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  • El Uniandino

Taylor Swift y el retrato de las mujeres asilvestradas

“no hay nada como una mujer loca” Taylor Swift, ‘Mad Woman’.

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Amelia Varcárcel anota en la introducción de La Esclavitud Femenina que sería preciso que en los tiempos modernos y civilizados que atravesamos, no se reconozca ninguna obligación que no sea recíproca; no obstante, la filósofa es ávida para puntar que esta afirmación aplica únicamente si aquella persona “no cuenta con la desgracia de ser mujer”. No sería una vesanía afirmar que subordinar a las mujeres es una práctica universal, sin embargo pareciera que aquella conducta se magnifica una vez la mujer se encuentra en la posición de figura pública.

Es curioso cómo la libertad, el raciocinio y la superioridad son conceptos que se desarticulan, principalmente, desde el género masculino, como si su naturaleza fuera diferente y no complementaria para los sexos. La naturaleza de lo femenino, por lo contrario, radica en lo súbdito, lo inferior y lo subordinado al agrado de otros. Precisamente allí se gesta la falsa afirmación sobre cómo su mera existencia tiene que estar justificada por el deseo de un agente externo, es decir existir para servir y agradar.


Entender a la mujer como un personaje antagónico no es cuestión del pasado, por lo contrario, los señalamientos hegemónicos son hábiles para distinguir a las Medeas, Margaritas y Holly Goligthlies del mundo. Sin embargo, quisiera explorar aquella cuestión de ‘la bondad femenina’ desde un campo más terrenal y menos ficticio. Si bien es posible abordar cuestiones sociales y políticas a través de distintos hilos como la literatura o la fotografía, me gustaría acercarme a este tema desde algo tan frívolo para la cultura misógina como la mujer misma, el Pop.


Por décadas este género musical ha sido etiquetado como ‘música para mujeres’, entendiéndolo, claro está, como música menos importante, inteligible y quizá ‘buena’; no obstante, para hablar de la ‘bondad’ justamente era preciso escribir a la luz de un ejemplo para guiar el sentido de este artículo. En este caso, no había otra figura femenina más puntual que Taylor Swift, quien pasó de ser una princesa country y pop, a convertirse en una bruja.


En la reedición de su cuarto álbum, Red, Taylor Swift creó una pieza magistral sobre el significado de crecer y cómo este se conecta con una realidad vivida por muchas mujeres. Llega una edad en donde dejamos de ser “la reina del baile, dulce y jóven de tan solo 17” y nos convertimos en un problema, pues nuestra vida pareciera ser observada a través de una lupa. ‘Nothing New’ interpretada por Swift y Phoebe Bridgers parte precisamente de esta transición entre la adolescencia y la adultez, donde ‘la chica buena’ pierde su brillo y por ende, la atención de quienes perforaron aquel concepto en su conciencia.

“¿Cómo puede alguien saberlo todo a los 18, pero a la vez no saber nada a los 22?” se cuestiona la intérprete pop, mientras nos arroja la pregunta “¿Cómo pasé de crecer a estar en medio de una crisis por crecer?”. Quizá esa pregunta deambula por la cabeza de miles de jóvenes quienes, sin saberlo, ya no encajan dentro de aquellas casillas que definen a ‘la chica de al lado’. Una vez la mujer se desliga de los lazos del control patriarcal y sus discursos, el lente pareciera enfocarla de otra manera, ya que asume el papel de villana desenfrenada, o mejor, ‘loca’. Aquella inocente e ingenua princesa de cuento se convierte en su propia némesis.


El nacimiento de la ‘paria’

En los cuentos populares de Hans Christian Andersen se hacen múltiples descripciones de lo que es una princesa. En La Sirenita el escritor hace uso de la palabra ‘perla’ para referirse a la rareza de su inocencia, en Las Zapatillas Rojas habla de cualidades como la delicadeza y hermosura y en La Princesa y el Guisante incluso hace uso del término ‘Princesa Verdadera’, el cual es incluso establecido por un príncipe, quien emprende una ardua búsqueda con el fin de hallar lo que deseaba: una princesa para sí mismo; por ello en dicha historia, la princesa debió someterse a una serie de pruebas impuestas por el susodicho, no solo para probar su título real, sino para demostrar su valor.

