El año pasado fue para Duplat, músico bogotano y estudiante de música y matemáticas en Los Andes, uno lleno de novedades. Tras la salida de sus dos últimos álbumes, Espuma y Espuma Pscodélica, su horizonte se amplió diametralmente al traerle, de la mano al crecimiento de su público, la oportunidad de participar en diversos eventos relevantes de la escena musical del país. En esta, la segunda entrega de la entrevista que le realizó El Uniandino, habló acerca de su participación en distintos festivales, el acogimiento que ha tenido por parte del público, su experiencia universitaria y sus proyecciones para el futuro.
Recientemente participaste en el festival Hermoso Ruido y en Sesiones Barcú, ¿cómo fueron esas experiencias?
Ambas experiencias implicaron tener consciencia de cosas muy importantes. Fueron muy bellas, especialmente porque la transición entre ser amateur y ser profesional es difícil de notar. No sé aún en qué punto de esa frontera estoy, me gusta pensar que me acerco cada vez más al otro lado, pero a lo mejor me equivoco. Sin duda estos dos conciertos fueron una experiencia absolutamente profesional para mí. Estaba acostumbrado a tocar en bares, y allá uno tiene que hacer todo. Toca encartarse con los equipos, el sonido es una basura en todas partes, te pagan una miseria, es estresante. Es muy duro. En dicho sentido creo que solo la logística de estos eventos es señal de que se trata de otra cosa. Fueron eventos especiales. Sesiones Barcú fue en el Teatro Jorge Eliecer Gaitán, habían alrededor de cinco o seis camarógrafos. Seguramente habrá gente para la cual eso ya será pan de cada día, pero para mí fue demasiado especial y lo disfruté como nada. Fue triste que el público fueran ingenieros de sonido en silencio y que al final hubiera un aplauso de tres personas, pero a la vez me motiva mucho para los conciertos presenciales. Hay mucha más gente oyéndome de lo que pienso y eso me sorprende mucho. No me di cuenta de cuándo cambió todo. Si hay algo que podría decirle a cualquiera es que el profesionalismo empieza en uno mismo. Si tú no te crees profesional desde ya nunca te van a tratar como tal. Así que, a estos eventos, y particularmente a Hermoso Ruido, llegué con una actitud diferente. Ya no le decía que sí a todo, fui mucho más exigente. Uno tiene que ser claro con lo que quiere y necesita.
¿Cómo han influenciado las redes sociales tu carrera?
Las redes han sido todo. Fue importante entender para mí su relevancia porque, por ejemplo, la diferencia estética y de calidad entre Sobrevivir y Espuma no es drástica. No envejecí cuarenta años psicológicos entre el uno y el otro. Espuma seguramente es mejor, pero Sobrevivir también está bien hecho y creo que es un buen disco. Sin embargo, la diferencia entre cómo le fue a uno en relación con el otro es increíble; los indicadores aumentaron en un 3500% aproximadamente y el único cambio sustancial entre esos dos lanzamientos fue mi relación con las plataformas. Sé que mucha gente pensará “qué basura que así sea el mundo de la música, todo es Instagram”, pero ¿qué más podrían esperar? ¿dónde más lo van a descubrir a usted? La gente no se la pasa yendo a Chapinero a toques, mas sí viven metidos en el teléfono día y noche. Por ahí es la cosa. No me gusta esa mecánica, pero así es como funciona. Hay que hacerse amigo de las plataformas y aprenderlas a usar.
¿Qué dificultades has encontrado en ese tipo de manejo de plataformas sociales?
He encontrado como reto ver que en las cosas subjetivas es imposible la unanimidad. Dicho de otra manera, es imposible que no te ganes enemigos y gente que te deteste porque sí. Al inicio ha sido difícil lidiar con comentarios mezquinos o con malas críticas, que después entiendes. La presión que sientes cuando sabes que mientras más gente te escuche más esperan de ti es grande y no decrece nunca. Mientras mejor hagas las cosas más te van a pedir y mejores cosas te exigen, entonces es cada vez más peso encima. Eso, sin embargo, te motiva. Es igual a cuando te encuentras en la universidad con uno de esos profesores que evocan miedo. Uno a esos les estudia mucho. Los sentimientos malos son a veces el motor de cosas muy buenas.
