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El Uniandino

El mayor juego político: la ilusión de elegir

La idea de libertad generalmente se expresa de muchas formas, prácticamente cada individuo le otorga su propio significado de acuerdo a sus condiciones. Para un preso la definición de libertad es distinta a la del oficinista que se siente cautivo dentro de su cubículo de trabajo; por su parte el anime Attack On Titan, o Shingeki no Kyojing, entiende a la libertad como una necesidad única para cada persona, desdibujando así la imagen de lo correcto e incorrecto. Desde su primera emisión el 6 de noviembre de 2013 en Japón resaltó tanto comercialmente como en la crítica –llegando a tener tres capítulos en el top 10 de episodios mejor rankeados en el Internet Movie Data Base– y, con 4 temporadas hasta la fecha, es innegable el fenómeno en el que se ha transformado esta serie. La batalla por evitar la extinción de la humanidad a manos de los temibles titanes se convirtió en una especie de juego político que cuestiona los ideales de todos los bandos, una guerra sin sentido que se excusa en ideas.



La primera temporada nos sitúa en un mundo semi-medieval que es interesante, pero a su vez bastante simple: lo que queda de la humanidad habita dentro de tres murallas que los protegen de criaturas descomunales y humanoides, conocidas como titanes. Después un misterioso ataque de dos titanes extraños, parte de la primera muralla se destruye y las demás criaturas de esta clase logran entrar en lo que, hasta entonces, era el último refugio seguro de la humanidad. La premisa es simple: tras la muerte de su madre por parte de un titán que ingresa luego de la destrucción del muro, seguimos los pasos de Eren Jeaguer, el protagonista y quien se une a la milicia con fines de venganza y con ansias de luchar por la humanidad. De entrada, el factor político tiene una importancia sumamente marcada, a diferencia de las típicas historias medievales fantásticas. La monarquía bajo la cual se rige el mundo estructura a una fuerza militar dividida en tres facciones: Las tropas de Guarnición –encargada de cuidar los muros–, la Legión de Reconocimiento –encargadas de recuperar territorio fuera de los muros– y la Policía Militar –encargada de proteger al Rey y dar orden en las ciudades–. Entender la libertad en Attack on Titan implica primero, comprender al estandarte de esta y a su mayor promotor. Eren comienza su travesía casi como una calca guiada del camino del héroe, empieza con el objetivo claro de matar la mayor cantidad de titanes y de recuperar el territorio perdido. Parece un anime más de aventuras que tiene personajes pintorescos, con un protagonista intrépido que no le teme a los obstáculos.


Todo da un giro de tuerca radical en el quinto episodio con el segundo ataque del titán colosal. En la batalla Eren descubre los horrores que tiene que enfrentar un soldado y, por sus impulsos de ira, lleva a la muerte a casi todo su escuadrón –incluso, al final del episodio es devorado por un titán–. Este suceso hace que Eren despierte su poder de titán y, en cierta forma, empiece su primer conflicto interno: la metamorfosis que obtiene lo lleva a cuestionarse sobre su condición. Se transformó en lo que, hasta ese punto, era la amenaza que tenía que vencer. Los titanes hasta aquel momento no tenían rasgos faciales; por lo que, al tomar esa forma, Eren representa el rostro humano de la amenaza. El peso de ese enfrentamiento y el pensamiento del colectivo caen sobre sus hombros, generando un rechazo del exterior y más importante un rechazo hacia sí mismo. No es de extrañar que casi todos a su alrededor desconfiaran de él, esa presión de los que lo rodea llega a un punto en el que Eren duda de sí.


