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  • El Uniandino

El abrazo de la serpiente - una tonada a blanco y negro entre magia y erudición


Dicen que todo entra por los ojos, y para la mayoría, eso es cierto; la vista nos conecta con nuestro rededor y nos permite interactuar con el mundo más que cualquier otro sentido. De cierta manera, son las imágenes las que nos llevan de la mano por la vida. Ciro Guerra debía tener esto muy claro cuando por primera vez visualizó El abrazo de la serpiente.



A grandes rasgos, podríamos considerar en el cine tres componentes fundamentales de la imagen: color, objeto y acción. Por lo general, estos se complementan; no obstante, Guerra hace una apuesta atrevida al suprimir casi completamente el primer factor, especialmente teniendo en cuenta el espacio en el que se desarrolla el largometraje: el corazón de la selva amazónica. Muchos habrían aprovechado la exuberancia de este paisaje para darle más vida a su obra; empero, pienso que en el caso de El abrazo de la serpiente sólo se la habría saturado. El blanco y el negro son una oportunidad explorada en esta película para resaltar cuerpos e interacciones; así, el espectador se concentra en los biólogos Theodor Koch-Gruneberg y Richard Evans Schultes, en Karamatake, en Manduca y en los detalles, que siempre quieren decir algo. La falta de color invita al público a reflexionar sobre significados en lugar de anonadarlo con colores vibrantes. Sobre el tema el director dice, además, “...nosotros queríamos hacer algo muy primitivo. Cuando uno entra en el mundo espiritual existe una ruptura. Me parecía coherente que la película fuera en blanco y negro, que tuviera esa perspectiva limitada, y que al final se abriera. La concepción del tiempo que tienen los chamanes está muy cerca de la física cuántica”. Está claro que todo el concepto alrededor del color es un gran simbolismo para Guerra, una forma de encauzar la parte principal de la trama.


Esta última, por otra parte, toca el corazón del espectador. Principalmente por la nobleza con la que retrata a las comunidades indígenas, pero también por la legitimidad con la que trata su conocimiento. El abrazo de la serpiente podría considerarse, en parte, una invitación a replantearse lo que tenemos en cuenta como conocimiento “auténtico y razonable" cuando su manifestación y presentación es diferente a aquella a la que estamos acostumbrados. Lo anterior es uno de los mayores logros del guión de este filme, pues nos muestra la parte “primitiva” indígena como ancestral, mas no como involucionada.


La película enseña a los indígenas como personas dolientes y preocupadas, no solo como un conjunto de culturas que despiertan interés por su antinomia a la nuestra. El largometraje se abre paso a través de la magia y los rituales chamánicos para mostrar a estas personas más allá de una fachada construida conjuntamente en las últimas décadas: deja el ojo desnudo a las fuentes que despiertan su curiosidad, su sufrimiento y su bondad.


A lo largo de las dos horas y cinco minutos, Ciro Guerra y Jacques Toulemonde Vidal – los guionistas - nos dan más de una oportunidad para que la obra nos estruje el corazón. Nos muestra dolores pasados y dolores que aún afligen a muchas comunidades, como los que acarreó la fiebre del caucho, que a medida que goteaba de los árboles hacía gotear sangre de las torturas. Así mismo, los dilemas relacionados con los límites entre educación ritual y educación actual, en pos de armonizarlas y de conservar la tradición, pero también de mejorar las condiciones generales de los pueblos. Sobre esto ya bien decía Karamatake en la película: “No puedes impedir que aprendan. El conocimiento es de todos.”


Pero más allá de todo eso, lo que resulta más sustancial de la trama es la exposición de los sentimientos indígenas y de las vulnerabilidades que estos acarrean, la muestra de sus más profundas y escondidas preocupaciones. Como el inmenso dolor que le produce a Manduca ver rastros de los caucheros, suficiente para atreverse a matar -y liberar- a uno de sus esclavos; o la idea del chullachaqui –cuerpo vacío- que nunca deja de perseguir a Karamatake y de la que intenta huir para evitar, en sus propias palabras, “vaga[r] por el mundo como fantasma, entre el tiempo sin tiempo.” Incluso el indígena poderoso es vulnerable. Y no por cualquier razón, pues ir por la vida como un chullachaqui, como un ente puramente exterior, sin esencia, preocuparía a cualquiera. Esa huída de Karamatake se refleja en nosotros y en todo aspecto de nuestras vidas, como la búsqueda de la autenticidad.


Asimismo, aparte de la trama hay mucho que resaltar. Otro aspecto que se conjuga muy bien con la imagen son los sonidos, que no solo transportan al espectador al corazón de la selva; sino que, de cierta manera, armonizan toda la cinematografía del largometraje en cuestión. Pare el oído la próxima vez que la vea, y se dará cuenta de lo lindo que suena. Ahora bien, no todo son aciertos en este filme. A pesar de que entiendo que Ciro Guerra utiliza el color para ilustrar el despertar que genera consumir el caapi, creo que estuvo conceptualmente mal manejado: la imagen resulta tosca y no fluye de igual manera que el resto de la película. En general, el manejo de los efectos especiales es algo pobre. Excepto, eso sí, en las dos escenas donde el vuelo de las mariposas rodea a los sujetos (una al principio y una al final) – el ciclo resulta realmente emotivo.


Así, El abrazo de la serpiente, logra contar muchas realidades -tanto pasadas como presentes- a través de una gran historia que es parcialmente real y parcialmente ficción. El largometraje busca abrirle los ojos al espectador, sólo por un momento, en dirección al Amazonas y a todo lo que ocurre en su interior. Con la película, Guerra intenta hacer callar a los espectadores sólo por un segundo, para que así escuchen la canción de todos los pueblos que aún cantan y sean conscientes de todas aquellas melodías que ya nunca podrán escuchar.



 

Por: Andrea P. Gómez Jaime

Diseño: David Aches

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