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El Uniandino

Lecter, Clarise y el nuevo juego de seducción.



Aunque cronológicamente ManHunter (1986) fue la primera adaptación fílmica en donde debuto el carismático y encantador Hannibal Lecter (Brian Cox), no fue sino hasta The silence of the lambs (1991) de la mano de Anthony Hopkins en donde quedamos encantados y aterrorizados con el personaje, y es que Jonathan Demme en su en el rol de director y a través de su peculiar visión logra conjugar su puesta en cámara con una de las actuaciones más memorables, para construir una atmosfera atrayente y que invita la exploración, mientras al mismo tiempo genera un terror que toca las fibras más importantes del miedo humano. La cinta nos sitúa junto con Clarise Starling (Judie Foster) aspirante a agente del FBI quien es encargada de entrevistar e investigar al doctor y recluso Hannibal Lecter con el fin de establecer su perfil psicológico. De esa entrevista surge una relación bastante peculiar entre Clarise y Lecter, quien propone ayudar con la investigación de un asesino en serie conocido como “Buffalo Bill” (Ted Levine) a cambio de beneficios en su sentencia. La película expone de manera asertiva cómo el FBI se apropia del psicoanálisis como herramienta para predecir el comportamiento humano y así determinar características particulares que ayudan a delimitar el perfil del individuo en cuestión.


El punto más acertado del filme es situar al espectador desde la perspectiva de Clarise. Demme entre su galería de recursos narrativos se destaca primero por los planos secuencia en primera persona, generalmente desde la vista de Clarise, la cámara se sitúa en los ojos del personaje, podemos sentir lo que ella siente, ver lo que ella ve, el terror se siente en carne propia, sus inseguridades se transmiten, la vulnerabilidad del personaje hacia un entorno que la reta, como investigadora y como mujer. Estos detonantes causan un choque directo en los sentimientos del espectador. El siguiente gran recurso del que se aprovecha es: el primer plano. Aquí se denota la gesticulación particular de cada personaje, por este medio las intenciones, deseos y motivaciones se exponen más que con los diálogos en solitario, lo que nos da una conexión directa como si hablaran al espectador como si esos ojos traspasaran la cámara y la pantalla y desesperadamente trataran de hacer contacto visual con la audiencia. Cuando Hannibal entra en escena comienza un juego entre los 2 personajes, ambos son sumamente inteligentes, y mediante sus múltiples conversaciones se retan mutuamente. Hannibal la ve como un instrumento de escape y Clarise lo ve como su oportunidad para atrapar a “Buffalo Bill” y probarse a sí misma frente al buró. Aquí comienza un juego de seducción, pero a diferencia de la atracción clásica de un vampiro digno de Stoker que usa lo físico y se basa en una sensualidad sexual para llegar a sus intenciones ocultas, Lecter y Stirling usan el intelecto para persuadirse con un hipnotismo casi subliminal, una danza en la que cada uno se mueve de acuerdo a las palabras e información del otro.


La diferencia es que ambos no tienen las mismas aptitudes en el juego, Hannibal claramente tiene las riendas de este, los movimientos que hace, la información que le va revelando a Clarise es limitada y siempre va orientada hacia sus objetivos. La mente de Lecter maneja ambas aptitudes, entiende la psique criminal desde su visión como psiquiatra y también desde su naturaleza empírica, y al ser consciente de esta realidad se aprovecha de esta dualidad, ese balance es el que usa para atraer a Clarise en su juego. El lenguaje se vuelve la herramienta más importante para el psicópata, Hannibal usa el deleite máximo que pueden causar las palabras, cada oración que Lecter pronuncia está cargada de una sensualidad energética persuasiva que con calma envuelve en un manto de confianza a la agente Starling. Así mismo el doctor tiene una gran capacidad de análisis y gracias a eso actúa, identifica cuales son las características de Clarise y se aprovecha de los puntos de su pasado que la hacen sentir vulnerable. Y es que la manipulación emocional llega como resultado de esto, son los hilos con los que el titiritero trabaja y una vez bien colocados puede mover a su marioneta a gusto.


Con la detective justo en donde Lecter quiere, sucede lo inesperado, el giro de tuerca para el personaje de Hannibal, Clarise siente fascinación y al mismo tiempo terror hacia él, su figura es intimidante y su mente aparenta ser un laberinto que ella quiere explorar. La detective inconscientemente se hace ver vulnerable hacia él, con su pasado tortuoso y los demonios que aún la persiguen, muestra su esencia y la comparte con el ansia de poder obtener algo de Lecter. Cualquier aporte es necesario para capturar a “Buffalo Bill”, pero Hannibal es cuidadoso con la información de utilidad que comparte sobre “Bill” y su caso; sin embargo, descuida su retaguardia y al final termina revelando su verdadero “yo” ante Clarise, que logra por fin entenderlo. En ese proceso de comprender al otro y de analizarse mutuamente ambos establecen un lazo, pues se conocen a la perfección sin tener una relación realmente.



Las tomas en primer plano, que en el principio de la cinta demostraban un carisma oculto bajo un manto maniático en el rostro de Lecter se ven balanceadas gracias a sus expresiones que seducen inclusive más. El lenguaje corporal de Clarise también cambia significativamente, aunque se siente desconfiada frente a Hannibal no se muestra tan tensa, se ve más relajada cuando él está presente. Tras el escape de Lecter, y gracias al entendimiento de la mente del doctor, es que en el clímax de la cinta Clarise logra detener a “Buffalo Bill”. En este punto ha vivido lo que es el miedo y entiende cómo la mente criminal puede llegar a usar un gran encanto intelectual para arrastrar a los demás a su juego, Clarise ha aprendido y logra predecir a su atacante antes de convertirse en la victima. La relación del doctor y la detective funciona de manera orgánica para el desarrollo narrativo de la cinta y es crucial para su desenlace. El impacto de esta relación entre personajes es tal que cintas venideras de este subgénero del policial hacen uso de esta dinámica tan marcada, convirtiéndose casi en un cliché, aprovechando así la característica más peculiar de la psicopatía: ese destello inherente de encanto que se vislumbra en medio de una mente retorcida. Y es que esta seducción emana con tanta fuerza que como espectadores es imposible no caer presas del juego, indefensos como una víctima que cede ante una mente perversa.


 

Por: Santiago Jose Patiño.



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