No obstante, aquel cuento de hadas pareció no haberse quedado en el siglo XIX, por lo contrario se mudó a la contemporaneidad para así adaptarse a una realidad en donde las brujas no son seres mitológicos, sino mujeres de carne y hueso. Para dar un ejemplo, tomemos el caso de Taylor Swift, artista que fue mencionada al abrir este artículo. Swift empezó su carrera musical en 2006 conquistando al mundo un éxito country/pop a la vez; sencillos como ‘Our Song’, ‘Love Story’, ‘You Belong With Me’ y ‘White Horse’ la convirtieron en una estrella, la cual no solo parecía describir a la perfección lo que escribían las jovencitas de aquel entonces en sus diarios, sino que se acoplaba a la imagen perfecta de una chica buena. Utilizaba el lenguaje apropiado, libre de cualquier vulgaridad, se ajustaba a los ideales de belleza instaurados por una sociedad patriarcal y su personalidad era dulce, tierna y callada.

Después de su altercado público con Kanye West en 2009, la reputación de Taylor Swift empezó a girar en torno a la lástima que sentía la audiencia por la ‘pobrecilla ave herida’. No obstante, la prensa prefirió enfocarse en su vida privada, la cual transformaron en un asunto público y rápidamente se empeñaron en transformar a aquel dulce pajarillo en una harpía. Una vez la narrativa pudo ser controlada por el foco misógino de los medios, llegó la caída. Prácticas como el ‘Slut Shaming’ y la adopción de términos como ‘serial dater’ se emplearon para describir a la persona detrás de la estrella pop; puesto que en muchas ocasiones, cuando era comparada con sus pares masculinos, su conducta era considerada como inaceptable o incluso, vergonzosa.

Si bien era imposible entender que, como mujer, Swift estaba en completa libertad de disfrutar de su sexualidad y relaciones a su antojo, quizá lo más fácil para la industria musical, gestada en un entorno patriarcal, era villanizarla, rechazarla y convertirla en una paria.


Están quemando a todas las brujas, incluso si no eres una

Susannah Martin fue una de las víctimas de los juicios de la villa de Salem, Massachusetts, quien fue acusada indebidamente por la supuesta práctica de brujería entre febrero de 1692 y mayo de 1693. La paranoia que existía por lo sobrenatural, el fanatismo religioso y un sistema judicial que premiaba todo menos la verdad convirtió aquel poblado en un lugar aislado y con medidas estrictas, las cuales eran agresivas especialmente con la comunidad de Americanos Nativos, colonos franceses y las mujeres. Los Puritanos, un grupo de ascendencia inglesa sembró histeria colectiva en la comunidad, la cual rápidamente empezó a acusar a todas las mujeres.

Debido a su poca cercanía con la Iglesia, interés por el conocimiento y su inquietud por cuestionar el poder (ejercido mayoritariamente por figuras masculinas) convirtieron a Susannah en una bruja, en un peligro para la sociedad, en una paria que debía ser exterminada. Antes de sufrir la pena de muerte, Susannah pronunció las siguientes palabras: “una lengua falsa nunca hará culpable a una persona” con el fin de que algún día alcanzaran a todas aquellas que alguna vez han sido consideradas como ‘brujas’.

En 2016 Kanye West lanzó su aclamado trabajo discográfico, Life Of Pablo, el cual llegaba después del experimental LP Yeezus. El cuarto track del disco era ‘Famous’, una canción que se popularizó por su controversial letra, la cual establecía que el rapero y Swift “podrían seguir teniendo sexo” y que, además él había vuelto “famosa a esa perra”. Claro está, Taylor nunca aceptó ser llamada de esa forma y manifestó públicamente que deseaba ser excluida de una narrativa de la cual hacía parte de forma involuntaria desde 2009. No obstante, los ataques no surgieron en contra de West, por lo contrario la histeria colectiva se empleó circular en twitter un hashtag ridículo para dar fin a la carrera artística de la estrella pop: #TaylorSwiftIsOverParty.