El siguiente gran suceso que genera esa desconfianza sobre quién podría ser el verdadero enemigo es la traición de Annie –quien a pesar de ser una rival por sus habilidades, no era una enemiga, demostrando su lealtad al salvar a sus compañeros en previas ocasiones–. En conjunto con la revelación de que los titanes son humanos transformados e inconscientes, se plantea el primer dilema sobre la naturaleza del conflicto. La práctica primordial en los enfrentamientos humanos siempre ha sido deshumanizar al enemigo para sobrellevar la idea de asesinar. Es en esta primera revelación en donde la metáfora es un tanto obvia, pues los titanes dejan de ser hombres y mujeres para convertirse en criaturas colosales sedientas de sangre. La captura de Annie da a entrever que hay más infiltrados en el grupo y, a pesar de eso, gran parte de la confianza ciega de Eren en sus amigos sigue en pie.


Esa fe intrínseca en sus compañeros se destruye posteriormente con la confesión de Reiner y Bertholdt; lo interesante no viene siendo la declaración en sí, sino cómo es ejecutada esta y dándonos el primer esbozo del conflicto interno de Reiner. Eren ahora entiende que sus enemigos también son humanos y esto lo destroza. Aún sigue indeciso sobre si será capaz de derrotarlos y no es hasta el arco de “El retorno a Shiganshina” que completa esta transición y se decide por sus ideales, por encima de los que alguna vez fueron sus amigos. Y es que en este arco argumental descubrimos las verdaderas facetas de los personajes, resaltando a Erwin Smith, el demonio capaz de todo por su causa. Erwin desde muy joven descubre lo peligrosa que puede ser una idea, especialmente si esta va en contra de los poderosos. Pero, a pesar de esto, no renuncia a sus ideales; él está convencido de que fuera de las murallas hay más seres humanos, esa es su razón para haberse unido a la Legión de Reconocimiento. Lo interesante es cómo, poco a poco, su optimismo y su propósito se van perdiendo a medida que el tiempo pasa y la realidad se vuelve abrumadora, convirtiéndolo en alguien menos esperanzado. Ya no piensa en descubrir la verdad, como comandante sus prioridades ahora están con sus hombres y el ayudarlos a sobrevivir prima sobre desentrañar una conspiración.


Aquí es cuando Eren entra nuevamente en juego. El ahora desesperanzado Erwin se topa con un humano capaz de convertirse en titán, el cual además afirma que sabe cómo obtener las respuestas que el comandante tanto anhelaba durante su vida. Erwin no se transforma radicalmente de una manera visible, pero internamente su motivación ahora se dirige a su sueño de la infancia; pero esa causa, casi sin notarlo, se convierte en egoísmo. En su enfrentamiento final contra el titán bestia es cuando decide dejar a lado su meta personal para que otros pudieran cumplirla. No es un acto heroico, pues en su sacrificio condena a los cadetes guiándolos hacia su muerte, pero sí es una acción que nos da a entender que su interés ahora supera lo personal, inclusive está dispuesto a sacrificar vidas de compañeros únicamente bajo la promesa de una victoria para su causa. Esto es sumamente clave y demuestra el impacto de las ideas bien expresadas a través de un discurso populista que tiene una máscara de heroísmo y nobleza. Convencer a los cadetes de que entreguen su corazón por una causa sabiendo que es un pretexto de mentiras envueltas en parafernalias es lo que, en últimas, le da éxito a el plan de Erwin.


En paralelo a esto, Armin Arlert –integrante de la legión y hasta entonces mejor amigo de Eren– realiza un sacrificio similar al de Erwin. Aunque su sueño de ver el mar es más puro que el de Erwin, la forma en la que Armin está dispuesto a dar su vida en pro de que sus amigos sobrevivan demuestra lo contrariados que ambos personajes son. El comandante es un líder y estratega natural, dispuesto a todo por su causa, a diferencia de Arlert, quien, a pesar de ser sumamente inteligente y muy capaz a la hora de liderar, carece de experiencia con el mundo. Esta carencia podría verse como un defecto, pero en realidad es la virtud más valiosa de Armin, pues en una situación igual de desesperada a la de su comandante fue capaz de llegar a una solución en la que solo él se viera afectado, logrando su cometido y protegiendo a sus amigos.



