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  • El Uniandino

Los 80: estéticas que perduran




Hace unos meses ya, sentada en el medio de la sala de mis tíos, escuché a mi primo discutir con su madre acerca de si la canción que estaba sonando en ese momento era de finales de los 70 o, por el contrario, de principios de los 80. Les resumiré el final de la discusión, mi primo sonrió con todos sus dientes y aseguró: “la canción fue estrenada ayer”. Me di cuenta entonces del alcance que tienen estos sonidos ochenteros y de la reutilización que se les está dando.


Siempre me ha llamado la atención el funcionamiento de esto que llamamos modas y aunque, para ser honesta, nunca he entendido lo llamativo del consumo en masa, admito que no podemos subestimar su poder. Las modas marcan generaciones enteras, crean tendencias, funcionan como punto de encuentro y reunión y, muchas veces, también dan lugar a ideologías. No obstante, a pesar de la influencia de estas, pocas veces nos hemos encontrado con un fenómeno tan importante como el que tuvo lugar a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado: la música disco.


El disco no fue solamente un género musical, fue un estilo de vida. Aparecieron los afros y pelos crespos, las mallas para hacer ejercicio y los pantalones de botas campana. Los hombres usaron plataformas y las mujeres maquillajes extravagantes. Todos querían bailar como John Travolta en Saturday Night Fever, lucir como Michael Jackson con sus medias blancas y zapatos negros o fantasear con repetir una y otra vez la famosa escena de la silla de la canción “He’s a Dream” en la película Flashdance. Sin embargo, lo más increíble de esta moda no es lo que significó en su momento, sino lo que significa ahora. Mientras veo a personas que nacieron y crecieron mucho después de los 80 cantar las canciones de ABBA a todo pulmón, bailar las coreografías de Michael Jackson de memoria y llevar pantalones de bota campana, no puedo evitar preguntarme qué sucedió y cómo fue posible que esta moda permeara la historia hasta volverse transgeneracional. Así, no solo estamos atendiendo a los rezagos de la que fue una de las modas más importantes de la época, sino que le estamos dando voz, cabida en la actualidad y tomando todos sus elementos para resignificarlos y darles un uso nuevo. Se trata de una convivencia en varios ámbitos –musical, estético e ideológico– de la cultura popular actual.


Los movimientos ochenteros, como toda tendencia cultural histórica, nacieron en contra de otras estéticas de años anteriores. Mientras que los 60 y 70 estuvieron llenos de una conciencia grupal en contra de la guerra de Vietnam y a favor de los derechos humanos, los 80 fueron, como se diría popularmente, “pura rumba”. Los bailes movidos, las fiestas de los sábados en la noche y el afán por permanecer siempre joven pusieron a la sociedad en un ambiente en el que dicha juventud y la diversión eran lo más importante. Además, se consolidó la aparición de lo que hoy llamamos ídolos. Si bien se dice que el concepto actual de ‘fanáticos’ apareció con Los Beatles –a mediados de los años 60–, en los 80 aparecieron y se fortalecieron los que después se convertirían en las grandes estrellas que llenan estadios y venden discos por doquier, tales como Michael Jackson, Prince, Madonna, Diana Ross y tantos otros que no caben en una lista.


La fanaticada creció gracias a varios factores, uno de los que vale la pena mencionar es la venta de sí mismos como marcas e íconos que ejercieron estos nuevos artistas. Así, su marketing alcanzó números nunca antes vistos gracias al merchandising con sus símbolos por todas partes: camisetas, vinilos, comerciales y posters con sus rostros y sus firmas. Otro elemento importante aparecido en esta época fue la tecnología que permitió la distribución de la música de manera mucho más fácil y democrática: los casetes, los famosos walkman y las tiendas dedicadas únicamente a la venta de música.



Es muy difícil saber a ciencia cierta desde cuándo se comenzaron a retomar estos sonidos. Las estéticas nunca son lineales, y de la misma manera en la que es imposible saber en qué año apareció el rock o, en nuestro caso, la música disco, tampoco es posible determinar cuándo se dio su reanudación. Su nacimiento se podría localizar, tal vez, desde el inicio de los 70, quizá las primeras bandas de rock inglesas de los 60 ya estaban augurando la aparición de este género, nunca lo sabremos. De igual forma, no sabremos qué grupo o en qué año se retomó el sonido disco, ¿fue acaso The Weeknd? ¿Quizá Daft Punk? ¿El último álbum de Donna Summer antes de morir?


