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  • El Uniandino

Juana Vargas: arte de Uniandes para el mundo


No es un secreto que el arte es una de las disciplinas que más se ha visto afectada durante la pandemia. Con los espacios de dispersión artística cerrados y ante las dificultades que ha propuesto la virtualidad, artistas y difusores del arte han tenido que encontrar nuevos mecanismos para acercarse al público y lograr, al mismo tiempo, que las obras se articulen de forma adecuada a los medios electrónicos. Fue en este marco en el que Juana Vargas, artista egresada de La Universidad de Los Andes, desarrolló gran parte de las piezas de su más reciente exposición: El espacio entre los afectos. Las obras de la muestra –las cuales desde el pasado jueves y hasta el 25 de marzo se encuentran exhibidas en Crispeta Galería– se caracterizan por contar con una estética silenciosa, que es atravesada por una visual cinematográfica –fundamentada en la inspiración que Vargas admite encontrar en diversas obras de Kim Ki-duk–. La obra de la artista destaca por una selección cromática que, como la artista resalta, “obedece a la decisión de crear o no un espacio” y a la rememoración de una estética que apela al desgaste. El énfasis que coloca Vargas en los detalles hace que estos trasciendan la mimetización de la realidad hasta convertir el rasgo en un modo de comunicación con el espectador.


El Uniandino tuvo la oportunidad de hablar con la artista a propósito de la elaboración de las piezas que conforman la muestra y del proceso previo a la exhibición que se encuentra en curso.


¿A qué responde el título El espacio entre los afectos?


Originalmente el título de la serie era El afecto de la mirada; sin embargo, ese nombre aludía específicamente a la necesidad de darle importancia a las imágenes. Con el tiempo me di cuenta de que lo que a mí realmente me interesaba era la creación de atmósferas. En algún momento también quería evocar luz y una composición específica. En ese sentido, quise crear un lugar a partir de pinturas que funcionaran como pantallas. Posteriormente, pensé en la idea del intervalo porque en muchas ocasiones me di cuenta de que, en el proceso cíclico de imprimir, ampliar y escanear varias veces la misma imagen para poder dar lugar a las obras, los colores se separaban. Pensé en llamar al proyecto El espacio entre las cosas, ya que ese ejercicio me permitió meterme en cada hueco y detallar cada imagen. Finalmente, quise apelar esa idea como lugar, pero también al vacío que hay entre los objetos, que también es forma.


Este conjunto de obras las realizaste en el marco de la coyuntura mundial de la pandemia. Abruptamente, y en respuesta a las medidas de contingencia sanitaria, nuestra cotidianidad cambió. Eso se vió reflejado en la manera en la cual comenzamos a añorar cosas que dábamos por sentado. Por esa razón, tanto la temática íntima como la carga orgánica de tu obra resulta especialmente interesante. ¿Crees que tu proceso creativo pudo haber estado relacionado con este tipo de reflexión? o, por el contrario, ¿llegaste a esa idea a partir de otras experiencias?


Yo creo que surgió de una reflexión independiente que tuvo que ver con una saturación de velocidad. Hay gente que va a mil y hay gente que, por el contrario, vive a un ritmo mucho más lento. A mí eso no me interesa; mas bien, estaba obsesionada con no permitirme ir tan rápido y en dicho sentido la pandemia me vino como anillo al dedo porque me dio la oportunidad de trabajar todo el día sola y con una flexibilidad horaria sin precedentes. Pero el problema fue que todos asumimos que este era un momento de introspección, de hacer rutinas. Yo lo pensé mucho durante los primeros meses. Me tracé metas, reflexioné sobre la lentitud; pero luego experimenté un efecto de rebote y sentí que ese momento no me estaba generando beneficios. En mi caso, lo difícil de la pandemia no se centró solo en la restricción de las expresiones de afecto sino en la falta de retroalimentación. No recibir opiniones de nadie es difícil.


En el proceso de elaboración, que es tan orgánico, ¿cuál fue el mayor reto que encontraste?

Tener un motivo. Durante el proceso creativo seleccioné unas imágenes y les otorgué un orden de manera intuitiva. Sin embargo, para mí era muy difícil explicar de manera concreta sobre qué trataba mi obra. Tenía claro que me interesaban las cosas pequeñas, insignificantes, las cosas que pasan en el intermedio de dos hitos. No obstante, realizar la conexión entre esos aspectos que me interesaban y las imágenes que seleccioné me resultó complicado. Aún en este momento no pienso que tenga una respuesta concreta para entablar esa relación. Creo que se trata de paisajes que no puedo ver por vivir en una ciudad tan ajetreada como lo es Bogotá; pero al mismo tiempo no logro identificar todavía la temática específica que trata. Siento que está relacionada con un sentimiento de cariño, y eso aún me hace sentir insegura. Mis pinturas no quieren dar solo una mirada hacia el interior fundamentalmente porque necesitaba que no se sintieran como un espacio narrativo. No quería que fueran ilustraciones que contaran una historia. Me permití ver todo como paisaje. Deleuze en una de sus obras habla acerca del neorrealismo italiano y explica que el cine de este género te permite ver a alguien más en un estado pasivo de contemplación, en momento no importantes; es lo que se denomina en el cine un tiempo muerto. En esos espacios el protagonista no es consciente de que está siendo contemplado. Esa distancia me interesó mucho, estoy viendo activamente a alguien o algo que no es consciente de que lo estoy mirando. Para mí, desde el punto de vista del contemplado, el tiempo muerto constituye ese espacio en el que te puedes permitir salir del presente y viajar a otro espacio. Siento que esa es la manera más efectiva de evitar el interior y eso fue lo que quise mostrar.