Eren se revela por primera vez contra sus compañeros al tratar de revivir a Armin en lugar de Erwin. Este acto denota lo egoísta que puede llegar a ser ya que, objetivamente, Erwin era la opción obvia y la más acertada aunque no mereciera volver a la vida. El protagonista, con ánimos de salvar a su amigo, se enfrenta a sus superiores usando la fuerza hasta que Hange interviene. Es precisamente Hange Zoe –la entusiasta de los titanes que representó en algún punto el optimismo del grupo– quien termina siendo la voz de la razón dentro de la mayoría de los escenarios y es una víctima más de una guerra sin motivo. Tras la muerte de Erwin ella debe tomar el puesto de comandante, un rango que nunca buscó, pero, tan apática como es la vida, tiene que hacerse cargo de su responsabilidad. Hange deja de ser la entusiasta alegre y ahora lidia con amargura, volviéndose una figura sin verdadero poder.

Al final de la tercera temporada que se descubre la verdad sobre el mundo exterior, y aquí es en donde los preceptos ya establecidos cambian. En la cuarta temporada esta evolución se deja clara desde el primer capítulo. El giro saca al espectador de su zona de confort, no comenzamos con los personajes ya conocidos; ahora nos encontramos explorando las filas de los que se vendieron como los grandes enemigos a enfrentar. La obra quiere demostrar que no existen villanos, en ese punto ni el bien ni el mal son objeto de cuestionamiento, pues la subjetividad del interés por la acción en cada bando genera una mayor empatía por todos los personajes.


Gaby es la viva imagen de Eren en la primera temporada, una entusiasta por su causa que está dispuesta a lo que sea para llevar a cabo su cometido. Al igual que Eren, ella busca su libertad y esta búsqueda está enfocada en la ira y el resentimiento –en el caso del primer protagonista hacia los titanes y por parte de Gaby en contra de los Eldianos que son llamados “demonios de la isla Paradis”–. Plantear a un nuevo protagonista diametralmente exacto en actitud y personalidad al anterior pero ubicado en el grupo que antes representaba una amenaza, ayuda tremendamente a realizar un replanteamiento respecto al apoyo que se le da al grupo que, hasta entonces, conocíamos; no se puede generar empatía con lo desconocido y la serie lo entiende.


Las doctrinas han sido la forma de control más importante de la historia. Por medio de la educación moral se forma un comportamiento ético, el ejército de Marley demuestra cómo los aspirantes a guerreros siguen ciegamente las ideologías del ejército. El situarnos junto a los “enemigos” es clave, no solo genera que el espectador entienda los propósitos del adversario, sino que demuestra lo sesgada que era la visión presentada hasta ese momento. Hasta ese punto se apoyaba a ojos cerrados a los Elídanos porque era la única realidad conocida, pero luego se entiende que en esta historia no hay ni buenos ni malos, solo personas que creen que luchan por lo que es correcto, pero en verdad solo se ven forzados a actuar en un extraño y triste mecanismo de defensa contra la crueldad del mundo.


La verdad es que las ideologías, en realidad, terminan siendo egoístas y, por más nobles que parezcan, siempre generan fanáticos que se enceguecen frente a la realidad. Gaby decide pelear por Marley en un inicio no porque tenga un patriotismo innato, sino porque el rezago del mundo hacia a ella le presenta como única esperanza para resistir el servir a un estado que no la mira como humana. El ejército marleano es la oportunidad que Gaby toma y a la que se aferra con la esperanza de conseguir su libertad, bajo la promesa de desprenderse del odio que el mundo ha tenido frente a ella, por el mero hecho de existir. ¿Pero es realmente eso libertad o poder elegir es solo una ilusión que se nos presenta para sobrellevar las cadenas del mundo? Ya establecido que la libertad es un factor meramente contextual, es imposible que exista una forma de esta que sea genuina, pues los pensamientos y actos están encaminados por fuerzas externas. Gaby tenía la opción de creer en las doctrinas de Marley o simplemente no hacerlo. La primera verdad es que, en cierto sentido, tuvo libertad al poder elegir; pero, más allá de que su decisión estuviera influenciada por la educación que recibió –lo cual es un factor que inclina hacia una decisión final, pero que no es totalmente determinante–, realmente el hecho de tener que elegir forzosamente por gracia del contexto es la privación más grande de libertad que puede existir.


