabajando allí y haciendo capacitaciones para hacer negociaciones para el BoMM (Bogotá Music Market), Llano tuvo la oportunidad de analizar no solo a la industria, sino también a sí mismo, como músico, y al sector en el que se desenvolvía también. “Los músicos son mucho más reacios a entrar a estas dinámicas del mercado”, dice él, “porque nos creímos el cuento de que éramos súper importantes (…) que solo somos creativos y que necesitamos a alguien que haga todo lo demás”. El problema del músico es que no se acerca a estas dinámicas de la gestión; se dedica a perfeccionar su instrumento, pasa ocho horas diarias en su cubículo –tal vez más– pero, al final, no sabe muy bien qué hacer con su rol. “El punto no es invitarlos a que emprendan, sino que, al momento de llegar a una entrevista, ellos sepan cómo venderse y qué pueden hacer con su proyecto”.


Profundizando un poco más en torno al tema de las industrias musicales, dice: “hay que reconocer un poco cuáles son los eslabones en la cadena de valores: formación, creación, producción, gestión, divulgación y el público al final como receptor de la cadena”; además, conocer que la industria bogotana sí tiene diferencias con la industria musical internacional. Esto se debe, en primer lugar, a que en Bogotá hay menos gremios o lugares en donde la industria se mueva activamente –a pesar de que esté actualmente creciendo muchísimo en ese aspecto–. “En jazz está Matik Matik y punto, y en rock habrá cinco sitios y a parte esos cinco sitios no te llenan”. En segundo lugar, hay un tema de formación de públicos. “Todavía las audiencias no entienden la relevancia que tiene apoyar a la industria local, pagar una boleta, comprar un disco (…) depende de nosotros, y por ahí todavía hay un problema para que la industria bogotana pueda seguir creciendo”. En tercer lugar, y en palabras de Juan Camilo: “esta industria, en muchas cosas, es muy celosa. No le gusta compartir información. Y a veces es un poco agresiva. (…) De a pocos los que estamos comenzando nos damos cuenta de que tratando a la gente y compartiendo saberes (…) es como se logra que esta industria crezca bastante”.


Entonces, el entrar a la industria musical depende de muchas variables. Se necesita ser un buen músico, entender el proyecto musical como una empresa, dedicarle tiempo, hacer inversión, conseguir un buen equipo de trabajo; “pero si no hay quien te compre eso, no pasa nada”, complementa Llano; “Monsieur Periné, que todos los conocemos, hasta hace muy poco es que están viviendo de esto. Pero grupos como LosPetitFellas o Diamante Eléctrico todavía no es que vivan de esto (…) porque todavía no hay un público (…) aunque para cada género hay una industria desarrollada. No es lo mismo la industria del reggaetón que la industria del indie”. Llano recomienda pensar en las necesidades que se satisfacen en los públicos, porque tal vez la gente escucha esa música por razones muy distintas a las que se piensan en un principio y así se podría llegar a más gente. Tal vez por la complejidad del proyecto, o por género musical, el grupo entra sin quererlo en un nicho muy reducido y hay que buscar otras latitudes; “es cuestión de descubrir unos nuevos mercados”, concluye.


