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  • El Uniandino

Toy Story: El espacio del juego como construcción identitaria

El conocimiento del cine de una persona suele reconocerse en su capacidad para evaluar grandes filmes tanto aclamados como repudiados por grandes quienes llevan la etiqueta de jurados. Sin embargo, en algún punto del camino, el cinéfilo parece dejar su niñez en la que consumió también mucho cine y rechaza todo lo que lo formó en un inicio, cinematográficamente hablando. Evita pensar que su amor por el cine viene de lugares más antiguos que la primera película de cine arte que vio. De esta manera, su conocimiento se limita, y solo alcanzaría esa cumbre cinéfila si se atreve a voltear su perspectiva doctísima hacia el cine que se ha renegado a los más jóvenes o a quienes simplemente buscan algo que los haga pasar el rato. En este viaje por el tiempo, que data siempre a un pasado cuyas memorias se olvidan constantemente, es inevitable mencionar el gran éxito de la animación dirigida por John Lasseter: Toy Story, la primera entrega de lo que hasta ahora han sido 4 largometrajes se dio en el año 1995. Producida por Pixar con un presupuesto de 30 millones de dólares, este filme marcó un antes y un después en la historia de las películas computarizadas en la búsqueda por hacer que los elementos se vieran cada vez más realistas sin perder la esencia de lo fantástico. Toy Story no solo ha crecido película a película en términos de animación, sino que a través de los años ha visto crecer a sus espectadores, involucrando un mensaje que se adecua a la etapa de estos.



Este filme trae al espectador como dueño de la perspectiva a través de los ojos de los juguetes, pero al mismo tiempo mantiene su postura como niño que influye en las dinámicas de estos. Es precisamente este binarismo de perspectivas el que provoca que la película sea llamativa desde un punto de vista crítico. Es indispensable ver el filme desde esa dualidad para reconocer, desde la perspectiva de un adulto que evalúa su infancia en el pasado, cómo su acercamiento se da tanto siendo el juguete, como siendo quien controla a este.


En primer lugar, y bajo la perspectiva de los juguetes, es interesante analizar el concepto de instinto, más que todo pasional, que predomina en ellos. Incluso, es además evidente cómo este mismo instinto los somete a la función que deben desempeñar bajo el rango social que esto les delimita. Así, desde el ámbito micro, la película muestra como ambiente principal el de los juguetes y sus dinámicas independiente de lo que Andy proyecta para ellos en sus juegos. Al entender este escenario como un ámbito independiente del control de un tercero es curioso encontrar cómo entre ellos mismos establecen una jerarquía regida casi en un sistema monárquico guiado por quien, en palabras de los juguetes, se considera el preferido por el niño y que de cierta manera presenta cualidades de líder. De esta manera, es representativo que Woody, el comisario, sea quien dirige la manera en la que se realizan las cosas. El comisario como figura cercana a la idea platónica del guardia es elegido por su superior de entre los trabajos dispuestos precisamente por estas aptitudes naturales que posee, y así es designado como el encargado de garantizar la realización de todo lo que su superior, en este caso Andy, disponga. Por consiguiente, se evidencia cómo se preocupa por capacitar a los demás juguetes en pro de la mudanza e incluso la fiesta de cumpleaños del niño. De la misma manera, estas actividades se realizan casi en el anonimato y sin rendir reporte al infante en este caso. De esta forma, su perspectiva dista mucho de objetividad ya que, si bien se encuentran en un espacio común con el niño, sus preocupaciones sobre frente al contexto que comparten son diferentes. Incluso, estas inquietudes giran en torno a la idea de supervivencia más que de dominación. Hasta cierto punto, puede llegar a ser conflictivo encontrar a los juguetes bajo un adoctrinamiento forjado por el niño para que estos estén siempre en una constante competencia por mantenerse vigentes y suplir la necesidad que se le presenta a su dueño. Esta misma idea de posesión hace que la visión de los juguetes sea en gran parte lo que el niño ha deseado que vean y el espacio del juego se vuelve importante porque la identidad, que incluso ellos reconociéndose a sí mismos como juguetes forjan, queda empapada por el papel lúdico que les ha brindado Andy. Ahora bien, es necesario pensar en el descubrimiento de Buzz como una clave de lectura que sugiere un poco de rebeldía, pero que todavía permanece bajo los estándares del aparato ideológico del secreto e incluso el sometimiento que es preciso llevar con el niño. Aun cuando su “misión” en este espacio es completamente distinta a la de ser un juguete y no reconoce al niño como los otros juguetes desde el ámbito de la autoridad, sí mantiene la discreción y el anonimato como una instrucción que ya tiene aprendida previamente.



