Imagine esta escena: es semana de exámenes. Tiene uno el martes, dos el jueves y otro el viernes. Se acuerda del número de páginas que ha leído en todo el semestre y piensa: “¿será que los resúmenes son suficientes?”. Ya está haciendo cálculos de las materias que puede ver en el intersemestral o las que meterá el siguiente semestre si pierde ese final. Le urge aprender todo de una sentada. Aparece el estrés luego de escuchar el repetitivo sonido del pasar de las hojas. Siente la ansiedad en el pecho y duda si alcanzará a aprenderse todo. Debe mantenerse despierto, debe seguir… Es ahí cuando, posiblemente, muchos estudiantes se han preguntado cómo lograrlo: ¿un tintico o Ritalina?
Antes de llegar a esta situación, quizás a muchos estudiantes les ha surgido la duda de por qué aprende lo que le enseñan, de cómo logró salvar esa materia sabiendo que no aprendió nada (o casi la pierde porque no supo la respuesta a tres preguntas), y de cómo hizo la persona que está dictando la clase para que la aceptaran como profesor. Las formas en las que se enseña, y se evalúa, en el sistema actual han demostrado, en muchos casos, ser deficientes e incompletas. Para saber cómo podría estar fallando el modelo educativo en la Universidad de los Andes y su relación con el desatendido problema del uso de fármacos psicoestimulantes entre estudiantes, lea el reportaje completo a continuación.
Un modelo pedagógico problemático
Gary Cifuentes, director del Centro de Enseñanza y Aprendizaje (organismo de la Facultad de Educación adjunto a la Vicerrectoría Académica), cuenta que para que alguien pueda ser profesor de planta en la universidad, desde hace dos años, se le pide que tenga un título doctoral. En una charla que tuvo este periódico con el Comité de Docencia de la Facultad de Economía, varios de los profesores y administrativos que lo componen mencionaron que los nuevos aplicantes a profesores, por lo general, tienen experiencia significativa en términos de investigación, pero pocos en docencia. “Usted entra como profesor con un doctorado, pero no necesariamente sabe enseñar”, señala Cifuentes para poner de relieve esta problemática situación.
“Yo pienso que la educación está mal. Uno o varios profesores te hacen un examen de 10 preguntas donde es muy probable que nadie les haya corregido que estén bien hechas”, dijo Efraín Noguera, médico psiquiatra y docente de la Facultad de Medicina en Los Andes, y psicoterapeuta en la Fundación Santa Fe. Esta perspectiva corrobora la relación de poder que enmarca casi indiscutiblemente la educación en muchos escenarios.
Con la pandemia se crearon cursos y espacios para que los profesores aprendieran a usar herramientas didácticas, realizar e incentivar el trabajo entre estudiantes, y en términos generales, mejorar sus prácticas de docencia a unas más progresistas. Sin embargo, esta formación no es obligatoria, de tal forma que las intenciones de la universidad por construir prácticas pedagógicas que sean fruto de un diálogo abierto y de un proceso de reflexión estudiado, se quedan en eso: intenciones. Y con ello, muchos profesores, a pesar de su nivel de estudios, siguen replicando prácticas educativas que no son necesariamente el fruto de un proceso de aprendizaje teórico frente a lo que significa enseñar.
Frente a esto se han creado mecanismos de retroalimentación, para bien o para mal, que les dan voz a los estudiantes para que puedan combatir la verticalidad de la enseñanza. Por un lado, plataformas como las encuestas de evaluación de cursos, de carácter institucional, u otras, más informales, como el portal web Los Estudiantes, les han permitido a los jóvenes “desquitarse” o premiar a un profesor según su calidad como docente. Bajo la perspectiva de Tomás Rodríguez, profesor de Economía y miembro del Comité de Docencia, “el criterio fundamental ahora es el de los estudiantes. Los cursos no tienen evaluaciones estandarizadas, y esto se ha convertido en un reinado de belleza: se hace un esfuerzo inevitable para gustarle a los estudiantes y ello no siempre es muy eficiente en términos de docencia”.
En segundo lugar, la forma en la que se compone el pénsum de los programas académicos también ha tenido resultados incongruentes. “Los planes de estudio se componen de materias que se centran en conocimientos técnicos y procedimentales, otros actitudinales, y otros declarativos (de memoria). Usted necesita integrar como profesional todas estas capacidades para no convertirse en un autómata”, dice Cifuentes. Hasta allí, el planteamiento tiene sentido.
Sin embargo, en el Comité de Docencia se mencionó que no existen formas estandarizadas de evaluar que lo que se aprende en los primeros semestres se va a recordar y va a servir posteriormente en la carrera o a nivel profesional.
Desde hace más de dos años, la universidad ha venido haciendo cambios en los pénsum de cada carrera en los que se reduce el número de créditos de algunas clases y el máximo de créditos que pueden ver estudiantes de ciertas carreras. Según Cifuentes, la reforma tenía el fin de bajar la carga académica y permitir que los alumnos, en lugar de extracreditarse, se enfocaran en los conocimientos de los cursos que inscribieron. No obstante, bajo la opinión del entrevistado “no ha funcionado completamente bien: los estudiantes siguen extracreditándose”.