En cuanto a mercados culturales, Llano ha tenido la experiencia desde los dos lados: vendiendo su proyecto y como programador y vocero encargado de negociar en nombre de los festivales Hip Hop al Parque y Rock al Parque. En cuanto a su primera experiencia (como vendedor) recomienda prospectar los clientes de interés, entender qué buscan los inversionistas en las ruedas de negocios, no tratar de conseguir la mayor cantidad de citas posibles ya que “el objetivo principal en un mercado cultural puede ser hacer una red de contactos primero y empezar a hacer objetivos reales”. Desde el otro lado, como comprador, cambian los papeles totalmente y desde ahí se le puede hacer retroalimentación a las bandas. “En un mercado pueden presentarse 500 agrupaciones. El mismo programador ve esas 500 bandas, todas igualitas. A parte, no es al único mercado al que está asistiendo, sino que en el año por lo menos asiste a unos cinco (…). A parte, tiene compromisos de años pasados. Estás compitiendo contra 2500 agrupaciones, si no más, ¿cómo vas a hacer tú para destacarte?”. Lo complejo de los mercados culturales es que su reto no solo recae en el tema musical, sino que estas ruedas de negocios son tan cortas que solo tienes minutos para convencer a una persona que conozca a profundidad el proyecto. Las agrupaciones siguen entregando discos a los programadores y Llano ha visto cómo ellos salen de estos mercados con bolsas gigantes llenas de discos, epks y brochures que lo más seguro es que nunca lean o escuchen. Además, estos mercados se construyen alrededor del sueño un poco erróneo de tocar en tal o cual festival, y después de eso, ¿qué? La pregunta es, entonces, ¿en dónde se verá la diferencia? ¿Cuál es la ventaja competitiva?



Actualmente, Juan Camilo Llano da cursos de gestión de proyectos culturales en la Universidad de los Andes. “Este curso [creación y gestión de proyectos musicales] tenía una finalidad muy específica y era que veíamos que los músicos académicos y de folclor, compositores e intérpretes, no se acercaban a estas dinámicas de la gestión. Este curso es para que se acerquen a esto y darles herramientas, (…) para saber quién es esta persona que toma una decisión en la industria”. Sin embargo, al curso se ha acercado poca gente. “Tal vez es que no hemos podido informarles cómo este curso puede ser beneficioso para su proyecto”.


La clase nació porque las universidades y diversas instituciones educativas “se dieron cuenta de que había esta necesidad” dice Juan Llano, “que no era solo formar músicos (…), sino que había que darles herramientas y creo que este es el paso más importante. Y esto tiene que salir de diferentes partes: de la academia, de las entidades públicas y de los mismos músicos”.


Juan Camilo Llano siente que su trabajo pedagógico y de gestión en este medio ha dado frutos, no solo con grandes proyectos de grupos que han llegado a festivales internacionales, sino incluso con los más pequeños. “Un objetivo es que la gente entre al curso y se quede hasta el final y que entregue un proyecto. Cada pequeña cosa que van haciendo, que muestren interés, que se den cuenta que esto puede ser útil para ellos… eso ya es un logro”.


A manera de conclusión, Llano nos deja una reflexión muy valiosa:

“Soy un profesor que se apasiona con lo que hace y no tengo miedo en las clases de hablar un poco de lo que yo pienso que es nuestra responsabilidad en general en la vida cotidiana con terceros, de poder transmitir lo que hacemos (…) y pensar el poder que tiene la cultura en la salud mental de la gente. Ahora con la pandemia vimos que, aunque fue uno de los sectores más dolidos y afectados, la gente se apoyó en un libro, un instrumento, una cuenta en Spotify, el televisor, pintar o hacer mandalas, pero de alguna manera la cultura da esta paz mental… Creo que eso también me gusta transmitírselo a la gente. Lo que uno hace tiene un impacto muy positivo, no importa el género, no importa el arte; y como profesor siento que tengo una responsabilidad no solo de enseñar y dar herramientas, sino que al fin y al cabo uno tiene la oportunidad de decirle a los estudiantes: venga, y hacemos un mundo mejor".


Juan Llano nos ha dejado lecciones muy especiales acerca del valor y la importancia no solo de la música, sino de la cultura en general. Pero más allá de eso, deja enseñanzas acerca del papel de nosotros como público, como receptores de todas estas creaciones vastísimas y significativas. Con profesores como Juan Camilo, no solo aprendemos del medio y de la industria, sino también la manera de amar y vivir la cultura con conciencia de hacer el mundo un lugar mejor.


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Por: Gabriela Valencia Reyes



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