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Avales de último momento
Juan Felipe Monroy es Magíster en Ciencia Política. Aquí su columna "Avales de último momento". Para contestar la columna envíe su propuesta a periodicoeluniandino@gmail.com.

Estos primeros días de febrero se cierra el plazo para que las y los precandidatos a la presidencia se inscriban oficialmente ante la Registraduría. Para esto, cada aspirante debe contar con el aval de un partido político con personería jurídica o haber presentado cierto número de firmas válidas para participar con un “grupo significativo de ciudadanos”. Esta elección es en sí misma una estrategia de campaña, ya que tomar uno u otro camino tiene factores que pueden jugar a favor y en contra que los candidatos deben tener en cuenta. Sin embargo, en esta elección han predominado los esfuerzos por fuera de los partidos políticos, aunque no todos han tenido éxito.
Buscar el aval de un partido político tiene algunas ventajas para los aspirantes a la presidencia, como la seguridad jurídica de la candidatura y la posibilidad de utilizar la estructura partidista como apoyo para la campaña. Esto es especialmente útil en el caso de los partidos tradicionales con un fuerte anclaje regional, lo que puede brindar facilidades para conseguir votos haciendo uso del poder local que puedan tener concejales, diputados, alcaldes y gobernadores distribuidos en el país.
Sin embargo, son más las desventajas. Los partidos como institución cuentan con un desprestigio muy alto, ya que se les identifica como la cara de la política tradicional, clientelista o corrupta. Además, no siempre resulta fácil lograr el aval del partido a partir de un proceso de democracia interna, pues los partidos en Colombia suelen estar desideologizados y, por tanto, muy fraccionados, por lo que la elección de un candidato puede terminar en una crisis interna del partido, como pasó en el Partido Verde. Además de la mala imagen que cargan encima los partidos, avalar una candidatura por firmas tiene la ventaja de que en la práctica es iniciar la campaña antes que los demás competidores. Lo único que se tiene en contra en este caso, es que el proceso de recolección no es fácil para todos los candidatos, pues resulta costoso y si no tiene una red amplia de voluntarios/empleados la tarea puede volverse un imposible. Por esta y otras razones varios aspirantes a la presidencia tuvieron que avalarse a las carreras, a última hora y sin que se notara mucho con partidos que, o fueron utilizados, o estaban igual de emproblemados que los candidatos. Veamos.
Empecemos por los avales más extraños. De por sí ya es inusual que un pastor cristiano esté en la coalición de izquierda o progresista, pero es aún más extraño que lo haga avalado por un partido afrocolombiano. Alianza Democrática Amplia (ADA) antes AD Afrocolombiana ha prestado su personería jurídica para sostener la candidatura de Alfredo Saade, un pastor cristiano costeño. Pero la cosa no queda ahí, Camilo Romero, ex gobernador de Nariño, perteneciente a la Alianza Verde también será avalado por ADA pero a su vez tendrá el aval de la Unión Patriótica (UP), partido casi extinguido a bala en las épocas del auge del paramilitarismo en Colombia. Se pregunta uno ¿qué tienen que ver un pastor cristiano, un partido afrocolombiano, un político nariñense y un partido de izquierda? ¿Qué coherencia ideológica es esa? Son cosas que solo en el Pacto Histórico entienden.
Por otro lado, Enrique Peñalosa, un político que se hizo famoso por ganar la alcaldía de Bogotá supuestamente enfrentándose a políticos tradicionales, que hizo parte de la Ola Verde y repitió alcaldía aliándose con sectores de derecha en Bogotá, hoy es precandidato por el Partido de la U, el partido santista por excelencia, pues no logró conseguir el número de firmas suficientes para una candidatura independiente. No se entiende nada, seguirá dando tumbos. Finalmente, Sergio Fajardo inscribió su candidatura con el aval del partido Alianza Social Independiente (ASI), antes AS Indígena, partido que también lo apoyó en 2003 en su candidatura para alcalde de Medellín. El problema es que el principal discurso de Fajardo enfatiza en acabar con la política tradicional y la ASI está haciendo acuerdos con el Partido de la U y el Centro Democrático en Cesar y Caquetá respectivamente, para las elecciones legislativas, ahí hay una contradicción.
Sin embargo, hay otros casos un poco más entendibles. Francia Márquez se inscribió como candidata con el aval del Polo Democrático y el apoyo del partido feminista Estamos Listas. Este es un partido de izquierda fraccionado pero con una línea programática clara que coincide en muchos casos con los principales intereses de Márquez. El problema es que no está recibiendo el apoyo de todo el partido. El sector del partido liderado por Germán Navas y Wilson Arias están jugados desde ya con Petro. Por último, Carlos Amaya recibe el aval del partido Dignidad. Amaya inició su vida política como líder estudiantil y tiene gran cercanía con los sectores campesinos en Boyacá donde fue gobernador. Estos dos temas son principales también en el programa de Dignidad, pero dentro de este partido nadie va a apoyar a alguien que no sea Jorge Robledo. Simplemente le abrieron un espacio para que no se quedara fuera de la elección ya que, al igual que Fajardo, perdió el aval del Partido Verde Oxígeno de Ingrid Betancourt.
¿Por qué pasan estas cosas? Como ya dije, suele ser la combinación de candidatos y partidos en problemas. Márquez y Peñalosa no consiguieron las firmas para su candidatura. Amaya y Romero salieron de un Partido Verde fraccionado y en crisis, así que les tocó buscar quién los recibiera. Saade y Fajardo desde un principio desistieron de la idea de recoger firmas y andaban buscando un partido (casi cualquiera) que los avalara. Por el lado de los partidos el Polo, la U y ASI no tuvieron nunca candidato propio y necesitaban buscar una forma de aparecer en el tarjetón electoral. Dignidad prestó su nombre pero no su espacio y ADA fue utilizado.
Más allá de la coherencia que puedan mostrar los candidatos, en Colombia los partidos están en una muy mala posición. Muy pocos tienen un programa claro y coherente con sus figuras. La mayoría están muy fraccionados o son la reunión de políticos tradicionales bajo la sombrilla de una personería jurídica. La gente los detesta y los políticos quieren alejarse lo más posible de ellos. El problema es que, en teoría, un partido político cumple una función importante, y es la de agrupar intereses, ideas, formas de pensar y propuestas. Cuando estas organizaciones pierden importancia se abre el espacio a personalismos o caudillos. Son personajes que con un discurso, paradójicamente, antipolítico esperan suplir bajo su figura la crisis de representación política. El problema con ellos, es que, una vez elegidos, y basados en su gran popularidad, pueden tomar todo tipo de decisiones e incluso tornarse autoritarios. No estoy sugiriendo volver a la política de los partidos tradicionales, pues sus dirigentes con sus actuaciones ya se han encargado de enterrarlos, pero sí seguir creyendo en las acciones colectivas, sin dueños. Hemos visto muchos ejemplos de cómo terminan los gobiernos personalistas. Fujimori, Chávez, Ortega, Trump. En Colombia, el primer político que se eligió con ese discurso lleva 20 años gobernando en cuerpo ajeno y ya hemos visto cómo nos ha ido.
Por: Juan Felipe Monroy. Magíster en Ciencia Política.
*** Esta columna hace parte de la sección de Opinión y no representa necesariamente el sentir ni el pensar de El Uniandino.