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  • El Uniandino

Quiero ser popular desde que nací

Últimamente encontrarme con gente del colegio ha sido muy frecuente y, de una u otra forma, también ha sido estresante. Empecé a preguntarme el porqué de este estrés mientras compraba la suscripción a Disney + que me tenía loca porque sabía que, en ese mosaico de maravillosas obras, se encontraba más de una de las series que veía como ley cuando pequeña. De la nada, un pico de emoción se desató en mí, al momento que vi que Hannah Montana y Violetta se encontraban allí. Comencé con un pequeño maratón, intercalando capítulos entre estas dos y fue en ese instante donde creí descubrir el algoritmo de las series que básicamente me educaron. Cada vez notaba más similitudes y características en común, que al unirlas todas siempre apuntaban hacía la misma temática, la popularidad. Guerras entre los loosers y los populares eran tan necesarias que poco a poco parecía como si solo fuesen exitosas las que tenían esta temática muchísimo más marcada.



Ahora bien, ¿por qué ese tema y no otro? Hay variadas respuestas. Por un lado, puede ser porque vivimos junto a un monstruo obsesivo con lo relatable –esta palabra no tiene significado muy claro en español, pero tiene mucho que ver con el sentirse identificado con los personajes, incluso hasta el punto de tener empatía profunda por ellos–. El crítico y filósofo francés René Girard, sugirió que todo deseo en sí es mimético, por lo que nos gustan las cosas simplemente porque lo observamos a otras personas. O sea que, si yo admiro profundamente a Blair Waldorf, voy a querer ser, sentirme identificada y admirarla –por ejemplo, si eres esa persona que usa balacas exóticas y tiene, o más bien, anhela tener, un Chuck Bass en su vida–. Es decir, que por medio de la narración y desarrollo de personajes podemos crear una verdadera relación con la ficción que tiene la intención inicial de hacernos sentir empatía y casi que atravesar por los mismos conflictos que los que vemos en las series.


Dejando atrás la teoría, es evidente que en la vida real se ha normalizado la guerra constante entre las personas que no son populares y las personas que sí. Cuando tenía alrededor de 13 años empecé a obsesionarme con la búsqueda de lo que veía en las series, ya que era tanta la influencia que recibía por parte de la televisión, que básicamente quería ser Blair Waldorf, Mia Colucci o Antonella –la de Las Divinas–. Y me di cuenta de que no solo era yo, sino que también, todas mis amigas estaban obstinadas por alcanzar los dichosos niveles de popularidad que veíamos en las series. Pero este universo utópico de series que tocaban este tema tenían que tener algo único, tenían que contener algo que les diferenciara entre sí, pero que, asimismo, se juntarán por alguna razón. Por eso decidí exponer dos categorías que me parece que dividen la popularidad de la mejor forma.


En primer lugar, tenemos la sección “Mamá, quiero tener una banda”. Un conjunto de series de las cuales no podrás salir jamás sin aprenderte toda la música, sin tener todos los álbumes descargados en Spotify, y sin no tener las ganas intensas de crear una banda con tus amigos –así no sepan cantar y así, lo único que sepan hacer es tocar la pandereta–, estas series siempre van a terminar en cómo tu banda te hizo –o no– ser popular. Por un lado, tenemos una serie de la cual espero poder hablar en un artículo completo porque es de esas series que tienen de todo, hablan de todos los demás, cantan de todos los géneros posibles y, sobre todo, tiene música increíble. Esta serie es Glee. En términos generales, es la mezcla perfecta entre la escalera la popularidad, porristas engreídas, futbolistas patanes –y con una masculinidad más tóxica que Chernóbil– y el típico conflicto –que es la razón de todos nuestros problemas–, las relaciones que no cuadran con el estatus quo. No se puede dejar a un lado la existencia de personajes como Santana López, que para mí fue el personaje más completo de esta serie, donde no solo es un icono para lxs gais, sino que fue el personaje más dinámico y cambiante de la serie, mostrándonos dolor, felicidad, impotencia y talento, todo en uno *suena Valerie cantado por Santana on repeat*. Otra serie que marcó mi infancia desde el comienzo, incluso antes de qué naciera, fue Rebelde. Exactamente es la misma trama sólo que ahora viven todos juntos en un internado lujoso, sus papás son millonarios, y cantan en español. De esta serie casi todos los personajes son icónicos pero las que se destacan más son Mia Colucci y Roberta quienes son fuente principal de la discusión que hay sobre la dicotomía entre la persona obsesionada con querer/ser popular y la que quiere todo menos popularidad. Peleas por los novixs, Diego siendo completamente tóxico –opinión impopular: es el Chuck Bass de esta serie– y canciones como “Sólo quédate en silencio”, “Fuego” y “Mi futuro exnovio” inundan las cabezas de la generación Z y construyen una base de argumentos para que, posteriormente, nosotros a los 11 años quisiéramos tener una banda. Destacando otras series épicas, no podemos dejar a un lado la existencia de Patito feo. No creo que te esperaras que en un artículo con tanta teoría *sarcasmo* esta serie fuese a salir a la luz. Las Divinas fueron –y son– el ejemplo perfecto de la mezcla entre popularidad, canto, roast constante y bailes. Ellas definieron los insultos de toda una generación, y trajeron al mundo a quizás uno de los más importantes momentos de la historia pop que fue su canción titulada “Las divinas”. Literalmente nos dejaron muy claro que ellas mandan en la school porque son gente cool. Sin embargo, también en esta misma serie nos mostraron que podíamos relacionarnos un poco más con Patito y sus amigos –creo que solo quise ser Patito por estar con Matías, pero jamás busqué ser como ella, ¿debería sentirme mal al respecto?–. Claro está, que hay miles de series con la misma temática de querer una banda y ser exitoso con ella, pero este es tan solo un pequeño vistazo.


