Vivo con melómanos, así que a punta de una suerte de tiranía musical descubro maravillas como Liniker, una cantante brasileña trans, que desde 2015 aumenta su fama en todo el continente. Con seguridad, su arte merece una crítica sesuda que discuta las exquisiteces de su voz, de sus composiciones, del ensamble de su banda (Os Caramelows), así como de sus influencias de la tradición musical del Brasil que ella y sus colegas retoman y transforman. Sin embargo, eso tengo que dejarlo a los expertos. Lo que me interesa es su cuerpo y su apariencia y, aún más, las impresiones que produce.
En una codificación binaria de los cuerpos, masculino y femenino, otras joyas pop como El Mariachi Flor de Toloache y Las Migas, ambas bandas femeninas destacadas musicalmente como Liniker e Os Caramelows resultan, digamos, “normales”: son lideradas por mujeres desde su creación. Esto quiere decir que cuerpos nacidos con vaginas y úteros y cuya identidad de género es explícitamente femenina –no sabemos su orientación sexual, eso sí–, están a cargo de guitarrones, violines, cajas de percusión y trompetas. Hacen con talento arreglos de Bach hasta corridos españoles y mexicanos y se aventuran a componer sus propias piezas, en un espectáculo original. Normal. Su única transgresión –una mínima podría decirse, aunque solo si admitimos las afirmaciones de quienes defienden que la escena musical ya está compuesta por hombres y otras identidades de género por igual– es dejar de invitar a cuerpos nacidos con pene y testículos a sus grupos. Y de tanto en tanto, de ahí, de esas transgresiones mínimas, salen cosas interesantes sobre el poder de los cuerpos y su orden social. Y acá entra la infancia.
Shae Fiol, fundadora con Mireya Ramos de Flor de Toloache, tuvo una hija recientemente. La lleva desde pequeña a las giras y conciertos, primero, porque la amamantaba y, segundo, porque quería. Ya más grande la hija, le pregunta a Fiol: “mamá, ¿los hombres también hacen música?” Como siempre veía a sus mamá y a sus colegas en concierto, pues tenía la duda de si otros cuerpos también podían estar allí. Fiol le explicó: “sí, claro, siempre lo han hecho; lo raro en realidad es que haya bandas como esta, de solo mujeres”.
Si Flor de Toloache le planteó preguntas a esta niña, conozco a otro pequeño al que Liniker, su voz y su cuerpo le plantearon también preguntas. Buen fanático de los NPR Tiny Desk Concerts –conciertos de la National Public Radio de los Estados Unidos– vio a allí a Liniker y su banda. Cantó a grito herido “Calmô”, uno de los éxitos de Liniker, en un portugués inventado; luego bailó “Tua”, otro exitazo. Pero después paró su performance casero y se detuvo frente a la pantalla, mirando fijo, como queriendo hipnotizarla.
– Mamá, ¿ella es hombre o es mujer?
– ¿Tú que ves?
– Pues está vestida de mujer, pero su voz es de hombre.
– ¿Y por qué ese vestido es de mujer?
– Porque es largo y tiene flores.
– ¿Y por qué su voz es de hombre?
– Pues porque es gruesa.
– Pero hay mujeres que tienen voces así, gruesas.
– Sí, verdad. Pero es que ella tiene pelos en las axilas.
– Vale, sí, pero hay otras mujeres así también.
– Ah, sí, sí…
Siguió cantando y bailando, esta vez incluyendo en su performance una flauta gaitera que hacía de micrófono. Se gozó “Remonta”, el tema que le dio nombre al álbum de Liniker de 2016. Pero paró de nuevo y quiso hipnotizar la pantalla una vez más:
–¿Pero qué es ella, hombre o mujer?
– ¿Tú que dirías?
–¿Las dos, mamá?
De la sesión de preguntas, quedó que cada vez que esta persona pequeña oye y ve a Liniker, dice: “ella es mujer, aunque creo que tiene pene, y eso no importa, ¿verdad?”
Por: Sandra Sánchez López. Historiadora y analista de medios, profesora de Narrativas Digitales, Centro de Estudios en Periodismo, Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes.
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