Hay una cita, perteneciente al pianista británico James Rhodes, con la que un artista, no solo un músico, podría sentirse identificado. La cita va así: “hay ochenta y ocho teclas en un piano y, dentro de ellas, un universo entero”. Los pianistas nos morimos de la emoción al leer esto, pero creo que la cita –o la idea, incluso– puede ir mucho más allá. Hay ochenta y ocho teclas en un piano y dentro de ellas un universo entero, pero también hay veintisiete letras en el español y en ellas un mundo infinito, o hay siete colores elementales y dentro de ellos un espacio sin límites de posibilidades. Me apropiaré de la frase de James Rhodes y diré: hay arte en el mundo, y en él la existencia humana en su más puro esplendor.
Lo más bonito del arte es que no hay que ser artista, ni experto, para disfrutarlo. Todos tenemos canciones favoritas, todos vemos películas a diario y todos hemos leído un libro que ha marcado nuestras vidas. El quid –podríamos decir– de la cuestión es encontrar aquello que nos llene. Tristes aquellos sin pasiones en el mundo, porque los que estamos cerca del arte, no importa cual, sabemos lo que significa llevar una vida plena y apasionada. La música, las artes plásticas y visuales, la danza, la literatura, el cine y el teatro acompañan nuestra existencia humana y la hacen más llevadera; la hacen disfrutable.
El escoger una u otra disciplina artística depende de la persona, por supuesto. Creo que el arte escoge a la persona y cada uno de nosotros le da una explicación totalmente diferente. No me atrevería a decir que hay un arte más importante o bonito que otro, pero no puedo evitar hablar del arte que me ha escogido a mí: la música. Así, vale la pena hablar de las ventajas, o mejor, los encuentros que ofrece la música frente a otras disciplinas artísticas, pero también de sus desventajas o desencuentros. Empecemos, pues, a hablar de los encuentros de la música en el mundo.
La música es la primera expresión artística que entra a nuestra vida, muchas veces acompañada con la danza. Las otras artes llegan con el tiempo, pero la música nos acompaña incluso desde antes de que nacemos. Existe evidencia de que los bebés escuchan incluso desde el vientre y que tienen una memoria auditiva grande e importante desde el primer mes de vida. Las madres en muchas ocasiones ponen melodías para sus hijos aún antes de nacer y cómo olvidar el famoso y cuestionable “efecto Mozart”, mediante el cual se cree que un niño será más inteligente si escucha las composiciones del compositor siendo apenas un bebé. Luego, en la infancia temprana, los familiares se divierten viendo cómo los niños bailan y tararean cualquier melodía. La música está presente entonces en el canto, los arrullos, los bailes improvisados, las rondas y fiestas de cumpleaños y navidad. Se cantan villancicos o canciones como “La vaca Lola” o “Estrellita”.
Posteriormente en nuestra vida, es muy extraño encontrar una persona que no tenga, por ejemplo, una canción favorita. Incluso las reuniones sociales se dan en torno a la música y el baile y no hay persona que no tenga una playlist en cualquier plataforma con sus temas predilectos o que no defienda a muerte su artista favorito. La música está presente en cada uno de los espacios de nuestra vida. Muchos de nosotros podemos llegar a ligar canciones a recuerdos, sensaciones, personas o incluso lugares. Por otro lado, la creación musical llega casi sin quererlo y sin esperarlo. Todos tarareamos todo el tiempo, podemos crear ritmos con nuestros dedos e incluso, si ponemos atención, veremos que cualquier sonidos del mundo se pueden convertir fácilmente en música.
Todos estos ejemplos ilustran la incidencia que la música tiene en nuestras vidas y la facilidad con la que llega. No hay que ser músicos para escuchar, disfrutar y amar la música, porque el disfrute es algo que simplemente llega y, cuando menos nos damos cuenta, hemos escuchado ese álbum en loop durante una semana completa o una sinfonía entera comienza a sonar en nuestra cabeza cuando miramos a esa persona en especial.
Las otras artes llegan con el tiempo y, tal vez, necesitan un poco más de conocimiento para disfrutarlas. Tomemos, por ejemplo, la literatura. Hay una serie de pasos a seguir antes de poder llegar a leer y amar una novela, un cuento o un poema, cosa que con la música no sucede. En primer lugar, necesitamos aprender a leer y tener un conocimiento considerable de palabras en una lengua en específico para entender cualquier escrito. En segundo lugar, entra en juego el tiempo para consumir un libro, que dista del necesario para apreciar un producto musical. Una canción dura, en promedio, tres minutos con cincuenta segundos, que parece una cantidad de tiempo tan efímera que a nadie le importa perder casi cuatro minutos de su día para escuchar aquella canción que ha tenido pegada toda la mañana. El libro necesita algo más de tiempo y dedicación, e incluso encontramos personas que nunca llegan a hacer click con la literatura y no encuentran un libro que haya cambiado su vida.