Un problema fundamental de la extracreditación es que, inherentemente, el estudiante tendrá más exámenes, proyectos o entregas finales. “¿Cómo le vas a pedir a un estudiante que en una semana presente exámenes que evalúan todo lo visto en el semestre? Lo estás sometiendo a un estrés absurdo”, añadió Noguera.
“el estrés para un estudiante es tan grande y la nota tan importante, que lo hace pensar que es necesario tomar un psicoestimulante para pasar una materia”.
Sumado a lo anterior, las calificaciones también han demostrado ser un vector dominante en la incidencia del estrés en estudiantes. “El número en una calificación es una ficción (…). Es muy problemática la arquitectura de la forma en la que se califica porque fija la atención del estudiante —y de ahí el estrés—únicamente en responder un requisito”, dijo Cifuentes. Esto se suma a la opinión de Noguera, quien plantea que “el estrés para un estudiante es tan grande y la nota tan importante, que lo hace pensar que es necesario tomar un psicoestimulante para pasar una materia”.
El estrés puede manifestarse de múltiples formas: cambios en el comportamiento, falta de sueño, incidencia en conflictos interpersonales, y también en el uso y abuso de sustancias. El uso de fármacos psicoestimulantes es una de las expresiones del estrés más desatendidas a nivel social e institucional y, la falta de preocupación y acción por parte de las entidades encargadas de la salud estudiantil hace que el problema crezca en las sombras.
Intro a los Psicoestimulantes
Entre todo esto, ¿qué es un psicoestimulante y por qué es un problema? Noguera, médico psiquiatra, explica que los psicoestimulantes son sustancias químicas que activan el Sistema Nervioso Central (SNC). Estas tienen un efecto directo en los receptores noradrenérgicos, entre cuyas funciones se encuentra despertar al sistema nervioso. Esto hace que actividades cognitivas como la atención o la memoria puedan funcionar correctamente.
Según el psiquiatra, la cafeína y la teobromina son los compuestos más populares que incrementan la concentración y el sentido de alerta. En presentaciones como el café o el té para la cafeína, y el chocolate para la teobromina, estos componentes poseen niveles bajos de estimulación. Pero, cuando un individuo consume cafeína concentrada (generalmente en bebidas como Vive100, Red Bull u otros energizantes), su efecto es más intenso y puede llegar a durar más tiempo.
A nivel farmacológico, en Colombia, los psicoestimulantes se utilizan para tratar trastornos de sueño o déficit de atención. El trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TADH) normalmente se trata con metilfenidato, mejor conocido como Ritalina o Concerta. Esta droga tiene alta eficiencia en el mejoramiento de la atención. El modafinil o armodafinil, conocido como “Droga Vigía”, se utiliza para tratar la narcolepsia (trastorno extremo de sueño).
Estos fármacos son medicados por una razón. Una estudiante de octavo semestre de medicina de Los Andes, quien sufre de narcolepsia, describe cómo es vivir con esta enfermedad: “Es muy difícil que la gente entienda cómo se siente: cuando me estoy quedando dormida siento el cansancio que una persona promedio siente cuando no ha dormido de 36 a 72 horas (…). No puedo controlarme cuando me estoy quedando dormida”.
Dada la severidad de su enfermedad, a ella la han tratado con varios estimulantes en los últimos años. Para poder adquirir estos medicamentos debía acceder a ellos por medio del Fondo Nacional de Estupefacientes —entidad estatal que regula la importación, distribución y consumo de estupefacientes en el país. Dado que la prescripción indica la cantidad y frecuencia de su consumo, organismos de control (incluida la policía) pueden hacerle una visita para verificar que no los esté comercializando.
A pesar de estos intentos de supervisión a nivel institucional, según lo cuenta un estudiante de química de la Universidad Nacional —quien alguna vez fue consumidor no medicado de Ritalina—, las drogas psicoestimulamtes se pueden conseguir fácilmente a través de grupos privados de Facebook.
La Droga Vigía —que se consigue en cualquier farmacia— cuesta 32.500 pesos por una caja de 3 unidades. 30 pastillas de Concerta giran alrededor de los 200.000 pesos. En general, la Ritalina y otros medicamentos catalizadores de noradrenalina como Strattera o Sulbutamina, tienen precios muy elevados (sin contar los costos adicionales de reventa).
Psicoestimulantes en las universidades: el problema invisible
En un estudio realizado en la facultad de medicina de la Universidad de Manizales, entre 234 estudiantes encuestados aleatoriamente, el 51.9% había utilizado psicoestimulantes en algún momento de su vida—con una elevada concentración de esa población en los semestres posteriores al sexto— y el 87.9% de los consumidores comenzaron a utilizarlos después de ingresar a estos estudios.
