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  • El Uniandino

Julián Burgos: el nuevo arte colombiano desde el barroco contemporáneo



El arte colombiano contemporáneo está en continuo movimiento. A lo largo de los últimos cincuenta años han surgido diversas propuestas a través de las cuales se destaca la pluralidad en la expresión artística. Entre dichas formas de enunciación se encuentra la propuesta de Julián Burgos, un artista pereirano cuya obra ha sido expuesta en el MAMBO, en los Campos Elíseos, en Avignon y en Italia. El Uniandino tuvo la oportunidad de hablar con el artista a propósito de su trayectoria y de la relevancia social y representacional del arte.


¿Cómo fue su primer acercamiento al arte, cómo supo que se quería dedicar a eso?


A mí desde pequeño siempre me gustó dibujar, pero lo típico. Era dibujante y en Colombia hacer carrera de artista, sobre todo en los 90, que fue una época muy difícil también, había guerra y crisis económica. Era complicado. Todo el mundo decía “si dibujas deberías ser arquitecto”. Entonces empecé estudiando arquitectura en la Javeriana. Ahí tenía un curso opcional de pintura, me enamoré totalmente de ella y decidí que eso era lo que quería hacer; y bueno, me metí con esto.


¿Desde ese momento, cómo se ha desarrollado su trayectoria como artista?


Empecé a aprender a pintar y al finalizar mis estudios de arte en la Escuela de Arte y Letras de Bogotá tenía una serie de cuadros que había hecho durante ese tiempo. Yo había estudiado en el Liceo Francés de Pereira y me dio por irme a Francia a dar una vuelta allá a ver qué hacía. Apliqué a la Escuela de Arte de Montpellier y también a una ubicada en Cuba. En Cuba nunca recibí respuesta. Me aceptaron en la de Montpellier y me fui allá. Hice una rifa de las obras que había hecho en la universidad para recoger dinero para viajar a Francia y esa fue la primera vez que me compraron cuadros. Allá, también estudiando, rápidamente conocí a alguien a quien le gustaron unos cuadros que estaba haciendo. Hice una exposición en una feria que había en una ciudad cercana llamada Sète; fue una feria sobre América Latina y lo que yo pintaba en esa época estaba muy relacionado con el baile, la salsa y Latinoamérica. Así fue como empecé a relacionarme con el mundo del arte. Poco a poco una cosa se va construyendo encima de otra, no es un camino fácil porque el arte es una carrera que no tiene ingresos estables. Pero bueno, es una cosa que yo creo que cuando se lleva dentro es inevitable.



¿De qué formas cree que el arte o la vida como artista han influido en su vida?


[Ustedes] hablaron al inicio de la estética, este es un buen momento para hablar de esto. Digamos que la estética siempre acompaña a una civilización. Una civilización es una espiritualidad encarnada y esa espiritualidad se materializa en el arte. El arte es su condensación que compone finalmente una cultura, la cual está siempre en transformación. Eso se ve, por ejemplo, en los pórticos de las iglesias. Si aparecían unos elementos distintos, era porque ya la percepción de esa espiritualidad estaba cambiando; entonces como artista esa es una función inconsciente. Uno va sintiendo algunos cambios y los va generando porque el arte es más que concepto, el concepto es más para la literatura. Yo creo que el arte funciona más con perceptos. El concepto es del mundo de las palabras, el percepto habla de la percepción y de los sentidos. El arte arranca el percepto de la percepción cotidiana por medio de la necesidad de crear símbolos que, en el fondo, son el alimento fundamental de la condición humana. Esa es la diferencia más grande que existe entre el animal puro y duro y el humano: la capacidad de sintetizar en símbolos.


¿Cómo ha cambiado para usted la forma de ver/conocer el mundo a lo largo de su trayectoria?


Definitivamente es un lente a través del cual se vive, se experimenta el mundo y se comunica. Es una manera de comunicar con los demás. En una exposición uno de los momentos más interesantes se da cuando las personas que la están viendo no saben que tú eres el artista y tú estás por ahí cerquita y escuchas cómo la gente habla de lo que está percibiendo y, de alguna manera, tú dices “uff lo logré, esta gente está hablando de una cosa o idea que yo tenía y la están entendiendo, la están recibiendo”. Eso es lo más bonito de hacer una exposición, tener ese contacto con el público; la ambición más grande es esa. Digamos, hace un año que tuve mi exposición en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, vino mucha gente desconocida, muchos jóvenes, y era muy interesante estar en la sala y ver lo que la gente decía.


¿Cómo describiría su arte?