¿Cómo experimentaste la recepción de Espuma a lo largo de esta coyuntura?
Para mí todo ha sido un proceso muy solitario. Todo lo he hecho en mi cuarto solo y no he podido realmente saborear la recepción de mi trabajo. He podido percibirla virtualmente y por la experiencia de terceros que me cuentan, por ejemplo, que colocaron una canción mía en un evento o dicen “mira que mi mamá estaba haciendo aeróbicos y pusieron una canción tuya”. Eso ha sido bonito, mas no lo he podido sentir yo mismo y por tanto no he podido tener ese sentimiento de plenitud. De eso se trata tocar en vivo; jamás me he sentido tan bien en la vida como en Hermoso Ruido. Ahora me imagino cómo será sentirse de nuevo así de bien mientras se siente simultáneamente la calidez de un público que está disfrutando de tu música.
Estudias matemáticas y música en Los Andes. Son aparentemente cosas inconexas, ¿ha habido algún modo en el cual las hayas relacionado?
En realidad, nunca he buscado ligarlas. Sé que hay músicos que componen matemáticamente y que hay matemáticos melómanos, pero para mí son simplemente dos cosas que me gusta hacer. La matemática y la música son dos cosas que disfruto y no fui capaz de renunciar a ninguna de las dos. No obstante, hay que ser pacientes y tomarse las cosas con calma. En la universidad creo que prevalece la filosofía de hacer muchas carreras a gran velocidad y creo que eso es un error también. Se debe ser paciente para hacer bien las cosas. Yo me he tomado por ahora una pausa de la doble carrera y todo está funcionando de maravilla. Sé que después tendré tiempo para seguir, con paciencia.
¿Cómo logras balancear el estudio con tu carrera musical?
No lo logro. Todo es sumamente pesado. Yo estudio piano y es duro, son muchas horas diarias de estudio. Hay cosas que se desbaratan y punto. Trato de estudiar lo que me toca y hacer lo que tengo que hacer, y lo logro al borde. Ese es un tema que no puede ser más uniandino. Sin embargo, si uno pretende hacer algo con su vida, en cualquier cosa que uno quiera hacer, tiene que clavarse y eso produce estrés, falta de sueño e insomnio y llorar todas las noches, pero no importa. Creo que entender eso es mejor que intentar huirle. He sacrificado muchas cosas por eso, pero ha valido la pena.
¿Cómo fue comenzar tu carrera musical estando en Los Andes?
Creo que ha sido complicado. No sé si es algo de Los Andes en particular, de las universidades en Colombia o del concepto mismo de universidad, pero iniciar una carrera artística pareciera inevitablemente alejarse de este espacio académico. Ese no es el caso, seguramente, de todas las carreras. Si yo fuera a ser economista y quisiera hacer algo equivalente en ese campo de seguro la universidad sería una plataforma para eso. Tiene una estructura que permite dentro de ciertas disciplinas construir una carrera en paralelo y eventualmente ganar también reconocimientos académicos por eso. El espacio académico, en ese sentido, desconoce el panorama real de la música. Desde que entré a Los Andes he estado comprometido con hacer música y ha sido mi único objetivo; sin embargo, mientras más lo persigo y más gente fuera de nuestra burbuja me escucha más me estoy alejando de la universidad y más ajeno se me hace su espacio. Con el piano clásico tampoco cambia la situación. He participado en un par de concursos y, aunque me ha ido como a un zapato, lo intenté. Esas son actividades que la universidad no incentiva con suficiente fuerza, aún le falta mucho para ser esa mano que conecte al estudiante con el medio artístico. Sin embargo, he aprendido mucho con profesores brillantes y esa es realmente mi razón para estudiar.
¿Has tenido alguna vez la oportunidad de tocar tu música dentro de Los Andes?
Han salido cosas. El Día del Estudiante hubo un Martes en Vivo, pero se sentía sumamente intrascendente. He tocado en muchos recitales de piano y son actividades lindas, pero que no llegan a toda la comunidad. Son eventos muy herméticos. Espero que llegue el día en el que pueda tocar allá. Pareciera que te tienes que alejar mucho de la universidad para poder acercarte a ella e integrarse, es una paradoja.
