Hay una etapa de la vida que suele estar inmersa en cuestiones introspectivas relacionadas con las dudas propias acerca de la vida y la muerte en sí mismas, y todo lo que conllevan. Estas reflexiones se hacen cada vez más latentes en un periodo asociado a la vejez; ese punto en que el temor a la muerte, o peor aún, a una vida deshumanizada y poco llevadera se hace cada vez más latente. Ese momento, al que tarde o temprano la mayoría de personas llegarán, tiene un componente importante de reflexividad. Así, surge un sinfín de cuestiones asociadas a lo efímero de la vida, la calidad de la misma, el modo en que se ha vivido, la relevancia de las decisiones que determinan el devenir de los acontecimientos que la componen, y cómo el paso del tiempo afecta todos los elementos de la existencia que nos rodea. Este preámbulo nos prepara para abordar un libro que abarca de gran modo dicho tópico; y que invita a múltiples reflexiones para quienes ya enfrentan esa situación, pero en mayor medida, a quienes aún tenemos un largo recorrido pendiente por vivir.
A escasos meses de la muerte del escritor alemán Günter Grass, ganador del Nobel de Literatura en 1999, se publicó de manera póstuma De la finitud, una obra que recopila diarios, poemas, ensayos e ilustraciones creadas por el autor en sus últimos años. El eje principal que aglutina todos los elementos del libro es, precisamente, lo finito de la vida. Esta colección de reflexiones, propias de un hombre prodigio en el dominio de las letras que ya había superado sus 80 años, nos enfrenta a los pensamientos de quien se siente a pocos pasos de la muerte, y que contempla la vida a sus espaldas como si la viera a través de un espejo.
Una vida plácida está ligada a la armonía entre el cuerpo y la mente, cualidades que van desapareciendo conforme avanzan los años. Una vez perdidas, una persona deja de ser funcional en sí misma. Por más intacto que esté el cuerpo, una mente envejecida que ha desgastado su lucidez no es capaz de tomar control de él, y deja de tener capacidad para vivir plenamente. A su vez, una vez que el cuerpo se marchita, ninguna mente sana, por más que se esfuerce, es capaz de llevar a cabo las acciones que desee de modo funcional. En este punto, ante cualquiera de los dos escenarios, la vida deja de llevarse a plenitud para convertirse en mayor o menor medida un padecimiento. Es ese momento en que una persona se vuelve senil, cuando realmente requiere de otro para ayudarse a realizar los quehaceres más cotidianos, es válido cuestionarse si es una vida placentera, una que valga la pena vivir. ¿Cuándo la existencia pasa de ser una experiencia de goce a una simple rutina vacía y tormentosa? Este es, en muchos casos, un temor aún mayor que la propia muerte.
En el caso de Grass, su mente gozaba de una lucidez suficiente para continuar produciendo obras de gran valor artístico y poético. Sin embargo, era cada vez más consciente de las propias limitaciones físicas debidas a su edad. Dicho aspecto se refleja tanto en la calidad de su obra, como en la propia ironía con la que se acerca a los aspectos carnales. Textos como “Adiós a los dientes que quedan”, “Cuando perdí el olfato y el gusto”, o “Adiós a la carne” son ejemplo de cómo el autor no aborda melancólicamente estos temas, sino que lo hace con gracia, con el júbilo de quien redescubre cómo vivir, y cómo visibilizar aspectos que la mayoría de personas prefieren ocultar, humanizándolos y banalizándolos como lo que son, hechos irremediables.
Por otro lado, la muerte es un aspecto que está muy presente en la obra, pero no de un modo central, sino como un destino que espera paciente su llegada. Cada vez se siente la muerte como algo más cercano, de ahí que pese al propio miedo que produce su presencia, se tome con curiosidad, con cierto gusto secreto por encontrar respuestas sin buscarlas directamente. Aun así, pese a su latencia constante, no es un tema que suela abordar de un modo directo, al contrario, se centra más en lo que queda atrás, en el final de las cosas y las experiencias, lo finito del mundo. Existe mucha curiosidad por ese último momento de alguna experiencia que ya pasó, eso que se vivió por última vez, inmerso en el desconocimiento de que no volvería nunca; así como en las personas que alguna vez conoció y quienes no volvió a ver.
Un fragmento de su obra, proveniente del poema Ahora (Grass, 2015), ejemplifica lo descrito anteriormente y ofrece una idea de lo encontrado entre los manuscritos del escritor, y lo que encontrará el lector que decida abordar el libro:
“[…] Ningún clavo la sujeta, apenas
aparece se ha ido,
está ahí y desaparecida a la vez,
a no ser que Ella dé su paso
y quite al Ahora su existencia relativa.
Solo Ella, la Muerte, está siempre ahí
a ella se le reservan las dos sílabas
que en todo momento esperan ser pronunciadas,
a nosotros nos toca en medio de frases largas,
y acorta también el sueño del que duerme.
Lo que queda es chatarra de fecha atrasada
y una cinta adhesiva en pedazos
por cuyos huecos parpadea el futuro,
que tampoco sabe decir nada mejor
que decir ahora, ahora, ahora.”
Esa sensación constante de terminación con el mundo también está latente con lo que sabe queda atrás, lo que quedará del mundo luego de su muerte, los recuerdos que quedarán grabados en los demás sin que él lo sepa, los objetos abandonados que buscarán un nuevo dueño, los pensamientos cambiantes de un mundo que continuará sin recibir su opinión, los desconocidos sucesos que nunca conocerá o experimentará.
En conclusión, este es un regalo de despedida por parte de Grass a un mundo del que es plenamente consciente que está abandonando. Es una carta que permite a quienes aún no llegamos a esa etapa prepararnos para lo que nos enfrentaremos en algún momento. Pero no es solo un tratado sobre la vejez, también es un recordatorio que invita a aprovechar el tiempo previo a esos momentos, y a valorar las capacidades y cualidades que en el futuro se perderán poco a poco. Es una invitación a recordar lo corta que es la vida, lo finito de los elementos que la conforman, y a valorar cada momento que compone esta fugaz existencia.
Por: Sebastián Quintero Villareal
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