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  • El Uniandino

Epifanía vocacional: Entrevista al escritor paisa Pablo Montoya

Escribir es una necesidad que para algunos arde entre los huesos, que desborda el alma. Allí se mantiene latente la inclinación natural por contar historias, por establecer un diálogo con la vida a través de la palabra escrita.


Pablo Montoya es uno de los novelistas que le dan forma al discurso que propone la novela actual en Colombia. Ganador del Premio Rómulo Gallegos en 2015 y el Premio de Narrativa José María Arguedas con Tríptico de la Infamia. En su viaje por las artes y las ciencias, Pablo relata a El Uniandino su encuentro con la literatura y la escritura, una epifanía vocacional que se presenta de forma paulatina y temerosa por momentos


Pablo, ¿cómo fueron sus primeros acercamientos a la lectura?


Desde muy pequeño he sido un lector, mis primeros intereses en la literatura fueron a partir de ese amor por la lectura. Leí los clásicos, literaturas de varias partes del mundo, tener una mamá lectora me ayudó mucho.


¿y a la escritura?


Comencé a escribir cuenticos y poemas cuando era un adolescente, pero nunca me planteé ser escritor. Recuerdo que cuando leí a Herman Hesse, tenía más o menos 14 o 15 años, fue la primera vez que un texto me planteaba esa inquietud de ser escritor. Sin embargo, al ser hijo de un médico, existía esa presión familiar de seguir sus pasos, entonces seguí un poco ese mandato y empecé a estudiar medicina en la Universidad de Antioquia, pero me retiré porque me di cuenta que no era mi vocación. Pensé que mi vocación era ser escritor, pero era una época difícil no existía la atmósfera que hay ahora, talleres, maestrías, hay muchas revistas, existe un mundo editorial atento a lo que escriben los jóvenes colombianos, en esa época no existía nada de eso. Entonces era un poco suicida decirle a la gente “voy a ser escritor”. Pero ya lo tenía mas o menos claro, aunque lo que hice fue dedicarme a la música, fui músico durante mucho tiempo, y fue desde allí que fui tomando el camino de la literatura. Mientras estudiaba música escribía los primeros cuentos con cierto sentido de que los textos que estaba escribiendo los quería mostrar al público, los quería publicar. Digamos que antes, lo que escribía era para mí mismo, para mis amiguitas, mis amigos; pero ya después empecé a enviar mis cuentos a concursos, empecé a asumir la literatura como algo que debía confrontar las esferas públicas.


Entonces, ¿Cuándo decidió que quería dedicarse a la literatura?


Me gané un concurso de cuento a los 21 años y eso me animó mucho, luego me gané otro nacional, el Concurso Nacional del Cuento, eso me animó más y así poco a poco fui encontrando la claridad y sobretodo la fortaleza y la decisión para decir “bueno, voy a ser escritor”. Me retiré de la música y me puse a estudiar literatura, y desde esas circunstancias asumí abiertamente este asunto de escribir.


En resumen, es una vocación que encontré desde la adolescencia, pero me dio miedo asumirla porque no sentía el espacio, las motivaciones, la seguridad. Si hubiera encontrado un par de papás que me dijeran “hágale por ahí, lo apoyamos” inmediatamente me hubiera metido en eso.


¿En quién encontró la inspiración para escribir?


Antes, cuando leí a Herman Hesse, había pensado “qué rico hacer esto que ese señor hace, qué rico escribir”, pero no, eso pasó rápidamente. Fue leyendo a Dostoyevski, en Crimen y Castigo –tenía 17 o 18 años- fue un tremendo ramalazo, terminé de leer ese libro y dije “Quiero a ser escritor, y lo voy a ser”. Tal vez sabía que primero tenía que retirarme de medicina, pasar por la música, pero el encuentro con la obra de Dostoievski me dio el ímpetu, inclusive su vida, porque leí mucho sobre él, a Dostoievski le paso algo similar, el quería escribir, y tenía un papá que lo aprisionaba para que no lo hiciera, para que siguiera con su trabajo de ingeniería. Esa vida tenía algo parecido a mi, jóvenes atormentados por las expectativas de su familia. Entonces Crimen y Castigo y la vida de Dostoyevski me ayudaron a tomar esa resolución. Porque yo había tenido consejos de mis profesores de bachillerato, me decían que tenía mucho talento para escribir, yo les pasaba trabajos, ejercicios de literatura, y ellos reconocían ahí una madera, un talento; pero yo no les hice caso a ellos, le hice más caso a Dostoyevski, con él yo sí dije “¡ay juemadre! qué cosa tan tremenda este man, así quiero ser, como este señor”


Ese sentimiento tan intenso y la inspiración que le produce la lectura, ¿cómo se traduce en las palabras que escribe?


En primer lugar yo escribo por necesidad física, espiritual, intelectual, todo confluye ahí. Valga la pena decir que yo intente ser médico, ser músico, intenté varias cosas, pero donde mejor me sitúo a mi mismo es en la labor de la escritura. Aunque es una labor muy difícil, que me exige mucho tiempo y concentración y no escribo fluidamente, sino que corrijo mucho, me tropiezo mucho frente a mis propios errores. A pesar de eso en la escritura encuentro un soporte, un espacio donde me reafirmo ante mi mismo y ante la vida. Y, al mismo tiempo, ya cuando se que lo que estoy escribiendo va hacia los otros, entonces establezco un diálogo con los lectores, sé que la literatura es una faceta muy íntima, de la soledad, del individuo; pero al mismo tiempo tiene una faceta muy distinta que es la confrontación con los otros, es un ir y venir entre la soledad y el abrazo con los otros, así es como concibo la escritura, me recojo en mí mismo para después abrirme a los demás.


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Por: David Mejía Rave


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