¿Cómo has sentido el apoyo de la comunidad uniandina?
He sabido por terceros que lo que hago gusta y me parece bonito que la gente de Los Andes sepa que aquí también hay gente que está sacando cosas que van a sonar, cosas de verdad y que van para afuera. Siento que ahora soy de los miembros de la Facultad de Artes y Humanidades que más la están abanderando y sería lindo que eso fuera reconocido porque ha sido un proceso paralelo a mis estudios.
¿Hay algún género musical que te gustaría explorar en el futuro?
No lo sé, no sabría siquiera definir mi género. Lo que sí puedo admitir es que me siento atraído por el pop. El pop es un concepto complicado porque Bonka es pop, Elton John es pop y Lady Gaga también es pop. Seguramente Elton John odiaría a Bonka, y a ambos los meten en la misma categoría. No obstante, hay algo que tiene esa música, no importa quién la haga, y es que es digerible; es fácil de oír. Es arte inmediato, como debería ser todo buen arte. Si vas a un museo, miras una pintura y dices: “no, no entiendo” no funciona. El arte, de esa forma, se vuelve para pocos. El pop ha estudiado, a su manera, cómo lograr hacer música inteligible y directa. Es música efectiva para comunicar y por eso es algo que estoy explorando ahorita. Estoy también estudiando un poco de jazz y he tratado de involucrar las pocas ideas que tengo del género en mi música de forma sutil. Rítmicamente me interesa el Hip-hop. Es una música lenta, pero con una sensación muy diferente a la que yo manejo.
¿Dónde te gustaría ver tu música de aquí a cinco años?
A mediano o largo plazo me gusta el concepto de ser un artista latinoamericano. No quiero necesariamente llenar el mundo porque hay algo que me enamora de Latinoamérica. Me gustaría tener relevancia en esa escena. No me interesa llenar un estadio en Tokio. No pretendo ser global.
¿Cómo te gustaría que tu música fuera recordada?
Me agrada la palabra elegancia. Quisiera que mi música fuera ligada a ella y por eso cada vez trato de que sea más fina. Quiero que muestre sentimientos complejos y me gustaría poder representar a la cultura del país desde una perspectiva que pocas veces se muestra. Colombia siempre es reducida a Carlos Vives, Fonseca, Cepeda o Shakira. A mí me gusta la faceta urbana, la fría y deprimente que también puede ser. Quiero hacer música genuina. Me gustaría quitarle el estigma pachanguero al colombiano. Todo el mundo ha sentido lo contrario a la pachanga: las ganas de no hacer nada. Quiero ser un ícono de ese tipo de perspectiva colombiana. Me gustaría también servir como ejemplo y quisiera darle un consejo a quien sea que esté leyendo, diciéndole que hay que ser empírico. No digan que no se puede lograr algo hasta no intentar y fallar. Ahí sí pueden lamentarse. Pero primero hay que intentar. Hay que ponerse a trabajar y los resultados van a llegar.
¿Cuáles son las tres canciones que no pueden faltar en tu playlist?
“Promesas sobre el bidet” de Charlie García, “Amor amarillo” de Cerati y el concierto número 1 para piano de Tchaikovski.
Finalmente, ¿podrías hablarnos un poco de lo que viene en tu carrera?
Trabajé mucha música en cuarentena y traté de irme por temáticas distintas sin tostarme. Tengo preparados dos lanzamientos ya, que espero que sean un trampolín. Tengo esperanza de lograr Estéreo Picnic y que mi carrera siga en buena dirección. Próximamente sacaré un disco llamado Cielo con varias colaboraciones. Saldrá también un EP llamado Cartas en el siglo XXI, en el que quiero explorar el pop. El lenguaje simple es bello y quiero encontrarlo porque no es una tarea fácil. Quiero sacar mucha música, ser prolífico. Me gustaría también tocar seriamente en la universidad antes de graduarme.
Por: Melissa Betancour
Fotografía: Santiago Colmenares
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