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Un nuevo concebir masculino

En esta entrada, Daniel Cubillos, estudiante de la Universidad de los Andes, expone cómo las posibilidades de transgresión que existen en el vestir masculino se convertirán en las nuevas expresiones creativas que se impondrán después del 2020.

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”Llevar falda no significa que no seas masculino. La masculinidad no viene de la ropa, sino del interior. Hombres y mujeres pueden ponerse las mismas prendas y seguir siendo ellos mismos. Es divertido”. Con esta frase pronunciada por el afamado modista francés Jean Paul Gaultier en 1984 el diseñador anunciaba su visión y postura frente a un tema estético que hoy, más que nunca, replantea y trae a conversación temas como la masculinidad: su concepción, su fragilidad y la necesidad de un nuevo enfoque para aproximarnos a esta, tanto desde la moda, como desde la historia, la política y la sociedad.


La moda como un espejo de la realidad social se ha encargado de documentar y experimentar con las nociones de género, clase, lujo, exclusividad, sensualidad, teatralidad y múltiples términos que se adhieren a la práctica del vestir. Como reflejo de una visión de sociedad “binaria”, las prendas se han dividido entre masculinas/femeninas, encargándose de ejemplificar jerarquías, normas y actitudes tradicionalmente asociadas al género y la relación de poder que cargan estas dos facetas de nuestra condición humana.


Con el devenir de los años, nuevas propuestas (menos conservadoras y normativas, más arriesgadas y disruptivas) de moda unisex se van abriendo camino entre poblaciones y grupos cada vez más receptivos y tolerantes; personas que se permiten concebir ideas distintas en torno a su identidad y su concepción de género, y que a su vez aprecian nuevas e innovadoras propuestas con el vestir. Es así como, dentro de una época enmarcada por grandes, profundas y diversas problemáticas de toda índole (ambientales, raciales, económicas y sociales) llegamos a un lugar actual de reflexión y pausa.



Precisamente, la pandemia global y las crisis político-económicas han dado lugar a sentimientos de desesperanza, miedo, ansiedad; y por ende la reflexión se vuelve más pertinente que nunca. Y es en este proceso de cambio en el que comenzamos a cuestionar nuestro tejido social y político, y nos preguntamos por las verdaderas bases, sean morales, religiosas o espirituales, que rigen los destinos de nuestra sociedad. En este sentido, deconstruimos creencias, tradiciones y dogmas para comprender que podemos expresar nuestra personalidad de una manera auténtica y liberadora. La era del internet implica un nuevo paradigma generacional, una nueva necesidad de representación y un nuevo entendimiento personal.


De esta manera, nuestro tejido social se altera y demanda nuevas representaciones. Vemos ejemplos de estas dinámicas en la importancia de la conversación feminista en el debate público y su efecto colateral dentro del análisis que se hace a su otro espectro binario: la masculinidad. Deconstruir estos dos términos ha permitido entender la importancia de que exista una genuina conversación entre lo que se considera masculino y femenino, sus implicaciones sociales, culturales e históricas para así empezar a desligar conceptos y actitudes tradicionalmente asociadas con el género y la construcción social que hemos creado alrededor de este. Teniendo en cuenta que el feminismo busca la igualdad entre hombres y mujeres nos cuestionamos, ¿iguales en qué sentidos? ¿En derechos? ¿En deberes? ¿En todo? Y de esto aparece la duda sobre qué es realmente ser hombre y qué es realmente ser mujer.


En momentos de crisis analizar el pasado se vuelve herramienta fundamental para entender el ahora. Sabemos que nuestros antepasados concebían el género y la sexualidad de una manera distinta, anclada en el territorio, la historia y la cultura que ha desarrollado cada sociedad en particular. Pero en nuestro contexto colombiano, la idea de masculinidad siempre se ha desarrollado de la mano con la religión, y con la moral como núcleo base dentro de un entendimiento de familia (a imagen y construcción de una visión católica) como primera unidad primordial en la organización social de Colombia.


De allí que provenga la imagen del hombre como proveedor, como líder y cabeza de hogar. Roles de comportamiento que determinan la labor social y el objetivo predeterminado que se nos asigna según el sexo de nuestros genitales. Pero, al imaginar un recorrido visual por la historia (de la mano con la historia de la moda) y con las asociaciones de poder y género que ha tenido el vestir (ya sea en lo militar, en lo teatral o en lo provocativo), entendemos la riqueza, vitalidad y expresividad que ha caracterizado al vestir masculino a través de los tiempos. Túnicas, togas, faldas, pelucas, tacones, tocados y maquillaje. Como un pavo real, el hombre, ya sea desde la Antigüedad grecoromana o en la corte francesa del s. XVII, se ha permitido expandir y glorificar su virilidad a través de sus prendas, magnificar y sensibilizar su lugar en el contexto político que se encuentre. El hombre se apropió de su imagen corporal para jerarquizar y diferenciar su ego y su poder, creando fronteras visibles de clase que se legitiman a través del vestir, a través de la estética.