La guerra entre Marley y Eldia expresa este sentimiento de verse forzado a actuar. Eren se apropia de este discurso de libertad para formar su propio grupo paramilitar (Jeagueristas) y llevar a la isla por el camino que él cree apropiado. Este acto indirectamente le quita la libertad a los demás, pues se ven forzados a tomar una decisión entre actuar o no hacerlo, elección que no tendrían que tomar en otro contexto (si Eren no hubiera formado su grupo). El enfrentamiento, como cualquier otro de tipo de conflicto bélico, no tiene realmente ganadores. Como en cualquier guerra solo hay sobrevivientes. Reiner es el primero en despertar y ser consciente de esta realidad, tras sobrevivir a tantas batallas. Aunque él puede tomar sus decisiones, se da cuenta de que estas están esclavizadas frente al mundo y de que, sin importar el esfuerzo que haga para tratar de ser mejor, la guerra ha hecho que pierda la lealtad hacia sí mismo. Cansado de esto, intenta suicidarse e indirectamente es detenido por Falco, quien representa la esperanza de poder salir de los esquemas de odio que mueven al mundo. Reiner acepta su realidad de peón por una causa que le es indiferente, motivado por la promesa de poder cambiar a la siguiente generación y que así eviten el destino que tienen. Al final los intereses generales en esta guerra no son relevantes, es el espíritu de supervivencia el que sirve como principal motor para los personajes.


Eren, maldito por conocer su futuro y el pasado de los portadores anteriores del “fundador”, pone en marcha su plan para “liberar” a su gente. Primero se asegura de destruir los lazos con sus amigos, confesando su odio a Mikasa y demeritando a Armin con el fin de que los sentimientos de ellos hacia él no fueran ataduras que les impidieran actuar en su contra si así fuese su voluntad. Si algo se puede aprender de Attack on Titan es a reconocer a la libertad como una mentira. Así, creer ser libre por el mero hecho de poder elegir es la ceguera primordial en el ser humano y, por ende, el acto de esclavitud menos obvio que existe. Ahí está la verdadera tragedia de los personajes de Attack on Titan. Todos aspiran a llegar a esa libertad, se entregan en todos los aspectos de su vida, se convencen a sí mismos de que su causa es la única y verdadera para obtener su cometido; mas, realmente, no se dan cuenta de que solo son marionetas de una sociedad que indirectamente los fuerza a actuar. Jeaguer tiene un quiebre cuando besa la mano de Historia, y desde ese momento puede acceder a los recuerdos de su futuro, llevándolo a comprender que lo que tanto anhela nunca lo obtendrá en su vida porque es un peón del destino y al mismo tiempo es un peón de sí mismo. De ahí en adelante, las acciones que realiza son un intento desesperado de librar a todos de esa cadena forzada que implica el deber decidir bajo un número limitado de opciones. Entonces, la libertad total en un contexto social, bajo esta definición, sería imposible de lograr. No obstante, el rango de decisión sí es un factor que se puede ampliar cuando las estructuras de poder entran en conflicto. Esto implicaría que ya no habría lugar para una radicalización tan marcada, es esa bilateralidad tan única de facciones y fanatismo las que limitan el número de opciones sobre las cuales se puede decidir. Su ruptura se convierte en la única manera en la que los grises resaltarían, ya que lo blanco y lo negro dejaría de ser lo único vigente. En últimas, desmantelar estas dualidades tan marcadas entre bandos podría no llevar a una libertad verdadera, pero sí mantendría una ilusión más grande y sobrellevable de la misma.


 

Por: Santiago Patiño



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