Una cosa constante en mi arte es la visita que yo hago a la obra barroca y cómo de alguna manera la transformo. Creo que eso está de alguna forma relacionado con algo que hoy en día es muy actual, que es el cancel culture. Todo ese montaje de estatuas y ese discurso sobre el pasado, es algo que llevo haciendo mucho tiempo y creo que está ahí latente. No necesariamente destruir el pasado y olvidarlo, que creo que es una cosa muy peligrosa; sino que es simplemente de alguna manera darle una nueva lectura y darle un contexto más contemporáneo. Todos esos símbolos de la cultura son muy profundos, vienen desde la noche de los tiempos. En mi trabajo pasa una cosa y es que, por lo general, hay un movimiento interno, como una torsión y eso siempre termina pasando, aparece así. Es como una característica de la estructura interna que finalmente termina siendo la estética, luego está la simbología y todo esto que muchas veces no es tan conceptual. No le doy una lectura de concepto a las cosas antes, sino que simplemente se van juntando. Esta imagen creo que ya la he utilizado: es como un tornado que va pasando por un pueblo y recoge sus elementos, es como una extracción del pueblo. Esa es una característica de mi trabajo. Encontrar mi estética ha sido un proceso muy largo. Yo considero que empecé a encontrar esa personalidad artística no hace mucho: tengo 44, por ahí hace unos ocho años. En la pintura hay gente que encuentra su camino muy rápido, pero para mí fue un proceso de aprendizaje técnico y muy confuso, sobre todo al inicio de mi carrera, fue muy contradictorio, con muchas influencias, muchas referencias, muchas maneras diferentes de aplicar la pintura. Poco a poco eso se fue convirtiendo en obsesiones recurrentes y eso empieza a tomar el poder y a manifestarse. Es un proceso largo y natural.


¿Cuáles son sus principales referentes artísticos?


Esta visita que yo hago al arte barroco no es necesariamente porque sean mis artistas favoritos. Me interesa la estética y la manera en la que están hechos [y lo uso] obviamente porque contienen unos símbolos que son esenciales de la sociedad de consumo en la que vivimos. Hay artistas contemporáneos que me interesan como Berlinde De Bruyckere. Ella hace unas esculturas donde se siente muy concretamente la fragilidad del ser humano. Tiene también inspiración barroca y ella es un referente para mí. Paul McCartney también es un referente en su tratamiento de la sociedad de consumo y de sus excesos, peligros y de su crisis. Creo que hay una crisis muy grande en la sociedad de consumo, que se está viendo en todos los niveles.


¿Cómo fue el proceso para encontrar su propia estética?


Ha sido un proceso muy largo. Yo considero que empecé a encontrar esa personalidad artística no hace mucho: tengo 44, por ahí hace unos ocho años. En la pintura hay gente que encuentra su camino muy rápido, pero para mí fue un proceso de aprendizaje técnico y muy confuso, sobre todo al inicio de mi carrera, fue muy contradictorio, con muchas influencias, muchas referencias, muchas maneras diferentes de aplicar la pintura. Poco a poco eso se fue convirtiendo en obsesiones recurrentes y eso empieza a tomar el poder y a manifestarse. Es un proceso largo y natural.



¿La paleta de colores que utiliza responde a alguna finalidad semiótica particular?


Sí, la paleta es importantísima. En la exposición del MAMBO había un contraste muy marcado entre colores que referían a la era digital. Las obras que estoy trabajando ahora las estoy trabajando en tonalidades del barroco. Encontré artículos publicados por la National Gallery de Londres en los que básicamente se hacen estudios técnicos que hablan acerca de cómo están hechas químicamente las obras del barroco. Encuentras con esto las recetas de colores de diversos artistas, entonces te hacen un escaneo de Rubens o de Velázquez o de Caravaggio y tú sabes cuál fue el color de base, qué pigmentos se usaron para los mantos rojos, cuales para las carnaciones. Cada artista tenía su receta pero eran muy parecidos porque los pigmentos en esa época no eran tantos como hoy en día y en estas obras actuales estoy usando estas recetas. La paleta por ecuación es muy barroca, tiene colores muy tierra. Hoy en día si tú vas a un almacén tienes una infinidad de colores, tonos muy vivos y resistentes al tiempo. Entonces la elección de la paleta es una cosa muy importante y predeterminada en el sentido en que la determinas desde el momento en el que decides entre hacerla tú mismo o comprarla en una tienda, determinas cuáles y por qué los vas a usar. Eso sí tiene una intencionalidad muy marcada.




El humor es una característica importante en su obra, ¿hay algún poder o mecanismo particular que usted le atribuya a este tipo de forma de comunicar?


Es divertido e interesante porque yo no lo hago con la intención de que sea o no humor. La gente me dice “en tu obra hay mucha ironía” y yo creo que esas son cosas que de repente son de mi personalidad, o de la manera que tengo de ver las cosas, pero no pasa por un filtro en el que diga “quiero hacer algo irónico o humorístico”. Es como una necesidad interior. El humor es definitivamente un elemento conciliador porque cuando alguien sonríe o dice algo es una de las comunicaciones más lindas que hay, es algo muy humano.


¿Cree usted que su obra, al recurrir al barroco pero también al tener un tinte de ironía, tiene algún propósito de criticar o satirizar algo?