Ejemplos más concretos de la facilidad y unanimidad del efecto de la música en nuestras vidas los vemos cuando pensamos en trabajos específicos de músicos y artistas. Tomemos, en primer lugar, el quinto álbum de estudio de la banda británica Muse, The Resistance, del año 2009. La canción que le da el nombre al álbum, Resistance, junto con el primer track, Uprising, fueron las que los lanzaron al estrellato definitivo y son las más escuchadas del grupo a nivel mundial. Lo que muchos oyentes no conocen es que la obra en su totalidad fue hecha a manera de álbum conceptual inspirada en el libro de George Orwell, 1984. Las canciones de Muse cuentan con millones de oyentes a nivel mundial, pero es muy probable que ni la mitad de las personas que han escuchado The Resistance hayan leído la obra de Orwell. Algo similar ocurrió con El Mal Querer, el álbum con el cual Rosalía se dio a conocer al mundo. El trabajo está inspirado en un romance occitano del siglo XIII, El Román de Flamenca, el cual ha llegado a nuestros días y gozado de mayor difusión gracias a la musicalización de la cantante española. Sin embargo, podemos ir más allá del viejo encuentro entre literatura y música y hablar incluso de cine. Psicosis fue vista en su momento por un montón de aficionados al cine; mas, a pesar de ser la película más famosa de Alfred Hitchcock, las generaciones actuales no acceden a este tipo de filmes fácilmente. No obstante, cualquier persona podría cantar a la perfección los chirridos de violines que acompañan la escena de la ducha –en la que desafortunadamente asesinan al personaje de Janet Leigh–. Del mismo modo, cualquiera conoce las dos notas ascendentes que acompañan la aparición del tiburón en la famosa película de Steven Spielberg, así no hayan visto nunca el largometraje
La música acompaña. Es incluso probable pensar que, de no ser gracias a la música, los ejemplos artísticos presentados anteriormente no habrían sido tan relevantes como lo son ahora. Las melodías, las letras, los tonos y colores musicales se quedan con nosotros y dan importancia a otras experiencias artísticas de la vida.
A pesar de esto, la música no ofrece solo encuentros. Como todo, esta cuestión tiene dos caras y sería justo hablar también de los desencuentros de la música frente a otras disciplinas artísticas.
Abordemos, en primer lugar, el problema de los lenguajes estéticos y la creación de una obra artística. Cada disciplina tiene su lenguaje y su manera de entender el mundo. Así, el bailarín hablará posiblemente del cuerpo y el espacio, el actor de la presencia y la proyección, el literato del lenguaje y la palabra, el cineasta de guion y fotografía, el plástico de composición y símbolo, y el músico de interpretación y afinación. Cada arte toma prestadas palabras e ideas del mundo de la lengua hablada y escrita para describir y sustentar el significado de su producto. El artista plástico se vale de textos e ideas para darle una explicación a su trabajo, porque él tiene la posibilidad de pensar más allá de su sistema de enunciación artística. El músico encuentra un par problemas en este aspecto. En primer lugar, porque la música es un lenguaje en sí mismo, con su gramática, ortografía y sintaxis, siguiendo una comparación con el mundo formal de las lenguas sociales. La música no necesita del amparo de las palabras para darle un valor a las creaciones hechas en su marco porque en el lenguaje musical se da su propia validación. Nos encontramos entonces con el problema del significado en esta disciplina. ¿Puede la música decir más que solo sonidos y contar historias, validar la existencia del humano en la tierra y dar explicación al mundo? ¿O es la música solo sonido, como sostenían los expresionistas alemanes a inicios del siglo XX? ¿Necesita la música acaso darle una validación a su papel en el mundo?
Hablando más del proceso creativo, los artistas como los músicos y los bailarines cuentan con una desventaja frente a otras disciplinas en el aspecto técnico. Mientras otras formas de expresión artísticas pueden darse el lujo de hablar de símbolos y abstracción, el músico y el bailarín tienen que dominar, en primer lugar, un cierto grado de tecnicidad para poder crear –entendido el proceso como, simplemente, hacer arte–. El músico y el bailarín pasan sus días encerrados en sus estudios y cubículos mejorando su técnica, su interpretación y sus movimientos, hasta que se vuelve algo mecánico, casi perfecto. Estas dos artes necesitan una dominación del aspecto técnico preciso y constante, cosa que puede verse desdibujada en otras disciplinas. El nivel de exigencia y disciplina que requieren es digno de los mejores atletas. De modo que el arte y la creación del músico y el bailarín se podrían ver reducidos a su propio espacio y a su técnica. Podrían no llegar a conocer nada más allá de las cuatro paredes de sus estudios y el ángulo de sus zapatillas de ballet o el grosor de las cuerdas de su guitarra hasta años después de haber iniciado su proceso artístico. Ellos contarían con menos posibilidades de nutrirse de vivencias fuera de su propio arte, porque el dominar el aspecto técnico puede fácilmente ocupar el lugar prioritario en la vida de estos artistas. Cualquier pianista estará más que familiarizado con los libros de Thompson o Czerny, compositores especializados en crear obras de iniciación musical que sirven como ejercicios de técnica. El pianista aprende arpegios, escalas, terceras o cualquier cantidad de ejercicios técnicos antes de pasar a obras más complejas. Czerny se trata, en definitiva, de los primeros pinos musicales en la vida de cualquier pianista y de aquel paso obligado antes de llegar a cualquier proceso creativo.
Pero el arte se nutre siempre a sí mismo, no importa desde qué disciplina nos paremos. Gracias a eso contamos con exposiciones sonoras, performances literarios y películas hechas a base de obras de arte. El lenguaje artístico se encarga de alimentarse a sí mismo permanentemente y, cuando las artes se unen, asistimos a las creaciones más bellas y perfectas que se puedan imaginar. La comunicación y los encuentros entre las artes suponen la fortaleza. El arte siempre tendrá puntos en común, hablemos de música, literatura o teatro. El arte transforma, crea, acompaña, da vida, da voz, reúne y unifica. Pero lo más importante, el arte conmueve y eso hace que cualquier disciplina artística, no importa cuál, sea la creación más humana que podemos encontrar en el universo. Hay arte en el mundo, y en él toda la existencia y las emociones humanas en su más pura y bella expresión.
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Por: Gabriela Valencia Reyes
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