Pero el uso del ornamento en el vestir masculino no implica una sociedad más igualitaria per se. El uso de su imagen corporal le permite rectificar su lugar en la pirámide social en la que se encuentra, y así, renegar a la mujer a un tipo de construcción que se deriva de una perspectiva masculina (desde lo biológico y desde lo religioso) sobre lo que es la feminidad. Y en un proceso constante de cambio y construcción, (las tendencias, tan relevantes y estudiadas en el mundo de la moda) lo que un día se considera viril y poderoso, al otro se traslada al universo de lo cursi y lo banal, ligándose al universo subyugado de lo femenino. El ornamento se traslada, cambia su esfera de poder y su simbolismo se transforma acorde a estas dinámicas de poder.


Desde el entendimiento de la razón y la lógica como valores “propios” del hombre y su masculinidad, la historia de la moda contemporánea relega el uso de accesorios, colores, formas y texturas exclusivamente al vestir femenino, asociados tradicionalmente a valores como la delicadeza, sensibilidad y cuidado, “propios” de la mujer y su feminidad. La sencillez y la sobriedad se convirtieron en aspectos característicos de las estéticas masculinas, y así, han continuado construyendo desde un concepto que liga al hombre con la razón y a la mujer con la emoción.


Hacer uso de su vestimenta y del ornamento para expresar y reflejar quién es y cómo quiere ser percibido ante los demás. El vestir masculino ha acaparado al vestir femenino en diversos momentos de la historia, y gracias a este el vestir femenino ha logrado nutrirse y adoptar ademanes, posturas, gestos y siluetas propias del armario masculino. Y entonces…¿puede el hombre hacer lo contrario ahora? ¿Puede el hombre pensar que si gracias a su grandilocuencia (El Rey Sol, Luis XIV en la corte francesa) nació un objeto de deseo anhelado en la actualidad, como lo es el tacón, perteneciente al imaginario femenino, puede este trasladarse otra vez al vestuario masculino, de donde se originó?


Con un devenir difuso e incierto podemos especular sobre una sociedad en la que la visión de género y sexo se vuelve igual de difusa y ambivalente. ¿Por qué no permitir, gracias a esta nueva conciencia que surge en tiempos de crisis, una nueva visión del hombre? Tal vez uno más romántico, más sensible, más consciente, que permita una exploración corporal innovadora desde una apropiación de elementos que rechaza el ideal masculino. Un hombre libre de experimentar con su sensibilidad estética (y textil). Y que con este resurgimiento del hombre se cree también un nuevo vestir masculino que nazca del encuentro y el diálogo entre discursos recorridos por el feminismo que invitan a una nueva conversación. Con esto comienza un nuevo proceso de filtrado y reconsideración de aspectos nocivos de nuestra hombría; pero también un sueño de romantizar e imaginar con una sociedad que se libere de estos tabúes de género. Un mundo en donde el vestir sea reflejo de una equidad, de una postura imaginaria en donde nos sensibilizamos al entendernos desde la otredad, desde lo perteneciente al “otro sexo”. Y así, las posibilidades de transgresión que existen en el vestir masculino se convertirán en las nuevas expresiones creativas que se impondrán después del 2020. Un nuevo e interesante espectro creativo, reflejo de un cambio en el concebir tanto masculino, como femenino.


 

Por:Daniel Cubillos, estudiante de la Universidad de los Andes


*** Blogs El Uniandino es un espacio abierto a la comunidad que ofrece el periódico El Uniandino para explorar temas nuevos, voces diversas y perspectivas diferentes. El contenido se desarrolla por los colaboradores con asesoría del equipo editorial del periódico



Referencias

Ganem Maloof, K., 2020. El Malpensante. [online] Elmalpensante.com. Recuerado el 6 de noviembre del 2020, de https://www.elmalpensante.com/articulo/4336/lios_de_faldas

País, E., 2020. Por Qué Los Hombres Dejaron De Usar Faldas, Tacones Y Pelucas. [online] Verne. Recuerado el 6 de noviembre del 2020, de https://verne.elpais.com/verne/2018/01/25/articulo/1516881949_162680.html

Sastre, N., 2020. Hombres En Falda, ¿Por Qué No?. [online] elperiodico. Recuerado el 6 de noviembre del 2020, de https://www.elperiodico.com/es/cuaderno/20190216/hombres-falda-por-que-no-7305942

GQ Mexico. 2020. ¿Deberías Usar Una Falda Masculina? Te Decimos Por Qué Sí. [online] Recuerado el 6 de noviembre del 2020, de https://www.gq.com.mx/moda/articulo/deberias-usar-una-falda-masculina-te-decimos-por-que-si


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