Un buen ejemplo de estos sonidos reutilizados lo vemos en la canción “The Bay” del grupo Metronomy, perteneciente al álbum The English Riviera de 2011. El bombo, préstamo total de la música disco –recuerda mucho a la canción “Kiss” del famoso Prince–, marca cada tiempo mientras el platillo entra en el contratiempo, haciendo que la canción casi que camine por sí sola. La guitarra “funk”, totalmente rítmica, hace que el cuerpo se te mueva sin darte cuenta. El sintetizador, que suena desde el primer segundo de la pieza con la reverberación típica de la música disco, nos coloca inmediatamente en el plano de los 80. Y, por último, los coros cuentan con voces agudas e incluso los típicos “Oh-la-la-la” que nos han acompañado toda la vida. Ahora, si retrocedemos treinta años y analizamos el súper éxito de Soft Cell “Tainted Love”, del álbum Non-Stop Erotic Cabaret de 1981, encontramos casi los mismos elementos. El bombo a tiempo y con una reverberación brutal, como en la canción de Metronomy, es acompañado por los platillos –esta vez sin guitarra eléctrica– y con sintetizadores que llevan toda la línea armónica y melódica, y, por último, no podían faltar los coros agudos.


La vuelta de la música disco se percibe en muchos otros artistas contemporáneos –como Bruno Mars, por ejemplo, quien usó todos estos elementos en su último álbum 24K Magic–, mas que estos sonidos sean utilizados de nuevo no es lo que más llama la atención, sino el hecho de que hayan vuelto a pegar y a permear con fuerza en la actualidad, como lo hicieron en sus primeras apariciones. Como lo veo, hay dos explicaciones detrás de esto: puede que la industria haya querido retomar estos sonidos pegajosos dado que gustan mucho; o, quizá, esta estética realmente nunca pasó de moda y por esto sigue tan vigente como en su época. Probablemente, sea una mezcla entre ambas. Pero hablemos un momento acerca de esta segunda opción.


Recientemente, la famosa revista de música y cultura The Rolling Stone actualizó su lista de los 500 mejores álbumes de todos los tiempos. No es gratuito que muchos de estos álbumes disco de finales de los 70 y 80 –pertenecientes a la llamada “new wave”– se encuentren entre los mejores 50 álbumes; entre estos Thriller de Michael Jackson –puesto número 12–, Purple Rain de Prince and The Revolution –puesto número 8–, Songs in the Key of Life de Stevie Wonder –puesto número 4– o What’s Going on de Marvin Gaye, que obtuvo el aclamado primer puesto. Esta lista nos demuestra que dichos sonidos realmente nunca se han ido y han permanecido con nosotros por más de treinta años. Los hemos escuchado, bailado y gozado en más de una ocasión, marcando a más de una generación.


No obstante, lo más curioso de todo este renacimiento es que las características musicales no son las únicas que han visto el despertar, sino toda la estética que acompaña este movimiento. Estamos atendiendo a la reaparición de los vinilos, a la renovación de lo retro y no solo a la manifestación de la música disco, sino también de otros géneros que tuvieron su voz hacia finales de los 70. No basta sino ver el éxito de la película Bohemian Rhapsody (2018), donde se muestra la historia de la famosa banda inglesa Queen, que no solo colocó a la agrupación de nuevo a la cabeza de las listas musicales más importantes del mundo, sino que la homónima canción estuvo por tres semanas seguidas en la lista “The Hot 100” de Billboard cuarenta y tres años después de su estreno.


La vigencia de una estética se determina por la forma en la cual esta logra adaptarse, volver y convivir con muchas otras. Hay quienes dicen que ya todo está inventado, que los sonidos, bailes, gestos o palabras que se nos muestran como novedosos y escandalosos son, en muchos casos, la resignificación y revitalización de modas pasadas. Seguramente es cierto, finalmente las modas –al igual que los cánones de todo tipo– son cíclicas y, por tanto, su capacidad de crear marcas transgeneracionales es notoria.


 

Por: Gabriela Valencia Reyes



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