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El Uniandino

Las leyes mecánicas de la modernidad: sin dudas y sin Dios

En esta entrada, Sara Varon, pretende mostrar cómo los estudios científicos y filosóficos de Bacon, Galileo, Harvey y Descartes poseen características que nos permiten ubicarlos claramente dentro de la Época Moderna.


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El desarrollo de la ciencia ha venido ligado al desarrollo de las formas de aproximarse a la filosofía. Las grandes filósofos eran en un principio los mismos personajes que hacían ciencia porque era una misma duda: ¿qué es esto que nos rodea y cómo podemos explicarlo? Empezando por los escolásticos aristotélicos, el desarrollo del sistema lógico permiten el estudio de las cosas de manera meramente metafísica pensando constantemente en la necesidad de explicar el mundo a los ojos de un motor inmóvil. En un segundo periodo, “mientras la escolástica aristotélica proclamaba sobre el orden racional de la naturaleza que era captable por el intelecto humano, la naturalistas del siglo XVI proclamaban lo opaco que era la naturaleza para la razón” (Westfall, 1977, p. 28) ya que pretendían extrapolar la psiquis humana a la naturaleza explicando todo a través de simpatías y antipatías. Para aproximarnos un poco más a la ciencia como la entendemos hoy en día, debemos dar un tercer paso. Dejando de lado estas concepciones, nos aproximamos entonces a la filosofía mecanicista que pavimenta el camino para la ciencia moderna. Dado lo anterior, el siguiente ensayo pretende mostrar cómo los estudios científicos y filosóficos de Bacon, Galileo, Harvey y Descartes poseen características que nos permiten ubicarlos claramente dentro de la Época Moderna. Esto se hará explicando cuáles son las características fundamentales que diferencian a estos pensadores de los naturalistas renacentistas y de los escolásticos aristotélicos.

Francis Bacon rompe la tradición del proceso acumulativo de la ciencia que endiosaba las enseñanzas de los antiguos. Según él, la causa por la que nos separamos tan abruptamente de lo que debe ser realmente la ciencia es por los ídolos y son “las fábulas de los sistemas y los malos métodos de demostración los que nos los imponen. Intentar refutarlos, no sería ser consecuente con lo que antes hemos expuesto” (Bacon, 1975, p. Art. 61). Nos hemos convencido de que el método lógico aristotélico es el único correcto para la demostración de los fenómenos y por tanto hemos caído constantemente en los mismos errores propios del método que presupone que la naturaleza depende de la causa final. Bacon establece que debemos re-dirigir el objeto de estudio a uno más adecuado para la ciencia. Cuando dejamos de responder a las dudas con móviles teológicos o con propiedades vacías de un motor inmóvil que no tiene sentido científico podremos empezar a estudiar más seriamente los fenómenos. Sobre esto, el autor menciona que “dista tanto la causa final de servir a las ciencias, que más bien las corrompe a menos que se estudie las acciones del hombre” (Bacon, 1975, p. Art. 2). Esto se acerca más a la ciencia moderna: no centrarse en el porqué sino en el qué de los fenómenos. Si los objetos no son expresiones diosificadas podemos entonces pensarlas como sustancias que podemos entender mediante sus interacciones mecánicas. Este es entonces el primer rompimiento con la tradición. Debemos dejar de alabar el sistema aristotélico demostrativo y empezar a re-enfocar la ciencia a la sustancia en sí, no a las causas finales.

Bacon comienza entonces ha hacer un análisis sobre cómo percibimos los objetos a través de las propiedades sensibles para poder descubrir más sobre esta sustancia que se vuelve el centro de la ciencia. En la teoría aristotélica, son las propiedades las que definen la forma y por tanto las que le dan una causa formal a las sustancias. A través de su método de tablas para llegar a vendimias sobre la esencia descubre que las propiedades no definen la sustancia esencial porque no son propias de la sustancia y porque dependen de la percepción e imaginación que tenga el individuo para pensar en ejemplos para formar las tablas de deducción. El autor entonces dice que “si se tiene pensamiento de sacar a la luz la trama y la íntima y verdadera constitución de los cuerpos, de la que depende en las cosas toda propiedad y oculta virtud específica” (Bacon, 1975, p. Art. 7), debemos dejar de lado las propiedades y empezar a pensar qué es aquello realmente esencial en las cosas. ¿Cómo podemos entender la materia en sí? René Descartes describiría con más precisión cómo es esta sustancia. Igual que Bacon, Descartes quiere dejar de lado las propiedades anexas que nos engañan “o de cualquier otro modo que afecte a nuestros sentidos, sino que la naturaleza del cuerpo claramente reside en ser una substancia extensa en longitud, anchura y profundidad” (Descartes, 1995, p. 73). Este será el nuevo objeto de la ciencia: una sustancia, una res extensa, que solo se rige por la mecánica.