En segundo lugar, tenemos las series en la categoría de “Los adolescentes descontrolados”. Esta categoría se caracteriza por tener grupos de adolescentes hermosos, que tienen mucho dinero, y que sus secretos los consumen. Y sin ánimo de ser repetitiva, todos aspiran, son, o ni querían, pero igual les tocó, ser populares. Series hay muchísimas, pero Gossip Girl fue la muestra perfecta de que no se necesita tener un mayor grado de espectáculo vocal ni instrumental para que la serie sea exitosa. Moda, estándares de belleza fuera del planeta, adolescentes que se veían de 25 o más años, secretos, fiestas y hasta problemas familiares, todo eso y más, era Gossip Girl. Pero, el propósito principal de las cosas que mencioné anteriormente solo conllevaba a tener un mayor grado de popularidad, a que todos aspiráramos a eso cuando llegáramos a bachillerato y a vestirnos como si todos los días fuesen una pasarela *llora en Upper East Side wannabe*. Esta serie nos trajo tantos personajes icónicos que me gastaría tres hojas solo mencionando lo mucho que han impactado sobre las vidas de nuestra generación, pero quizás la persona más influyente de todas fue la reina Blair Waldorf –la verdad todavía quiero ser como ella–. Otra serie que trataba de secretos y adolescentes bastante descontrolados, pero con la adición de asesinos, fue Pretty Little Liars. Siete temporadas de misterio, amantes, trastornos, y muchas muertes, de eso se trató esta grandiosa serie. A pesar de que las últimas temporadas no fueron tan buenas creo que muestra cómo la popularidad tiene ventajas y desventajas y te puede llevar hasta la muerte –o la desaparición por mucho tiempo *risitas misteriosas*–.


En fin, series con esa temática siempre van a haber por nuestra propia naturaleza humana y por lo que les explicaba el comienzo del artículo –deseo mimético por si se te olvidó o te saltaste esa parte–; sin embargo, lo que me parece que deberíamos observar es la manera en cómo cada serie le pone su toque para que nos sintamos, de cierta manera, innovados con lo que estamos observando, a pesar de que todo converja en lo mismo. Siento que, así como es algo muy bueno, también es muy problemático. Las series son fuente de información que recibimos los individuos, aunque creamos que es solo ficción. Entonces, si nos ponemos a pensar un poco más allá de la diversión que es ver a Mía Colucci siendo Mía Colucci, el hecho de que estemos en constante búsqueda de estándares, de posiciones sociales, de similitudes con situaciones ficticias, hace que muchas personas se encuentren atrapadas en una burbuja construida por ideas no realistas y que se encuentren profundamente rechazadas y oprimidas porque no encajan en lo que las series intentan mostrarnos que es lo “normal”. Para mi yo de 7, 12, y 16 años que vio estas series con pasión y buscó siempre vivir y ser como mostraban allí, debo disculparme y decirle que así no van a ser las cosas y que a pesar de que, casi que nací cuando Rebelde estaba en el aire, la vida no va a ser como RBD, los amigos, los novixs, los problemas, ni siquiera tu voz, va a ser como la de RBD. Sí, nacimos queriendo ser populares, pero es la tarea de la televisión actual demostrarnos lo tóxico que es buscar la dichosa “popularidad”. Por eso, nací queriendo ser popular, pero viviré queriendo ser auténtica.

 

Por: Moti



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