De acuerdo con la experiencia de un estudiante de estudios literarios (quien es a su vez ex consumidor de estos y otro tipo de estimulantes), existen grupos poblacionales que son más susceptibles a consumir estos fármacos. “Yo he visto que drogas como la Vigía están muy de moda en estudiantes de medicina —porque ellos son los que saben de esas vainas (…). También es probable que una persona que ya consuma drogas recreativas esté más abierta a la posibilidad de consumir fármacos en lugar de tomarse un Vive100”, dijo.
En el caso de Los Andes, una fuente cercana al Consejo Superior, quien prefirió permanecer en el anonimato, dijo que existe información oficial en la que se indica que el consumo de psicoestimulantes tiene una fuerte presencia entre los estudiantes de matemáticas, física y medicina, carreras que se caracterizan por su complejidad, y alta carga académica.
En entrevista con este periódico, Noguera mencionó que es de común conocimiento que estudiantes de medicina consuman estas sustancias. Mientras daba una recomendación sobre el uso responsable de estos fármacos (como no mezclarlos o tomarlos la noche anterior), mencionó que “casi todo el mundo lo hace queriendo estudiar mejor o vencer el cansancio”.
A pesar de haber contactado a múltiples estudiantes uniandinos de carreras como las ya mencionadas, que han consumido Ritalina y otros fármacos sin medicación, y cuyo uso respondía la necesidad de mejorar su desempeño académico, ninguno quiso hablar al respecto con miras a que su testimonio fuera publicado, incluso con la garantía de aparecer anónimamente en este reportaje. A pesar de que la problemática parece estar bien identificada, el estigma que genera este tema impone un ambiente en el que prevalece la opacidad y un código estricto de silencio.
Adicional a esto, este diario tuvo conocimiento de encuestas que se hicieron recientemente en la Facultad de Medicina, y otras en el pasado a toda la universidad, en las que se trataba el tema del consumo de drogas estimulantes. A pesar de haber contactado en reiteradas ocasiones a los autores de estas investigaciones, así como a otras organizaciones pertinentes –y por diferentes canales–, para conocer los resultados específicos de estas encuestas, no obtuvimos respuesta.
El secretismo frente a este tema (tanto de consumidores, como de las instituciones encargadas de supervisar y entender el problema), deja en claro dos cosas: primero, el problema existe y los agentes involucrados prefieren guardar silencio; segundo, la falta de información pública al respecto conlleva a que las personas tomen decisiones perjudiciales, y no se pueda tomar acción a nivel personal, familiar o colectivo, para el apropiado manejo y control del consumo de los psicoestimulantes.
El secretismo frente a este tema (tanto de consumidores, como de las instituciones encargadas de supervisar y entender el problema), deja en claro dos cosas: primero, el problema existe y los agentes involucrados prefieren guardar silencio; segundo, la falta de información pública al respecto conlleva a que las personas tomen decisiones perjudiciales, y no se pueda tomar acción a nivel personal, familiar o colectivo, para el apropiado manejo y control del consumo de los psicoestimulantes.
Existen varios efectos negativos de usar este tipo de drogas. Primero, como lo explicó un estudiante de administración, que ha sido recetado con psicoestimulantes para tratar sus síntomas de déficit de atención: “en el corto plazo sí tienen efecto. Las pastillas me permitían concentrarme durante horas en la tarea que estaba haciendo. Pero, a medida que pasó el tiempo, fui generando resistencia a los medicamentos (…). Además, las dejé de consumir porque no se sabía el tipo de dependencia que podían generar las pastillas en el largo plazo”.
Hay evidencia científica significativa que recoge las consecuencias negativas del abuso y autotratamiento de sustancias como la Ritalina. Entre ellas se encuentran la dependencia psicológica mencionada anteriormente, efectos secundarios similares a los del consumo de la cocaína, adicción, y otros síntomas como ansiedad, insomnio, náuseas, y dolores generales.
“Lo mejor es no usar psicoestimulantes (…). La ansiedad de hacer un examen es un estimulante suficiente para mantenerlo despierto (…). Estudiando todos los días, con paciencia, se generan conexiones neuronales que le permiten aprender a largo plazo. Esas bases generan una confianza suficiente en el estudiante que le permite realizar un examen sin problema alguno”, menciona el psiquiatra Efraín Noguera.
En la universidad existen grandes esfuerzos de profesores, departamentos y facultades, por cambiar las prácticas de enseñanza que resultan problemáticas en favor de otras más equitativas y sostenibles. Por ejemplo, desde “Conecta-TE, el Centro de Ética, el Centro de Enseñanza y Aprendizaje, y el Centro de Español, hemos tratado de crear una oferta de formación para que los profesores cambien esas prácticas”, dijo Cifuentes. El Catálogo de Buenas Prácticas en Evaluaciones Auténticas, las cláusulas de Ajustes Razonables, entre otras, son alternativas que poco a poco se están creando para mejorar el bienestar en la comunidad.
Al final, cambiar el sistema es un proceso lento en el que, hasta ahora, se están creando acciones para mejorarlo. Mientras tanto, los fallidos experimentos de reformas estructurales hacen que desde las sombras aparezcan y se fortalezcan desatendidas problemáticas que afectan directamente el bienestar de los estudiantes.
Por: Juan Manuel Guerrero
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