Sí, por lo general son animales que irrumpen en ese universo barroco; pero siempre están representados de una manera digital, son como stickers. No son animales realistas, representan toda la relación con la naturaleza que tenemos hoy en día y que hemos tenido siempre. Creo que hay mucha hipocresía en todo el tema de la preocupación por el medioambiente, en realidad el ser humano generalmente no se ha preocupado por los animales, sino que siente temor a la extinción de su propia especie. El ser humano se dio cuenta de que si se extinguen los animales se extingue él, pero el miedo está más ligado a los hijos y a los nietos que a los animales como tal. El ser humano siempre ha tratado de alejarse de las cucarachas y de las ratas desde el inicio. En la biblia, por ejemplo, está estipulado cómo el ser humano tiene el derecho a dominar sobre otras especies. Son símbolos que hay que tener en consideración, ¿por qué hubo ese deseo de alejarse de la naturaleza y ahora ese deseo es un riesgo inminente?


Con respecto a ese enlazamiento del que usted habla, digamos que si el arte barroco tiene una característica con la que se asocia hoy en día es con esa visión casi del arte por el arte, ¿cómo cree usted que su propuesta artística, teniendo en cuenta que parte de estas referencias, rompe con esa idea?


El barroco tiene una cosa esencial que a mí me interesa, y es que personifica al dios griego Dionisio –y para los romanos Baco–. Es el dios de la desmesura y de la vitalidad. Siempre se ha representado a Baco como el dios de los borrachos y por ello el la estética barroca es, primero, trans-histórica, y, además, se encuentra en todas las culturas. Es decir, es el arte encima del arte, encima del arte y encima del arte. No hay nada más barroco que la selva, donde encima de un árbol crece otra especie de árbol y encima de ese crece un musgo en el que nace otra cosa. Ese nacimiento de cosas sobre cosas es la esencia de esa propuesta estética. El barroco nace alrededor de 1570, misma época en la que se creó el Concilio de Trento. Este último surgió en una época muy turbulenta en la que hubo conflictos entre protestantes y católicos. Los protestantes optaron por una manera más austera de profesar su religión: por todos los excesos que había tenido la iglesia católica deciden tomar ese camino. El Concilio de Trento, liderado por los jesuitas, se decide que en la iglesia se iba a desarrollar el arte barroco. En esta época no se le denominaría así, ya que el concepto del barroco aparecería muchos siglos después, pero sí se escribe que la iglesia iba a promover un arte de la vitalidad. El epicentro del barroco es lo que se llama el hotel de la iglesia, una forma de estructuración espacial en donde está el cura y detrás hay una serie de cuadros y esculturas; dentro de la iglesia hay conciertos, cuadros, techos pintados, columnas torcidas, etc. Hay momentos en la historia en los que se ha optado por cosas más minimalistas: el siglo pasado, en los años cincuenta, apareció todo este momento en el que se optó por esta otra forma de representación estética. Para mí, es la expresión de Tánatos, que es igual de válida; pues la muerte y la vida son dos cosas y ninguna es mejor que la otra. Son simplemente realidades que existen. Esto se refleja también en la cocina, en esos restaurantes a los que vas y te sirven un camarón, dos espárragos y una rayita negrita. Esa es una cocina minimalista. Luego está una paella que es cocina barroca. El barroco ha existido siempre: los aztecas, por ejemplo, eran barrocos; un templo azteca es un templo barroco.



¿Usted busca atribuirle al espectador de su obra algún tipo de rol, agencia particular, o entablar una conversación con ellos a partir de esta?


Sí, el diálogo con el espectador comienza indiscutiblemente en el tablero, empieza cuando uno está comprando los colores, es decir, está siempre ahí. El diálogo con el espectador es la finalidad última. Es el que recibe y es también agente. Uno puede agenciar los elementos de una pintura, pero el espectador siempre lo va a leer desde su punto de vista. Nietzsche decía que no hay una sola realidad, que cada percepción tiene una realidad y en la pista crea perceptos. La idea es crear ese punto de interrogación y generar en el espectador mil lecturas. El arte colombiano también puede ser un ejemplo.


¿Cómo ve usted actualmente el panorama artístico en Colombia?


Yo lo veo muy bien, aunque la verdad no soy un experto. Yo viví casi 30 años fuera de Colombia, pero sí me acuerdo de que, cuando era estudiante, acá no había esa comunicación con el mundo, ni tampoco ese respeto que uno puede encontrar en otros países por la cultura. En Colombia la cultura era algo a lo que no se le daba ese valor. Ahora que volví, hace como tres años, veo que hay todo un movimiento cultural en Colombia. Hay iniciativas muy interesantes. Están haciendo cosas muy chéveres. Hay personas de todo el mundo que están interesadas en el arte colombiano. Y bueno, digamos que la globalización con todos sus problemas y con todos los desastres que nos trajo, tiene de interesante que le da un valor a la cultura.


¿Cómo le gustaría que fuera recordada su obra?


No sé por qué se me viene a la cabeza una entrevista que le hicieron a Diomedes Díaz en la que le dicen "ajá, Diomedes, ¿y tú cómo te quisieras morir?" y él dice "¿yo? de ninguna manera, yo no me quiero morir"... yo no me quiero morir.


 

Por: Melissa Betancour y Julián Ortega




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