René Descartes comienza un proceso aislado de meditación profunda sobre cómo llegar a la verdad sobre las interacciones físicas. Esta investigación parte de asumir precisamente que los principios deben “ser tan claros y tan evidentes que el espíritu humano no pueda dudar de su verdad cuando atentamente se dedica a examinarlos” (Descartes, 1995, p. 8) y esto rompe con la idea del naturalismo renacentista que determina que la naturaleza es oscura y opaca para el ser humano. Para Descartes nosotros hemos sido dotados de la capacidad de pensar y por tanto podemos llegar a la verdad si logramos encontrar un método que no permita duda alguna. No podemos basarnos en los sentidos porque estos nos engañan constantemente sobre las cualidades. No podemos tomar las reflexiones de los otros filósofos antiguos con objetivos metafísicos. Según el filósofo, si logramos llevar con éxito el método axiomático deductivo podremos entonces “indagar las primeras causas y los verdaderos Principios a partir de los cuales se pudiera deducir las razones de todo cuanto se puede saber” (Descartes, 1995, p. 10) sin necesidad de individualizar la experiencia con el mundo. Este método nos asegura que sólo el conocimiento fundado en la certeza y en la claridad podrá ser acumulado para la construcción de un sistema científico. Solo a través de este método podremos estudiar aquella sustancia extensa de manera realmente científica: centrándonos en las propiedades geométricas de la materia.


Esta nueva visión de cómo debemos obtener este conocimiento influye radicalmente en las investigaciones de William Harvey sobre el cuerpo y en el ejercicio de la ciencia de Galileo Galilei. Estos científico no se basan en las preconcepciones ni intentan ajustar sus observaciones a explicaciones metafísicas o psíquicas. La actitud científica moderna pretender actuar mediante la experimentación directa sobre los objetos en busca de las leyes mecánicas: sin razones ni causas más allá distintas a las normas geométricas de interacción entre partículas. Por un lado, Harvey experimenta con animales vivos para aprender cómo funciona el cuerpo sin pensar en un motor inmóvil que le da vida. Por otro lado, Galileo intenta observar el mundo que lo rodea sin deducir sus causas, no porque sean “oscuras para el intelecto”, sino porque no es el objetivo de esta nueva ciencia. Menciona entonces: “Grandes –digo– ya sea por la excelencia del objeto mismo, ya por una noticia jamás escuchada a lo largo de los siglos, ya en definitiva por causa del instrumento gracias al cual esas mismas cosas se hicieron evidentes a nuestros sentidos.” (Galilei, 2010, p. 43)


Ya no se estudia para hablar de causas sino por la satisfacción de poder estudiar fenómenos. Gracias a esto, la experimentación y la observación se vuelven un ejercicio del método de la nueva ciencia mecánica. Para Harvey, deja de ser el alma endiosada la que expedía espíritus sino que es la mecánica la que rige el comportamiento del cuerpo. Para Galileo, es dejar de pensar en la extraña y oscura naturaleza del cielo y empezar a pensar lógicamente en los movimientos observados sin pre-suponer sus motivos. Esta es la ciencia moderna.


En conclusión, el paso de los modelos anteriores a la filosofía mecanicista se da gracias a las bases teóricas establecidas por Bacon y por Descartes y aplicadas en la práctica por Galileo y por Harvey. Bacon inicia el rompimiento con lo antiguo al establecer que debemos dejar de endiosar a los antiguos. Por tanto, debemos dejar de regirnos por el estudio metafísico de las causas finales escolásticas sino más bien fijar nuestra atención a la sustancia misma que nos rodea. Esta nueva aproximación no debe centrarse en las cualidades sensibles sino, más bien, intentar encontrar una sustancia esencial. Logramos deducir que, “de hecho, los cuerpos son solo partículas de materia en movimiento, y todas sus cualidad aparentes (la extensión excluida) son solo sensaciones producidas por cuerpos en movimiento actuando en los nervios” (Westfall, 1977, p. 33). A diferencia de los otros modelos, se incluye la relación entre el observador y el objeto. Posteriormente, Descartes establece que esta res extensa interactúa de manera geométrica con otros objetos y que su movimiento se ve regido por una ley mecánica solo entendible a través del método axiomático deductivo. ¿Es esta teoría aplicable? Harvey y Galileo fueron los primeros científicos en poner en práctica este nuevo acercamiento. El ejercicio y la actitud demostrada por estos dos científicos son muestra de que la ciencia moderna no busca razones y causas más allá de lo observable. Se aproximan a los fenómenos físicos con emoción, con ganas de aclarar conceptos, no como el naturalismo renacentista. Esto es entonces, el rompimiento total de la ciencia antigua con la ciencia moderna.

Bibliografía


Bacon, F. (1975). Novum Organum. Ciudad de México, México: Porrúa, S.A.

Descartes, R. (1995). Los principios de la filosofía. Barcelona, España: Biblioteca de los grandes pensadores.

Galilei, G. (2010). El mensajero sideral. Madrid, España: Museo Nacional de ciencia y tecnología.

Westfall, R. (1977). The Construction of Modern Science. Cambridge University Press.


 

Por: Sara María Varón Echeverri


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