De igual forma, aquel sencillo debutó junto a un video musical bastante peculiar, el cual mostraba a West ‘bendecido entre mujeres’, desnudas claro está; no obstante, es curioso notar que a su derecha se encontraba su entonces esposa Kim Kardashian y a su izquierda Swift. Si bien el cuerpo femenino siempre ha sido objeto de control masculino, era deplorable encontrar aprobación de su uso como objeto sexual por parte de otros artistas, e incluso pares de Taylor. Una vez la mujer y su cuerpo dejan de ser materia de deseo y dominio, la sociedad heteronormativa prefiere separar su identidad femenina de su forma física, es decir que deja de existir como mujer si su único propósito no es complacer al hombre.

La estrella pop dejó de ser agradable a los ojos masculinos y todo aquello que se posara bajo una mirada misógina, por ello todo aquello que hiciera sería acusado de performativo, infantil o ridículo pues la dinámica de poder estaba desbalanceada. Una vez más fue objeto de burla, crítica y especulación.

En la muerte de su reputación se sintió realmente viva

Clarissa Pinkola Estés escribe en Women Who Run With The Wolves la mujer es prácticamente una loba salvaje, es decir que es la fuente de “la feminidad, es todo aquello que es instinto, ambos mundos tanto lo visible como lo oculto y ella es la base” o en otras palabras “es lo que es, es completa”. La analista asume a la mujer como ‘criatura’ no en el sentido animalístico y burdo, sino como un individuo capaz de enlazar su ser instintivo, intelectual y salvaje porque comprende que los términos ‘salvaje’ y ‘mujer’ no son necesariamente exclusivos.

En su extenso ensayo la escritora aprovecha el apartado Joyus Body: The Wild Fresh para argumentar que, la narrativa construida por la sociedad patriarcal cuyo propósito es lograr que la mujer odie su propio cuerpo es, no solo un ataque personal, sino generacional. Estés alega que “la agresión hacia el cuerpo femenino es un ataque a largo alcance hacia quienes la anteceden y quienes vendrán después de ella”. Aunque una mujer no pueda parar a la sociedad y su constante disección de su propio cuerpo, Clarissa afirma que su naturaleza salvaje no le permitirá que continúen con dicha violentación hacia su propio cuerpo, cultura o tierra. Su identidad salvaje jamás aprobará que ceda su forma solo para obtener aprobación y determinar su valor.

Con la llegada de Reputation, un disco que desafió la capacidad lírica y narrativa de Taylor, Swift nos introdujo a una pregunta significativa “¿Están listos para esto?”. Con ella abrió un diálogo para cuestionarse si el escrutinio público hacia el concepto de libertad femenina era algo a lo que las mujeres estaban destinadas a sufrir permanentemente. En su canción ‘I Did Something Bad’, la tercera del LP, aborda el tema de la ‘reputación’ y cómo cada aspecto de la conducta femenina es escudriñado por la opinión pública: su manera de hablar, su forma de vestir, su risa e incluso el modo en el que decide dirigir la mirada, no obstante ella escoge despojarse de su reputación, a todo aquello que sea asociado a esta.

Pivotar la narrativa sexista y convertirla en una historia de victoria es quizá la especialidad de Swift y para sus siguientes trabajos discográficos no olvidó aquel camino de espinas. De hecho, en su disco más reciente, Evermore, la cantautora revisita sus némesis, tribulaciones y batallas, las cuales guiaron su transición de ‘chica buena’ a paria y, si se tiene en cuenta la definición dada por Clarissa Pinkola sobre el significado de ‘mujer salvaje’ podríamos concluir que Taylor es precisamente eso: una intérprete camaleónica capaz de dar muerte a su reputación de ‘mujer buena’ para así gestar su verdadera libertad, una exenta de pedestales, precipicios y madrigueras, pero sobretodo, una a la que sobreviven todas aquellas que una vez fueron llamadas ‘niñas buenas’.



 

Por: Valentina Carrillo




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