Esta idea de revelación data indiscutiblemente al concepto de la conciencia que desarrollan cada uno de los juguetes, pero, en el caso especial de Buzz, él encarna el antecedente de todos los otros del paso al reconocimiento de la realidad y de la imposición de vida en el anonimato. Lo anterior, con un objetivo incierto que podría reconocerse como el poder que empaña la idea de secreto, o bien que reconocen el enigma bajo una idea de peligro que se elabora mejor solo como un castigo a quienes decidan debe recibirlo. Esto ejemplificando además que no existe una figura mayor entre los juguetes mismos a quien deba rendirle cuentas de cómo manejan su vida como inanimados. Simplemente reconocen la postura de sumisión, pero a su vez adoptan sobre esa sumisión el control para rebelarse únicamente ante quien consideren lo amerite. De esta manera, es curioso pensar en cómo los juguetes adoptan la acción de castigar porque son capaces de identificar lo bueno de lo malo y de frenar su costumbre de someterse ante el niño cuando se ven vulnerados.


La jerarquía que se genera en este espacio de los juguetes se desarrolla bajo diversos estándares. En especial, se evidencia el contraste con el factor del desarrollo del lenguaje para cada juguete. Sin embargo, es preciso recordar que la composición de estos espacios es reflejo de cómo el niño está desarrollando una personalidad social y cómo refleja en sus juegos su manera de abordar la convivencia entre distintos elementos que, en este caso, están bajo su control. Para el caso de los juguetes que no tienen habilidades de comunicarse con palabras, en el ámbito de Andy, los juguetes entran en dinámicas de considerarse una unidad que funciona con el fin de servir a su niño, elabora las tareas del cuarto con una conciencia de su espacio y los planos que se les destinan son comúnmente apoyando ordenes que dan otros, sin decir que se anulan sus opiniones sobre las órdenes a desempeñar. Ahora bien, es interesante hacer un contraste con la habitación de Sid, el vecino de Andy, en este caso el niño presenta un ambiente familiar desconfigurado el cual, como se expuso previamente, impacta de manera crucial en los espacios lúdicos que va a propiciar el niño. En este espacio, se presenta un ambiente mucho más oscuro evocando la idea de opuestos con respecto a Andy. Hasta cierto punto, parece que hay menos juguetes, pero al pasar las escenas se hace presente las intenciones de combinar a los juguetes entre sí y como esta división no solo es para cada uno, sino que entre ellos existe una idea de supervivencia no por mantenerse al servicio de su niño sino por no ser maltratados. Incluso, el aspecto de ser constantemente transformados hace que desarrollen su identidad bajo sus propios criterios ya que los espacios del juego suelen considerarlos con una relación directa hacia el trauma. De esta manera, es también posible que no vean la necesidad de desarrollar el lenguaje del niño porque no tienen interés en participar en sus dinámicas sino por el contrario cobrar venganza y quizá huir de él. Este instinto de rebelión hace que se apoderen no solo del espacio del cuarto, sino de lugares como el jardín.


En suma, no solo los juguetes representan un espejo mediante el cual es espectador – en especial infante – puede reconocerse, sino que, además, de manera implícita recibe el mensaje de que todas estas personalidades de los juguetes no son más que fragmentos y aspectos específicos del proceso de autorreconocimiento del niño. Así, es posible identificar como el espacio planteado para jugar elabora un prototipo de sociedad en la que el niño se plantea situaciones de su cotidianidad para representarlas y elaborar soluciones sin tener como intermediaria la figura del adulto.


 

Por: María José Huérfano Cuervo


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