¿Qué te motivó a plasmar detalles insignificantes, que parecen apelar al recuerdo, en tus obras?


El recuerdo fue un resultado involuntario del proceso. Cuando comencé estaba enfocada en trabajar en la imagen por la imagen. Con el paso del tiempo tomé decisiones relacionadas con el encuadre y con la luz que quería retratar. Estos factores llevaron a que las cosas parecieran memorias; varias personas lo han comentado, pero en realidad son recuerdos ficticios. Al principio del proceso, estuve trabajando con un archivo de fotos de mi mamá. Las personas dicen que nos parecemos mucho y quise en algún momento experimentar con la frontera entre su imagen y la mía. Por esa razón muchas de las fotos que recogí tenían que ver con ella. No obstante, la historia de esas imágenes no me interesaba, lo que hice fue jugar con recuerdos que ahora, a través de esa lúdica, me pertenecían. Con el tiempo evité el tema de la memoria, porque personalmente no me interesa; y, si bien, mi obra se trata de flashbacks aleatorios que hablan de algo muy específico del pasado, no lo hacen de forma intencional.



¿Cómo fue el proceso de curaduría de la exposición?


En un primer momento fue un proceso caprichoso, que estuvo relacionado con el haber estado en medio de la pandemia. Por las restricciones de movilidad nadie vio las obras que hicieron parte de mi tesis. Esto me llevó –junto con otras personas que estudian artes plásticas– a cuestionar el proceso de exhibición en el campo de la virtualidad. Para mí no fue suficiente una exposición virtual, no fue satisfactoria la inauguración ni el proceso posterior. Desde luego entiendo y agradezco el esfuerzo que hizo el Departamento de Artes y Humanidades por montar la página web; pero considero que no hay ni siquiera un atisbo de la experiencia que conlleva la presencialidad. El campo virtual cambia significativamente la percepción de las pinturas. En ese sentido, y para cerrar ese ciclo, lo que hice fue darle la oportunidad a esas pinturas de recibir críticas y comentarios, porque nadie las había visto antes. La curaduría está orientada a hacer un guiño a la idea de montaje en cine. Quería que fuera un juego entre tiempo, espacio y encuadre. Yo tenía la intención de usar imágenes de gran dimensión para hablar de tiempos más grandes, y las pinturas más pequeñas para hablar de lapsos cortos. Las quise intercalar espacialmente como si se tratara de la secuencia de una película, quise que fuera un hilo conductor de cosas que pasaban. Sin embargo, en el primer montaje de la exposición me di cuenta que las cosas no estaban funcionando porque no había ni diálogo entre las pinturas ni tensión en el contraste que se planteaba. Entonces en un segundo intento planteé un criterio de selección de obras que me permitió separar las imágenes que dialogan entre ellas de las que se contradicen. De esta manera, llegué a clasificar la serie por sus primas, por similitudes en sus temáticas.


¿Hay alguna técnica artística o color particular que ligues al tema del afecto?


El video seguramente, porque conlleva una cuestión muy cotidiana. El video es muy directo, todo lo que está por fuera del encuadre se pierde para siempre, así que la tensión absoluta va hacia donde va la cámara. En cuanto al color, para mí el color de la memoria es el amarillo Nápoles. Es ese amarillo lechoso que identificas en los álbumes de fotos y que usé en algunas de mis pinturas.


¿Qué te gustaría que los espectadores se lleven tras visitar tu exposición?


Personalmente, me gustaría causar asombro, pero también me gustaría rescatar la importancia de las artes plásticas. En las escuelas contemporáneas se está dejando de lado la pintura, se está volviendo una cuestión muy decorativa y simple. La gente cree que ya el arte no tiene que ver con lo pictórico. De alguna forma, yo quisiera causar en el espectador curiosidad frente a ese lenguaje. Siento que en este momento la pintura está volviendo a coger fuerza y quiero que cuando la gente vea mi obra sea consciente de toda la capacidad plástica de la generación de artistas con la que me gradué. Quiero que la gente perciba la dimensión del trabajo que hay detrás de cada obra, que se interese por la composición, el color, la técnica, la temática, la vida del artista.


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Por: Paola López y Melissa Betancour



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